Cómo hacer el sendero señalizado que recorre las minas de carbón abandonadas de la comarca burgalesa de Juarros
Texto y fotografía: JAVIER PRIETO GALLEGONegro como el carbón que guardaba para sí la madre Gaia. O como el polvo que se cuajaba en los pulmones de los valientes que picaban sus entrañas para sacarlo. Así es el firme de los caminos que surcan los valles y montañas que median entre las localidades burgalesas de San Adrián y Brieva de Juarros. Lo que hoy es un ameno y didáctico recorrido entre encantadores rebollares, arroyuelos cantarines y miradores holgados, antaño, al menos hasta los años 70 del pasado siglo, fue un territorio de trajines carboneros que dejó el paisaje como un colador salpicado de imborrables pringues negros.
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La historia minera de este hermoso entorno arranca en el año 1841 con las primeras catas para descubrir cantidades y calidades del carbón que parecía esconderse aquí entre los pliegues del bosque. Durante la segunda mitad del siglo XIX las explotaciones comienzan a multiplicarse con vistas a utilizar el carbón extraído principlamente en dos fábricas de papel, una de hilados, hornos de alfarería, calderas y producción de gas para alumbrado, todo ello ubicado en la cercana ciudad de Burgos. Aunque el carbón de esta comarca era de una calidad inferior a la conseguida en las minas de Palencia, León o Inglaterra las aspiraciones de las empresas mineras que operaron en Juarros siempre fue la de conseguir una mayor rentabilidad como consecuencia de la proximidad a la cercana capital, a la que iba destinada la totalidad de la producción. De hecho, en diferentes momentos se llegó a proyectar el tendido de un ferrocarril que salvara con rapidez esa corta distancia, sin que nunca el proyecto llegara a materializarse.
A lo largo del siglo XX la explotación minera en esta comarca pervivió con diferente intensidad, constituyéndose en el principal medio de vida para poblaciones como San Adrián o Brieva, entre cuyos núcleos se establecieron las principales minas. De todo esto y muchas curiosidades más se da buena cuenta en el reguero de paneles ilustrativos que pespuntean el paseo señalizado bautizado como “Sendero minero de Juarros”.
EL PASEO
Este didáctico itinerario arranca de la localidad de San Adrián. El primero de los paneles, con toda la información práctica relacionada con el recorrido se encuentra ubicado en la misma plaza en la que también se localizan una fuente y la bolera, parapetada ésta en uno de sus costados tras una hilera de árboles que la sombrean en las horas de más calor.
Ahí mismo toca comenzar este paseo circular, de unos diez kilómetros de longitud y para el que hará falta reservar, si se desea degustar con plenitud, cerca de unas cinco horas. A pesar de que el itinerario topa con no pocos cruces y desvíos, la señalización es tan abundante que resulta casi imposible perderse.
Tras cruzar una primera cancela, en la misma salida del pueblo y junto al primero de los paneles informativos, la pista forestal de firme oscuro corrobora el lugar hacia el que conduce. En ligero ascenso, se alcanzan unas viejas tenadas mientras gana en perspectiva sobre el casco urbano de San Adrián y se decubre, hacia la izquierda del camino, el castillete de hierro que marca la ubicación del pozo minero de San Ignacio, al que se llegará en el tramo final del paseo. Por ahora toca continuar ascendiendo hasta las tenadas donde, tras pasar otra cancela, se abre un primer desvío hacia la izquierda, que no debe tomarse. El paseo continúa de frente por la ancha pista forestal que flanquea por ambos lados un denso aunque joven rebollar.
A casi un kilómetro de las tenadas, y después de dejar atrás la incorporación de varios caminos por el ladro izquierdo de la pista, se llega al desvío señalizado que anuncia la cercanía de la mina del Conde, hoy poco más que una gran escombrera de carbón con la entrada del pozo cegada con bloques de hormigón. En su correspondiente panel informativo se habla sobre el proceso de formación del carbón como resultado de la descomposición de la materia vegetal. Hace 310 millones de años todo este territorio se encontraba medio sumergido entre enormes masas de agua configurando una orografía pantanosa, con grandes lagos de poca profundidad, aguas cálidas y una vegetación exhuberante propia del clima tropical imperante. La vegetación que moría, formada entre otras especies por helechos gigantescos, yacía en los lechos pantanosos donde comenzaba, entre el barro, su lenta descomposición. Así sucedió durante millones de años, acumulándose sucesivas capas que iban sepultando a las anteriores hasta que posteriores cataclismos y plegamientos orográficos llevaron ese proceso de descomposición natural al interior de la tierra. La presión de las capas terrestres y las condiciones de temperatura van transformando en carbón aquellos restos dando como resultado la formación de lignito, hulla o antracita.
Desde este pozo el paseo prosigue por la misma pista forestal en un punto donde el rebollar ha desaparecido y se abren las amplias praderías conocidas como la Mata de los Campos. En medio de ellas se abandona la pista principal para seguir por el ramal que continúa de frente, hacia las laderas que delimitan el valle por el este. Al poco de iniciarse el ascenso por ellas, el camino vuelve a aparecer bien marcado. Sin embargo, toca abandonarlo al alcanzar una marca revuelta en ángulo de 90 grados, antes de alcanzar las ruinas de las tenadas del Valle. La señalización aquí apunta hacia un senderillo descendente en cuyo punto más bajo otra nueva flecha encamina el paseo a lo largo del valle, pasando unos metros por encima de un abrevadero. Al final del valle, el camino vuelve a aparecer bien marcado y la vegetación a arropar la caminata.
La pista forestal en este tramo va dando buenas vistas, hacia la izquierda del paseo, de las laderas del otro lado del valle de Salechón, densamente tapizadas por un pinar de repoblación. Un mirador sobre el valle y un panel informativo permiten disfrutar de estas vistas.
El siguiente de los paneles, con información sobre las características geológicas de este entorno se localiza unos 400 metros más adelante, en el momento en el que la pista forestal inicia un marcado descenso ente los pinares hacia la localidad de Brieva. Éste finaliza 600 metros más adelante tras cruzar un arroyo, en la misma embocadura de la mina del Travesal de los Billares. Mientras una mesa invita al descanso, la embocadura ha sido acondicionada para que los más curiosos, siempre que vayan prevenidos con linternas, puedan recorrer sus primeros metros bajo tierra.
Desde la mina el paseo abandona el valle de Matalasnovillas, con un largo puñado de minadas abandonadas en él, para encaminarse ahora por el sendero que arranca a la altura del cartel que indica el nombre de esta mina y discurre junto a un arroyo. En medio de un tupido dosel vegetal se alcanza por esta senda la entrada de la mina La Esmeralda, cuya particular historia habla de los numerosos problemas que acarreó su explotación como consecuencia de los frecuentes derrumbes por la inundanción de las galerías.
El sendero continúa hacia Brieva no sin antes permitir la visita a las ruinas de un viejo molino junto al arroyo. Unos 200 metros más adelante el sendero pasa rozando los muros de la ermita de Las Nieves, levantada en 1712. Algo más adelante, otra zona con mesas junto a la fresca surgencia de Brieva, a los pies de la población, invita de nuevo a hacer un pequeño alto en el camino.
Desde aquí el paseo inicia el tornaviaje sin necesidad de entrar en el casco urbano mientras pasa junto al horno de una derruida calera, explotada en su momento por la compañía de Ferrocarriles y Minas. Unos metros más adelante se retoma, hacia la izquierda, una ancha pista forestal que arranca en Brieva.
Primero junto al arroyo, al otro lado del cual vuelven a verse las ruinas del molino, y luego con una amplia vega entre medias, el camino avanza bien sombreado hasta conectar con la carretera que conduce a Brieva. Antes, deja a un costado la entrada a la mina de La Salvadora.
El paseo por la carretera, que se toma hacia la izquierda se prolonga unos 200 metros, hasta alcanzar un viejo pontón de piedra justo donde nace una nueva pista forestal. Ésta inicia un prolongado aunque tendido ascenso entre los pinares de repoblación hasta alcanzar un cortafuegos. Junto a él, un panel informa sobre las características de las principales especies animales del entorno.
Poco después el rebollar, la vegetación autóctona que en su día predominaba en toda la zona, recobra de nuevo su protagonismo al mismo tiempo que comienza a sucederse de forma rápida nuevas explotaciones mineras abandonadas. Tras conectar con otra buena pista que llega por la izquierda, se alcanza la del pozo de La Escalera, a cuyas galerías se bajaba en un caldero que servía también de ascensor. Junto a ella está el Pozo de San Lorenzo y unos metros más adelante, a la izquierda del camino, una bocamina de la que mana abundante agua y a cuya entrada pone El Refugio. Más adelante, el pozo de El Buey se abre con una bocamina reacondicionada, y, unos metros más arriba, la escombrera de la mina de La Juarreña, una de las más conocidas y productivas de la zona. La primera en España que usó dinamita para extraer el carbón.
Un último repecho culmina en lo alto del collado, con buenas panorámicas y un cruce de pistas en el que se toma la que sale por la derecha. Unos metros después se llega a un nuevo cruce. Si se toma la pista que sigue de frente se alcanza, en cinco minutos, el alto de El Sauce (1.136 m), máxima cota del paseo con excelentes vistas panorámica que ayudan a ser interpretadas por un corro de paneles dispuestos a su alrededor. Si desde el cruce se toma la pista que por la izquierda corre ya en sentido descendente se aboca, en unos pocos metros, al pozo de San Ignacio, justo encima de San Adrián.
EN MARCHA. Hasta San Adrián de Juarros puede llegarse desde Burgos tomando antes de Ibeas de Juarros el desvío de la N-120 que conduce hacia San Millán, Monzoncillo, Salguero y San Adrián.
EL PASEO. Aparece perfectamente señalizado como sendero de pequeño recorrido PR.C.BU-56. Se trata de un paseo circular, con principio y final en San Adrián de Juarros de unos 10 kilómetros de longitud y que puede recorrerse en unas cuatro horas. También puede hacerse en bicicleta de montaña. En este caso el tramo más complicado es el corto sendero que enlaza el Travesal de los Villares con Brieva. La excursión se disfruta más si se dispone de pequeñas linternas para explorar la entrada de alguna de las minas que han sido acondicionadas para ello. Ayuntamiento: tel. 947 42 10 15.
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