EL PINAR DE ANTEQUERA: EL LUJO DE TENER UN BOSQUE SIEMPRE A MANO EN VALLADOLID

Pinar de Antequera en invierno. Niebla, nieve y cencellada. Valladolid. Castilla y León. España, 2021 © Javier Prieto Gallego;
Pinar de Antequera en invierno. Niebla, nieve y cencellada. Valladolid. Castilla y León. España, 2021 © Javier Prieto Gallego;
El Pinar de Antequera es un enorme espacio natural a las mismas puertas de la ciudad de Valladolid, un lujo de bosque que los vallisoletanos disfrutan de múltiples maneras a lo largo de todo el año. Recuerda que reservar tus alojamientos a través de Siempre de Paso me ayuda a generar contenido gratuito para que lo disfrutes.
Texto y fotografías: Javier Prieto Gallego

En una ciudad pegada al mar cuando alguien quiere dar un paseo -consigo mismo o en compañía-, disfrutar de sentir la brisa en la cara o de unas inspiraciones profundas de aire puro y reconfortante se va a dar un paseo por la playa o se acerca hasta el puerto a ver a las gaviotas. En Valladolid, ciudad muy plantada tierra adentro entre inmensidades de cereal y pinares, la gente se va a dar una vuelta por el Pinar de Antequera. Una seña de identidad que la define tanto como el Campo Grande, el Paseo de Zorrilla o la Seminici. Nada menos que mil hectáreas de bosque pinariego que se extienden desde los límites de la ciudad de Valladolid por el sur hasta las orillas del Duero.

 Pinar de Antequera. Valladolid. Castilla y León. España © Javier Prieto Gallego
Pinar de Antequera. Valladolid. Castilla y León. España © Javier Prieto Gallego

Durante décadas, especialmente en la segunda mitad del siglo XX, cuando no era tan habitual que cada familia tuviera su propio coche, el pinar de Antequera era el lugar de esparcimiento con mayúscula de los vallisoletanos. El destino de las excursiones dominicales al que se iba y volvía en el autobús urbano o en el tren. Todo un lujo para quienes –la mayoría- no podían plantearse escapadas de más alcance.

Por suerte, y gracias en parte a la especial protección con que cuenta, este espacio natural sigue funcionando como un auténtico reclamo para quienes gustan de disfrutar del aire libre en muy diversas formas. No es hablar por hablar, en un artículo de 2010 El Norte de Castilla citaba que “Mientras que en un fin de semana de invierno se pueden contabilizar cerca de dos mil visitantes, en primavera el número crece hasta los seis mil y en verano alcanza una media de 16.000”, con días en los que se alcanzaban los 23.000.

Pinares de Valladolid en invierno. Niebla, nieve y cencellada. Valladolid. Castilla y León. España, 2021 © Javier Prieto Gallego;
Pinares de Valladolid en invierno. Niebla, nieve y cencellada. Valladolid. Castilla y León. España, 2021 © Javier Prieto Gallego;
Pinus pinaster. Pinar de Antequera. Valladiolid. Castilla y León. España © Javier Prieto Gallego
Pinus pinaster. Pinar de Antequera. Valladiolid. Castilla y León. España © Javier Prieto Gallego

Mucho contribuye el fantástico carril bici que lo recorre casi por la mitad mientras comunica la ciudad con Puente Duero –corriendo en paralelo a la Cañada Real Merinera- y Simancas. Pero también la multitud de senderillos que permiten adentrarse por unas espesuras que se vuelven casi hasta misteriosas en cuanto se abandonan las zonas con más ajetreo. Porque a pesar de sus muchos achaques –que los tiene- este espacio natural sigue funcionando como un auténtico “pulmón verde”, un entorno, a un paso de la ciudad, donde poder disfrutar del siempre reconfortante aroma de los pinares, del footing, el running, la bicicleta, la charla entre amigos, el picnic, una merienda entre mesas y sillas de camping o hasta de un jornada de senderismo.

Sendero de la Legua. Pinar de Antequera. Valladolid. Castilla y León. España © Javier Prieto Gallego
Sendero de la Legua. Pinar de Antequera. Valladolid. Castilla y León. España © Javier Prieto Gallego

Para esto último encontramos dos senderos señalizados, dos estupendas formas de alejarnos de las zonas más concurridas y tener un contacto más cercano con las diferentes especies animales y vegetales que atesora el espacio.

Sendero de la Legua. Pinar de Antequera. Valladolid. Castilla y León. España © Javier Prieto Gallego
Sendero de la Legua. Pinar de Antequera. Valladolid. Castilla y León. España © Javier Prieto Gallego
Sendero de la Legua. Pinus pinaster. Pinar de Antequera. Valladiolid. Castilla y León. España © Javier Prieto Gallego
Sendero de la Legua. Pinus pinaster. Pinar de Antequera. Valladiolid. Castilla y León. España © Javier Prieto Gallego

El primero de ellos es la conocida como Senda de la Legua, un sendero circular señalizado en sus desvíos y variantes que parte de una zona próxima a la entrada a las piscinas de FASA-RENAULT. Tiene 5.802 metros de longitud, de donde le viene el nombre. La legua fue una ancestral medida de longitud, muy usada durante siglos en España. Pero también muy imprecisa, con muy distinto significado según las regiones o incluso si la refería alguien que caminaba o montaba a caballo, hasta que Carlos IV en 1801, por Real Orden de 26 de enero de 1801,  estableció que: “Para que la legua corresponda próximamente a lo que en toda España se ha llamado y llama legua (que es el camino que regularmente se anda en una hora) será dicha legua de veinte mil pies, es decir 5.573 metros, la que se usará en todos los casos que se trate de ella, sean caminos Reales, en los Tribunales y fuera de ellos”. Queda claro que este sendero viene a recorrerse, descontando el tiempo que cada cual quiera dedicar a las paradas, más o menos en una hora.

Sendero de la Legua. Pinar de Antequera. Valladolid. Castilla y León. España © Javier Prieto Gallego
Sendero de la Legua. Pinus pinaster. Pinar de Antequera. Valladiolid. Castilla y León. España © Javier Prieto Gallego

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Sendero de la Legua. Pinar de Antequera. Valladolid. Castilla y León. España © Javier Prieto Gallego
Sendero de la Legua. Pinar de Antequera. Valladolid. Castilla y León. España © Javier Prieto Gallego

Una segunda opción de paseo señalizado es el Camino de la Playa. La playa fluvial de Puente Duero, un pequeño arenal de ribera muy próximo a esta localidad, anexionada a su vez como barrio a la ciudad de Valladolid en 1960, fue un punto de encuentro muy concurrido durante las décadas de los años 60 y 70 del siglo XX. Los domingos de verano sus tres playas fluviales, aglutinadas en torno al puente medieval que le da nombre, llegaban a convocar hasta 10.000 personas para disfrutar de las aguas frescas del Duero. La generalización de las piscinas, la contaminación de las aguas del río y las medidas de protección ambiental de tomadas para todo el entorno del Pinar de Antequera acabaron con aquellas concentraciones domingueras al llegar los años 90.

Hoy, este paseo circular de 6.756 metros que discurre desde las tapias del cuartel Teniente Galiana en dirección sur por los caminos del pinar permite acercarse hasta la principal de aquellas playas, donde las mesas y bancos pertenecientes a su zona de recreo vienen que ni pintadas para una buena merienda. En el trayecto observaremos cómo a medida que nos aproximamos al río se produce una mayor diversificación vegetal y de la comunidad faunística asociada a la franja de vegetación de ribera que se extiende desde las orillas del río, con presencia, sobre todo, de chopos, sauces, fresnos y alisos, además de carrascas y otras especies arbustivas.

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Pero si de especies vegetales hablamos es evidente que el pinus pinea, es decir, el pino piñonero, inconfundible por su copa en forma de extensa sombrilla verde, es el rey del Pinar de Antequera. Una especie que, aunque ahora cueste creerlo, no fue la primigenia aquí, en la que prevalecieron hasta el siglo XIV las masas forestales de encina y roble. Es a partir de ese siglo cuando los encinares, en toda esta zona de la Cuenca del Duero, empiezan a sustituirse por los pinares, usados en las repoblaciones por su mayor resistencia y menor exposición a las mordeduras del ganado, que sigue sin encontrarle ningún gusto a mordisquear las acículas pinchudas.

Pinus pinaster. Pinar de Antequera. Valladiolid. Castilla y León. España © Javier Prieto Gallego
Pinus pinaster. Pinar de Antequera. Valladiolid. Castilla y León. España © Javier Prieto Gallego

Felipe II impulsó decididamente la plantación de pinos en aquellas zonas con suelos arenosos como una forma -“sostenible” se diría ahora- de detener el avance, por empuje del viento, de las dunas sobre los campos de labor. Por el Libro de Actas del Ayuntamiento de Valladolid se sabe que el Pinar de Antequera, como muchos de esos nuevos pinares, estaba ya en explotación de sus maderas y frutos en el siglo XVI.

Y aunque es verdad que el pino piñonero es por aquí el rey también es verdad que, según las zonas, no es el único en su corte. También encontramos encinas que tienden, poco a poco, a recuperar un terreno que hace muchos siglos que les fue propio. De la misma forma que bajo la sombra densa de los pinos se ven despuntar diversas clases de arbustos, como el espino albar, retamas, aulagas, esparragueras silvestres, tomillos o cantuesos.

Pinus pinaster. Pinar de Antequera. Valladiolid. Castilla y León. España © Javier Prieto Gallego
Pinus pinaster. Pinar de Antequera. Valladiolid. Castilla y León. España © Javier Prieto Gallego

Entre la comunidad faunística es fácil el avistamiento de ardillas e incluso, cada vez más del corzo. Pero en las frondas, sobre todo en las zonas donde reina la paz y el sosiego, pueden descubrirse gran variedad de aves como el mito, el agateador común, el pinzón en invierno, herrerillos, picapinos, gorrión molinero, el picogordo, algún piquituerto o agateador común. El pinar es también dominio para el azor, milanos o el águila calzada. Más a ras de suelo no es difícil toparse con algún conejo, zorros, ratones campestres, lirón careto o erizos. Y en ocasiones, escondidos entre la arena, alacranes.

Un último apunte, este de carácter histórico y muy luctuoso, nos lleva a recordar la tremenda explosión que convirtió el Pinar de Antequera en escenario de una tragedia el 21 de septiembre del año 1940. Justo cuando la ciudad comenzaba a disfrutar de sus Fiestas de San Mateo –que quedaron inmediatamente suspendidas- se produjo la explosión de un polvorín del Ejército de Tierra en el Pinar de Antequera, que dejó un balance final de 116 muertos -97 militares y 9 bomberos- y 63 heridos.

Al parecer, el detonante de la explosión estuvo en el incendio de un bidón de alquitrán cuyo fuego no tardó en extenderse por el entorno de los cuarteles ubicados en el pinar. Según se informó en su momento, el incendio se produjo de manera “causal y obedeció al incendio de un bidón de alquitrán de los que se empleaban para el embreado de un camino vecinal” que se estaba construyendo para dar servicio a los polvorines militares en los que se almacenaba una abultada cantidad de munición, mucha de ella procedente de la aún cercana Guerra Civil y tal vez no en las mejores condiciones. Nunca lo sabremos porque en aquel entonces el gobierno franquista se ocupo de minimizar esta tragedia, por si las moscas: ni la posibilidad de un atentado ni la de una tremenda chapuza darían la sensación de fortaleza y eficacia que propugnaba el nuevo régimen. Al alcanzar el fuego la zona en la que se encontraban los almacenes subterráneos, y cuando los bomberos ya intentaban evitar lo peor, fue cuando se produjo la explosión: 201 toneladas de pólvora saltaron por los aires abriendo en el suelo un cráter de 80 m. de diámetro y 23 de profundidad. Así lo contó EL NORTE DE CASTILLA.

Respiraderos de un antiguo polvorín. Pinus pinaster. Pinar de Antequera. Valladiolid. Castilla y León. España © Javier Prieto Gallego
Respiraderos de un antiguo polvorín. Pinus pinaster. Pinar de Antequera. Valladiolid. Castilla y León. España © Javier Prieto Gallego

Aunque parezca increíble, y para prueba de que al ser humano le cuesta aprender de sus errores, tan solo 10 años más tarde, en 1950 se repitió una segunda explosión en estos polvorines con el balance de cinco fallecidos, cuatro militares y una mujer, vecina del Pinar, a la que impactó una piedra de enormes proporciones, además de más de 70 heridos.

Con un poco de atención, en el recorrido de la Senda de la Legua, al lado derecho según se va, aún hoy se pueden identificar restos de alguno de aquellos polvorines subterráneos, con sus respiraderos, y, aunque no es fácil a simple vista, también del enorme cráter, muy disimulado tras las labores de restitución llevadas a cabo no hace mucho tiempo.

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