Olivos centenarios, afamados viñedos y temidos precipicios en el entorno de la capital zamorana de Los Arribes
© Texto y fotografías: JAVIER PRIETO GALLEGO
Para quien esté interesado, en los alrededores de Fermoselle un sendero sembrado de cartelas ayuda a entender mejor por qué esta localidad es como es. Lo bueno que tiene es que la lección se degusta como los mejores manjares, con ansia por el siguiente bocado. Y cuando se llega al final queda el remordimiento de que, de haber ido más despacio el placer se hubiera alargado. Y todo ello mientras se contempla por uno y otro flanco el perfil gallardo y enriscado de la localidad, que se apiña sobre la loma de un espigón rocoso como si no hubiera más sitio en el mundo y resbalar un poco hacia abajo fuera peligro de muerte. Un perfil que, sobre todo al atardecer, se recorta sobre el azul del cielo con la torre de la iglesia asomando contundente sobre el batiburrillo de tejados, antenas y chimeneas que se esfuma justo al alcanzar el lugar que ocupó en su día la fortaleza, la quilla barriguda del altillo granítico desde la que Fermoselle atisbó lo bueno y lo malo de cuanto estaba por llegar.
El sendero, tan interesante para que quien ya conozca la localidad como para quien llegue de nuevas, da comienzo a la altura de la cooperativa, en la carretera que bordea Fermoselle y su diseño, explicado en el primero de los carteles a pie de carretera, da opción a tres recorridos señalizados diferentes en función del tiempo y el interés disponibles. El más corto lleva en un pispás hasta el camino de Valpiojo para terminar en un mirador sobre el Duero. Si sabe a poco, a la vuelta es posible enlazarlo con el Sendero de Socastillo, que rodea la localidad en el punto por el que se asoma la fortaleza. Este, a su vez, va a desembocar en el camino de Las Escaleras, que lleva hasta la ermita de Santa Cruz y el oteadero desde el que los carabineros trataban de mantener a raya el paso de contrabando por esa zona de la frontera. Si se hace el completo se habrán andado cerca de 5 kilómetros, que pueden recorrerse en unas dos horas largas con pocos desniveles y buenas vistas sobre la localidad y su bello entorno de olivares y viñedos. La vuelta desde el mirador de Las Escaleras hasta Fermoselle son otros 3 kilómetros más.
El paseo
El título de la opción más corta –en la que se encuentran ubicados los paneles informativos- es el de “Sendero interpretativo de la Casa del Parque Natural” y su propósito no es otro que ilustrar sobre la vida en Fermoselle y su entorno en el momento de la fundación del Convento de San Francisco, donde se halla ubicada, en 1740. Buena excusa para hablar de un momento clave, el siglo XVIII, en la vida económica y social de la localidad.
Y para empezar, un alto inmediato en el primero de los olivares que salen al paso. Olivos y viñedos componen el tapiz vegetal humanizado que envuelve Fermoselle en un manto de evidente sabor mediterráneo. Muchos de los olivares de hoy comenzaron a cultivarse en el siglo XVIII cuando se acusó un notable descenso en los precios del vino, cultivo de tradición ancestral hasta entonces. Las especiales condiciones que la orografía de Los Arribes otorga al clima en el entorno de la localidad hicieron que la adaptación del cultivo fuera ideal, de tal modo que hoy en día su importancia en la economía local es incluso mayor que la vinícola.
El paseo hace un nuevo alto junto a un cigüeñal –ingenio de palanca para la extracción del agua del pozo- para explicar cómo el progreso fue llegando en esta zona mucho más lentamente que en otras, debido a las condiciones de aislamiento impuestas por la orografía y la historia. De panel en panel, y siempre con el perfil altivo de Fermoselle a la vista, la lección de historia aclara sobre el uso de las fuentes y los arroyos, o de la importancia de los talleres textiles de Fermoselle, que se alimentaban de la lana de los rebaños y el cultivo del lino; de cómo se componía el traje tradicional de las mujeres o de la importancia que desde el siglo XII tuvo la producción de vino en la localidad. De hecho fue siempre su producto estrella y una de las banderas por las que Fermoselle era conocida en el resto de la península. Así fue hasta que la plaga de la filoxera llegó a Fermoselle en 1885 y a punto estuvo de hacer de la vid una planta extinta. Y aunque no acabó con todos los viñedos sí asestó un golpe tan duro que poco a poco Fermoselle fue más conocida por el río de emigrantes que de ella partían que por cualquier otra cosa. Por suerte, con aquella industria recompuesta, hoy prima más su calidad, abalada por la Denominación de Origen Arribes, que la cantidad de antaño.
Otras paradas memorables de este denso kilómetro ilustrado asombran recordando que bajo el perfil que se ve se extiende una red de bodegas que llegó a contar con hasta 420, muchas de ellas picadas directamente sobre el granito, condición esta que, a la postre, otorgó al caldo buena parte de sus cualidades intrínsecas. O recordando que las cuatro piedras que quedan rematando la muralla son los restos de una fortaleza fundamental en la Guerra de las Comunidades y que desde ella el obispo Acuña se hizo fuerte con 300 presbíteros durante varios meses, reteniendo preso al alcalde Ronquillo, más tarde su juez y ejecutor. Tras la caída de los otros comuneros y la muerte de Acuña, el castillo y las murallas sufrirían como inevitable revancha su práctica destrucción. El final de la lección llega en un solitario mirador hacia el Duero para hablar de barcas y pasos fluviales.
La continuación de este garbeo –que sabe a corto si se tienen ganas de andar un poco- se busca en el desvío señalizado hacia el paraje de La Puente para enlazar ahí con el Sendero de Socastillo, otra apetecible propuesta que caracolea entre bancales de olivo y vid mientras da vueltas al espigón por el que asoman los restos de la fortaleza. Dos kilómetros después conecta con la pista que, hacia la derecha, se dirige a la ermita de Santa Cruz, con dibujos visigodos incrustados en una de sus paredes. Desde la ermita, el sendero continúa señalizado hasta el mirador de Las Escaleras, 1.500 metros más allá. Tanto como las vistas impresionan las tres paredes que quedan de la caseta desde la que se vigilaba el contrabando con Portugal. Y llama la atención la diminuta mirilla abierta en mitad de la pared orientada hacia Portugal de tal suerte que por ella se aprecia a la perfección una de las bajadas por esa orilla hacia el Duero fronterizo.
Incompleta quedaría esta vuelta a la redonda sin dejar tiempo para callejear por Fermoselle, pasar bajo el Arco, llegarse hasta su plaza Mayor, su iglesia de la Asunción, subir hasta mirador de Torojón, bajar por la calle de La Nogal y, si se tercia, asomarse al frescor hondo de alguna de sus bodegas. Por supuesto, la visita a la Casa del Parque, en el convento de San Francisco, ha de ser irrenunciable.
EN MARCHA. Fermoselle está en el extremo suroccidental de la provincia de Zamora formando parte de las arribes del Duero, muy cerca del lugar en el que Tormes y Duero suman sus aguas. Se accede desde Zamora por la CL-527 en 64 kilómetros.
EL PASEO. En torno a Fermoselle puede hacerse un circuito señalizado enlazando tres paseos diferentes. El Sendero de interpretación de la Casa del Parque es de unos 1.200 metros, ida. Mil quinientos metros más tiene el Sendero de Socastillo, que enlaza este con el del mirador de Las Escaleras. Y 2.100 más hay entre la conexión del Sendero de Socastillo con el mirador. Desde el mirador hasta Fermoselle quedan 3 km más. Todo el recorrido puede hacerse en unas tres horas. No tiene dificultad y todos los cruces están señalizados con balizas verdes y blancas.
INFORMACIÓN. Casa del Parque, Convento de San Francisco de Fermoselle, tel. 980 61 40 21
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