De La Vid a las bodegas
La Ribera del Duero a pie, entre este monasterio burgalés y Aranda de Duero
Texto y fotografías: JAVIER PRIETO GALLEGO
El GR-14 es un camino bien aprovechado: no sólo bebe arte e historia densa a borbotones todo a lo largo de un río como el Duero desde su nacimiento, en la sierra de Urbión, hasta su desagüe en Oporto, también picotea, como quien no quiere la cosa, manjares suculentos, como los que cuelgan de las vides en el corredor fluvial que serpentea entre las provincias de Soria, Burgos y Valladolid.
Así que cuesta poco seguirle la corriente y correr tras la pista de balizas blancas y rojas que lo pespuntean de arriba abajo. Tampoco cuesta nada, para quien sólo pretenda echarse al camino una mañana larga y volver a casa, escoger alguno de los tramos en los que está dividido. Todos ellos tienen, por una u otra razón, alicientes sobrados.
Pero puestos a escoger, valga la excusa de la reciente inauguración de cinco kilómetros de sendero fluvial en torno a la localidad burgalesa de Aranda de Duero, para echarse al monte desde un rato antes y degustar el tramo que arranca en el monasterio de Santa María de la Vid y lleva hasta la capital arandina, famosa por el entramado de bodegas que corre bajo su casco urbano.
Pocas etapas pueden presumir de un punto de partida tan espectacular: el monasterio es una auténtica joya que pide a gritos una visita pausada. De hecho, hay quien se queda tan enganchado a este rincón frondoso del Duero que deja la caminata para más adelante y pide alojarse en la hospedería que mantienen los padres agustinos, responsables del cenobio desde que tras las desamortizaciones del XIX el monasterio pasó décadas de asalto y rapiña.
Su origen se remonta tanto tiempo atrás que apenas quedan vestigios en el complejo actual. Corría el año 1140 cuando los nobles castellanos Sancho Ansúrez y Domingo Gómez de Campdespina, que habían profesado en la abadía francesa de San Martín de Laón, vuelven a Castilla dispuestos a poner las primeras piedras -y seguro que las primeras vides- de las dos primeras abadías premostratenses españolas: Sancho erigió la de Santa María de Retuerta, en la ribera vallisoletana que también bordea este GR, y Domingo el monasterio de Santa María del Monte Sacro, antecedente directo del de La Vid, levantado en la orilla derecha del Duero a unos dos kilómetros del actual. Dicen los cuentos que el motivo del traslado de aquel monasterio al lugar que ocupa el actual se debió al encuentro casual del rey Alfonso VII, durante una cacería, de la imagen de una Virgen sobre una cepa.
Desde aquel mismo momento la fundación contó con el favor –y los dineros- de los sucesivos monarcas castellanos –en especial Alfonso VII y Alfonso VIII- que dotaron de poder y riqueza al cenobio hasta llegar a situarlo entre los más importantes de Castilla. Aquella primera etapa constructiva se caracterizó por el estilo románico imperante, del que sólo sobrevivieron unos pocos restos en la fachada de la sala capitular. Como siempre sucede, la modernidad venía empujando y fue el en el siglo XVI cuando el noble Íñigo López de Mendoza inicia una serie de profundas reformas en el monasterio con la intención de convertir el complejo monástico en el panteón de su propia familia, la poderosa estirpe de los condes de Miranda que extendían sus poderes desde la cercana localidad de Peñaranda de Duero. De ese momento datan la actual iglesia y el claustro más antiguo, construido sobre el anterior de estilo románico. También impuso el cambio de norma mediante el que los abades pasaban de ejercer su mandato a perpetuidad, como hasta el momento, a ser elegidos cada tres años.
Durante los siguientes doscientos años los andamios debieron de ser el telón de fondo habitual de la vida en el convento: se construyeron nuevos claustros, tres cuerpos de la iglesia, el coro, la bella espadaña barroca o el refectorio. Pero la culminación de aquellas obras interminables llegó con la realización de la espectacular biblioteca, en 1798, uno de sus mayores orgullos. La pena es que 37 años después las desamortizaciones dejaron vacío el convento y a merced del saqueo.
Tres décadas pasaron hasta que el monasterio volvió a ser ocupado, ahora por la comunidad agustina actual, que lo acabó convirtiendo en centro de formación y estudio desde el que partieron numerosos misioneros hacia Filipinas.
La visita guiada al conjunto lleva cerca de una hora –que se hace corta- mientras se desgranan por aquí y por allá las vicisitudes, secretos y maravillas que fue dejando el paso de los siglos y el empeño de los hombres. Empezando por el claustro, realizado en 1517 sobre el anterior románico y del que sólo sobrevivió la fachada de la sala capitular, para seguir por la iglesia, que luce por dentro como una soberbia catedral. Especialmente la capilla mayor, construida en 1522 con el dinero del cardenal Mendoza y su hermano el conde de Miranda. En ella destaca la imagen de la Virgen, en piedra policromada, de finales del XIII, que preside el retablo renacentista. Llama poderosamente la atención la proliferación de vieiras en numerosos detalles arquitectónicos y ornamentales, recuerdo evidente de que por aquí también corrió el río de peregrinos a Santiago de Compostela. Mucho interés tiene el museo, habilitado en lo que antaño fuera granero y despensa, con tallas de marfil, monedas, pinturas, ropajes y delicadas piezas de orfebrería religiosa.
Ya fuera del recinto conventual, las marcas rojas y blancas del sendero de gran recorrido conducen por un costado del pueblo -surgido de la repoblación llevada a cabo por la construcción del embalse de Linares de Arroyo, en Segovia- a cruzar por debajo de la carretera general. Si mayores complicaciones, 2,5 kilómetros después de seguir un camino que corre muy cerca de la orilla del Duero, se llega a Guma, otro pueblo de colonización nacido de la política de embalses desarrollada en los años 40 y 50 del siglo XX.
El tramo entre Guma y Vadocondes lleva unos 6 km. El sendero abandona Guma por la pista que va hacia la gravera y cruza al otro lado del Canal de Guma para seguir en paralelo durante unos dos kilómetros. Después hace un requiebro y se pega a la orilla del Duero para recorrer los últimos dos kilómetros por un frondoso sendero ribereño.
Vadocondes es otra pequeña joya de esas que riega el Duero casi como quien no quiere la cosa. Su importancia está directamente relacionada con el hecho de que durante siglos fue el único vado existente entre Aranda y Langa de Duero. Fue ciudad amurallada, al menos allí por donde el río no ejercía de foso infranqueable. Y de aquellas murallas aún luce dos de las puertas que le daban acceso. En el centro del apretado casco urbano la plaza Mayor es un vistoso desahogo dominado por los volúmenes de la iglesia de La Asunción y el elegante rollo jurisdiccional.
El sendero deja Vadocondes por el mismo puente que cruzaron ejércitos y viajeros durante siglos para girar enseguida hacia la izquierda y pasar bajo las abandonadas vías del Valladolid-Ariza. Hasta Aranda median aún 10 kilómetros más y un tramo que se presta a la confusión a su paso por la Colonia La Enebrada. A pesar de que se anuncia como Camino Particular, es posible el paso. La «misteriosa» falta de balizas en ese tramo se subsana siguiendo el camino que corre paralelo a la orilla del río hasta que, pasada la Colonia, estas vuelven a reaparecer. Aunque no debería haberlos, hay perros sueltos.
EN MARCHA. El monasterio de Santa María de La Vid se encuentra situado a 19 kilómetros de Aranda de Duero. Se accede por la N-122 en dirección a Soria.
LA VISITA. Las visitas guiadas dan comienzo cada hora según el siguiente horario: martes-sábado: 10.30; 11.30; 12.30; 16.30; 17.30 y 18.30 -octubre-mayo/17,00; 18,00 y 19,00 – junio-septiembre. Domingo: 11.30 y 12.30. Tel. 947 53 05 10.
EL PASEO. Entre el monasterio de La Vid y Aranda de Duero median unos 19 kilómetros por los caminos que baliza el sendero de gran recorrido GR-14. Pueden hacerse sin problema en bicicleta de montaña o a pie si se dedican unas 5 horas.
Mapa de situación
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Trazado del recorrido