EL RECUERDO DE ALMANZOR
Texto y fotografías: JAVIER PRIETO GALLEGO
Cuando se habla de viajar cualquier excusa es buena. Bien vale que sea un puente largo, que vengan las vacaciones, que huela a fiesta de pueblo, que se sacuda la polilla a una tradición añosa o, como es el caso, que se saque de la noche de los tiempos el recuerdo polvoriento de una derrota pintada por la leyenda.
Calatañazor tiene asociada a su memoria la batalla que se llevó por delante al fiero y ubicuo Muhammad ibn Abu al-Mansur, alias El Victorioso por Dios, más conocido para la posteridad como Almanzor, el caudillo árabe que se puso la Península por montera, arrasando cuanto le vino en gana, decapitando cualquier atisbo de resistencia cristiana donde la hubiera y arramplando con tesoros propios y ajenos.
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Este caudillo, cuya mano destructora aparece apenas se pregunta por cualquier piedra caída en suelo antes del siglo X, era malagueño de cuerpo entero, nacido el año 940 en Torrox, para más señas. Su habilidad política, por una parte, y su valentía y fiereza, por otra, bastaron para ir construyendo la figura de un jinete tan legendario como lo fuera el Cid tan sólo un poco de tiempo después. Metido en plena campaña de expansión musulmana hacia el norte peninsular, ayudó a fijar la línea del Duero como frontera intocable para los cristianos. Y mientras, se paseó a sangre y fuego por donde fuera menester mantener alta su reputación de guerrero impío y ambición insaciable. Así, razia a razia, consiguió que su nombre fuera tan temido como su propia sombra: el demonio en persona para los acongojados cristianos; el brazo de Alá para los seguidores del Profeta.
Y fue en el verano de 1002, con 62 años a la espalda, cuando Almanzor, tras vencer en una batalla reñida en Cervera de Alhama y darse al saqueo en el monasterio de San Millán de la Cogolla, regresaba tan campante hacia sus cuarteles del Duero. Y fue en el Valle de la Sangre -toponimia manda-, el vallejo que se atisba desde el castillo de Calatañazor, donde fue sorprendido en una emboscada y dícese que «herido de muerte por una flecha enemiga».
La coplilla que todos cantan es que “en Calatañazor Almanzor perdió el tambor”. Después, una agónica retirada llevaría a sus huestes, y a él en la camilla, hacia Andaluz, Berlanga de Duero y Bordecorex, donde finalmente muere la noche del 10 al 11 de agosto, si bien la comitiva fúnebre acompaña el cadáver de su caudillo hasta Medinaceli, importantísima plaza del momento, donde debió de ser enterrado en algún lugar hoy ignoto. Sus restos nunca han sido localizados. Su tambor tampoco. Pero lo cierto es que, como gran parte de lo leído líneas arriba, la leyenda, dibujada sobre todo por el bando cristiano, se ha encargado de que hoy casi sea imposible saber con certeza lo que pasó antes, durante y después. Incluso, si en verdad llegó a existir la tal batalla.
Pero, ¿qué más da? Lo verdaderamente cierto es que brinda una excusa que ni pintada para llegarse en cualquier momento hasta Calatañazor, pueblo bien plantado donde los halla, de estampa cuidada y una arquitectura tan evocadora que sus calles saben de cine tanto como sus vecinos, expertos extras capaces de reconocerse en películas como “Campanadas de Medianoche” o ”Fuenteovejuna”. Sus cuatro calles, su hermosa iglesia, su ermita de la Soledad, su rollo, los retazos de su castillo bien valen un brindis por Almanzor, con o sin su tambor.
Cuando Orson Welles quiso encontrar en España un pueblo medieval en el que rodar su película “Campanadas de Medianoche”, no pudo localizar otro escenario mejor en toda la Península. Tal lucían sus calles empedradas, sus soportales con pilastras de madera de sabina, sus tejados de teja vieja, sus chimeneas cónicas, su rollo jurisdiccional, los retazos de su castillo, sus tabernas… La estampa de un pueblo con historia que había traspasado el túnel del tiempo para quedarse detenido en el siglo XI. Eso sucedía en 1965. Lo curioso, mejor dicho, lo raro en esta Castilla tan indolente, es que, si el director americano se levantara de su tumba para rodar una secuela, lo más seguro es que volviera a escogerlo. Porque Calatañazor, a pesar del tiempo transcurrido, sigue siendo un pueblo con estampa. Por suerte, sus cuatro calles y su taberna siguen brindando ese aire de villa rancia y auténtica, como quien ha sabido conservar una valiosa herencia para sacarla, al cabo del tiempo, buen partido.
LA VISITA
Dejado el coche a la entrada hay que caminar por sus calles, oler sus vientos con sabor a hierba y leña, y llegarse hasta la plaza. El trayecto, aunque corto, es jugoso. Se empieza por la ermita de La Soledad, románica, a la entrada de la población, donde hay que levantar la vista para escudriñar sus canecillos, algunos con personajes de aspecto africano, y se continúa con la observación detenida de fachadas y viejos herrajes; la iglesia de Santa María del Castillo, de origen románico, y que alberga piezas como un órgano portátil, una cámara de tesoros, o manuscritos reales del medievo, un buen retablo en el altar mayor, pila bautismal románica, un valioso Cristo gótico conocido como de El Amparo y un más que interesante museo. En la plaza se alza el rollo jurisdiccional, del siglo XV, y los restos del legendario castillo: imprescindible ascender hasta lo alto de la torre del homenaje y contemplar el llamado valle de La Sangre, de evidentes resonancias históricas y guerreras.
EN MARCHA. A Calatañazor se llega tras tomar un corto desvío de la N-122 a 31 kilómetros de Soria y 32 de El Burgo de Osma.
QUÉ MÁS. Cualquier visita a Calatañazor debe de completarse siempre, al menos, con dos paradas más.
01. Una es la que nos deja en el Sabinar de Calatañazor, un bosque relicto que está considerado el bosque de sabinas de mayor densidad del mundo. Se puede recorrer a pie dejando el coche en la entrada o, mucho mejor, acercarse andando desde Calatañazor por un sendero señalizado que parte desde esta localidad.
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Muchas gracias, que a pesar de ir edad y otras, no puedo hacer la caminata, pero si leerla y disfrutar un rato.
Un fuerte saludo de:
JOSE ANDRÉS VIZAN
¡Qué bien!! Me alegro de que disfrute con estos trabajos. Saludos.