REPORTAJE/año 1996
Publicado el 21 de septiembre de 1996 en el suplemento Oxígeno del periódico EL NORTE DE CASTILLA
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LA CIUDAD DE LA ALEGRIA
Un paseo entre las caravanas de los artistas del Gran Circo Mundial
– ¡Hola! Soy el fontanero de ‘Tele-Asistencia’, creo que me han llamado de aquí.
– ¡Ah! Sí, pregunte un momento en esa caravana de ahí. Me parece que mi padre ya ha vuelto.
Quien llega es un fontanero como cualquier fontanero. Quien le recibe es ‘Miss Estefani’, una artista de circo como cualquiera de los 46 que viven tras las vallas metálicas del recinto en el que, un año más por estas fechas, se ha instalado el ‘Gran Circo Mundial’ dentro del Real de la Feria de Valladolid. En total 120 personas acompañando las idas y venidas de una ciudad portátil repleta de animales salvajes, lonas, camiones y enormes ‘trailers’ que transportan todo lo necesario para que día tras día se alce el telón, allá donde se esté, haga frío o haga calor, del que sin duda se seguirá conociendo durante muchos años como ‘el mayor espectáculo del mundo’.
Presentación multimedia del reportaje «La ciudad de la alegría». © Javier Prieto Gallego
‘Miss Estefani’ ha hecho un alto en su trabajo. Son las 11,20 de la mañana y lleva ya un buen rato a vueltas con sus malabarismos. Como cada mañana llega con sus aparatos, recorre los apenas 15 metros que separan el lugar en el que vive del lugar en el que trabaja, y se coloca detrás del telón, en el gran espacio arenoso que los espectadores no ven, en el mismo lugar que por la tarde, durante las dos funciones que hace el ‘Gran Circo Mundial’, los artistas darán los últimos toques a sus vestuarios antes de entrar pletóricos de energía a la pista iluminada de colores donde hacen realidad las fantasías más increíbles.
A esa misma hora, mientras el fontanero toma nota de la avería, la actividad entorno a las jaulas de los animales es poco menos que incesante. Por un lado, se limpian las cuadras de los preciosos y obedientes caballos -Samuel, Faisal, Aron o Golden, entre otros- que actuarán por la tarde a las órdenes del joven domador José María González ‘Junior’. En la enorme tienda de al lado los elefantes son sometidos a limpieza general a base de cepillo, jabón y agua a presión; un poco más allá el hipopótamo dormita ya después de haber desayunado su alfalfa, mientras en los camiones situados por detrás Mohssin, el mozo marroquí que se ocupa de los tigres, procura limpiar las jaulas sin recibir ningún arañazo más de los que ya tiene. La ciudad de la alegría está siempre en continua actividad. Tarde y noche: función; mañanas: reparaciones, entrevistas con los medios de comunicación, ensayos, bajar al hipermercado para hacer la compra, limpieza, ajustes y lo que vaya surgiendo incluida, por ejemplo, alguna visita a las ‘casetas de la muestra gastronómica’ instaladas en otro punto de la ciudad con motivo de las fiestas vallisoletanas.
Estefanía Iarz, ‘Miss Estefani’, tiene tan sólo 16 años, nació en Francia, es italiana, habla español perfectamente y parece conjugar todos los ingredientes que se adivinan en cualquier artista de circo: universalidad -son de allí, nacieron allá, viven aquí-, perseverancia -una y otra vez a lo largo de la mañana lanza al aire sus aparatos hasta conseguir domar los equilibrios-, juventud, energía y auténtica pasión por el circo. «Algo en lo que no se puede trabajar si no se ama de verdad», repiten los habitantes de esta ciudad fantástica. ¡Ah! Y un rasgo más: pertenece a una familia de artistas circenses; aunque no es una regla matemática, lo cierto es que resulta bastante habitual. Sus padres y su hermano salen a la pista acompañados de una cuadrilla de chimpancés cómicos con los que han recorrido los circos del mundo entero. Ella, con un año, ya sabía el significado del «más difícil todavía».
Así es la vida en el circo: mucho sacrificio y amor por el trabajo. Por lo demás, absoluta normalidad. Lo dicen Jacinto, ‘Tito Lester’, Pietro Genovesi o Emiliano. Jacinto es el jefe de pista, «el maestro de ceremonias’, como él dice; ‘Tito Lester’ aparece en los carteles como «el payaso número 1»; Pietro Genovesi trabaja ahora en el taller ambulante de reparaciones del circo pero vivió siempre caminando de puntillas sobre una cuerda suspendida en el vacío, era volatinero y trabajaba con la pértiga -ahora su hija, ‘Miss Jeniffer’ es la trapecista del Mundial- y Emiliano es el hermano de ‘Miss Estefani’ que trabaja con los chimpancés. Para todos la vida que gira alrededor de la gran carpa de lona es «más o menos la normal».
«La vida, aparte del trabajo del circo, es una vida normal. Mira, yo por ejemplo -quien habla es Jacinto, el presentador-animador de todo el espectáculo-, doy una especie de conferencias en los colegios, y cuando me preguntan ésto los niños yo siempre les digo que hacemos lo mismo que hace su mamá o su papá. Vivimos una vida normal, tenemos nuestros problemas privados o nuestras alegrías, igual igual que si estuviéramos en una casa. Lo único es que, claro, en nuestro trabajo pues somos un poco nómadas«. Algo que, al parecer, forma parte de ‘la droga’ que corre por las venas de estos artistas tan especiales. Estar hoy aquí y mañana allí es más una necesidad que un problema, tal vez porque precisamente esa itinerancia permanente forma parte de un oficio que o se ama o es imposible ejercer.
«¡Pero si el problema es estar parado!» Pietro Genovesi tiene instalado su taller ‘en uno de los barrios’ de esta miniciudad tan ordenada que cada cosa tiene su lugar y su sitio preciso. No podría ser de otra manera cuando cada milímetro del suelo tiene su precio y cada segundo de montaje y desmontaje está cronometrado. ¡Voilá!: Cuatro horas para ponerla en pie y tres para desaparecer. Increíble pero cierto.
«Al final a lo que no te acostumbras es a estar viviendo en un piso», dice con un casi borrado acento italiano. Tal vez sea lo más lógico cuando uno se ha pasado toda la vida durmiendo sobre las ruedas de una ‘roulotte’ y recorriendo el mundo entero. Además, reconoce que las caravanas que hoy pueden llegar a valer 14 millones de pesetas, sin contar la cabeza tractora, no tienen nada que ver con las que había hace unos años. Hoy, estos auténticos apartamentos rodantes reúnen el confort propio de cualquier salón de estar y son el lugar donde relajarse viendo la televisión después de la función o ensayar en privado sin ser molestado. En la ciudad de la alegría, además de elefantes, tigres, camiones o niños, también se ven de vez en cuando las antenas parabólicas apuntando hacia algún lugar preciso de ese lejano espacio exterior.
Pietro tiene 58 años y sigue otra de las ‘reglas no escritas’ que rigen las querencias de estos artistas: cuando la edad te impide continuar con tu trabajo de siempre en el circo, lo más probable es que busques otra ocupación de las muchas que requiere poner en pie cada día «el mundo de ilusión» que cantaran Gaby, Fofó, Miliki y Fofito -por cierto, payasos que un día ya lejano también tuvieron su espacio en esta misma ciudad de tenderetes y bombillas de color-. Cualquier cosa antes que dejar para siempre el circo. Ahora Pietro es el encargado del taller ambulante hasta el que llegan los aparatos que van torciéndose por el uso, una brida que se ha aflojado, el plumero de uno de los caballos que no ajusta, aquella silla de la grada que cojea o cualquier cosa que necesite «un repaso, una soldadura o construirla entera para que un artista pueda hacer, por ejemplo un nuevo número». La mujer de Pietro es una de las costureras del circo y además de su hija, la trapecista ‘Miss Jeniffer’, uno de sus hijos trabaja ahora en un circo de América y su otra hija lo hace en un circo en Alemania. Como casi siempre, el circo por los cuatro costados.
‘Tito Lester’ tiene un momento antes de aparecer de nuevo en la pista, ha salido fuera de la carpa con su maleta y su cámara de broma para dejarse hacer unas fotografías. Él, cómo no, forma parte de la tercera generación de payasos y malabaristas. Pero lo explica con claridad: «Cuarenta años respirando este ambiente: Hijo de pescado tiene que saber nadar ¿no?». ¿Su vida entre actuación y actuación? Pues, normal: «Me gusta conocer las ciudades a las que llega el circo. Ver sus monumentos, hacer fotos. Normalmente voy con mi señora -una artista ex-patinadora sobre hielo- y así aprovechamos una de las ventajas que tiene este oficio y que es la de viajar de tanto». Sin embargo Tito reconoce que no toda la gente del circo lo hace: «De tanto viajar muchos sólo conocen el recinto donde está el circo».
Tito Lester, un payaso portugués que lleva cuarenta años entre las cuerdas del circo. [Valladolid. Castilla y León. España.© Javier Prieto Gallego] |
Ahora mismo, mientras usted lee estas líneas, por algún rincón de esta ciudad de la alegría unos niños -mejicanos, portugueses, alemanes o españoles- estarán jugando a hacer equilibrios, a pintarse la cara o a desaparecer dentro de un cajón en un idioma común medio inventado y medio real. Ellos habitan también las calles de vida que acompañan, vaya donde vaya, a la gran carpa de lona que siempre, siempre, ha hecho realidad los sueños de fantasía de todos los niños del mundo.