Desfiladeros, cuevas y templarios en un paseo por el Cañón del Río Lobos
© Texto y fotografías : Javier Prieto Gallego
Catorce kilómetros de hoces y contrahoces, buitres, alimoches, nenúfares y cuevas, decenas de cuevas. Así es este cañón de resonancias esotéricas, un auténtico recital de colores y paredes verticales tan lleno de secretos y misterios que la imaginación se dispara como un carrusel desbocado. Para muchos no es más que la manifestación evidente de que algo fluye por este cañón sinuoso, algo que no puede verse con los ojos pero que toca en lo más profundo a quienes se adentran por sus entrañas.
Lo que sí puede verse con los ojos es la belleza del espectacular tajo que el río Lobos dibuja en su camino hacia el Ucero, con el que confluye a las puertas de la localidad del mismo nombre. De caudal humilde y tranquilo, orlado de nenúfares y juncos en sus orillas, talla en su recorrido un pasillo hermoso al que se asoman infinidad de oquedades y riscos, grandes y pequeñas cuevas que configuran uno de los paisajes kársticos más importantes del sur de Europa. En un pasado remoto muchas de estas cuevas sirvieron también al hombre primitivo que encontró en ellas un lugar idóneo en el que habitar.
Vídeo del reportaje EL CAÑÓN DEL RÍO LOBOS
El río Lobos es un río burgalés de nacimiento pero soriano de adopción. Así, tiene sus nacederos en el pueblo de Hontoria del Pinar y no muy lejos de allí es donde comienza a escarbar la planicie rocosa para terminar consiguiendo las singulares oquedades con que nos obsequia durante buena parte de su vida. Treinta kilómetros largos de ribera antes de desembocar en el Ucero, a su vez deudor del cercano Duero, de los que cerca de catorce conforman el sinuoso trazado de sus hoces. Un auténtico corredor medioambiental -como se dice ahora- del que cabe destacar, amén de sus espectaculares riscos, la nutrida población de buitre leonado que cría entre sus paredes y que según la estimación de los propios gestores del Parque alcanza ya las 100 parejas reproductoras; una de las más importantes colonias de esta especie en la Península y, como ocurre en otras hoces renombradas (Duratón, Riaza, Arlanza), uno de los atractivos más poderosos para el visitante.
Pero el catálogo de especies que han encontrado acomodo en el lugar es extenso calculándose en doscientas sólo las de vertebrados. A la omnipresencia del buitre hay que añadir la relativa abundancia del águila real y perdicera, del alimoche, del búho real y de un variopinto surtido de rapaces relacionadas con el medio rocoso. Entre los mamíferos destaca la importante presencia jabalíes y zorros que pueden tener como vecinos más ocasionales a ciervos y corzos llegados desde las cercanas estribaciones de la sierra de Urbión donde son mucho más abundantes. Pero un visitante atento podrá disfrutar también con los saltos inquietos de la ardilla, los correteos acelerados de liebres, conejos y comadrejas. Las innumerables oquedades diseminadas en mil y una cuevas y covachas dan cobijo a una nutrida colonia de murciélagos que en estos momentos está siendo estudiada en profundidad. De forma excepcional el lobo también puede hacer acto de presencia en un lugar en el que hasta no hace muchos años era relativamente frecuente.
La riqueza piscícola de este curso de agua sin fuentes estables tampoco es desdeñable. Lo saben bien los pescadores de la zona. Y todo ello en un río cuyos niveles dependen casi exclusivamente de la nieve acumulada en las montañas o de los arroyos de temporada. No es extraño ver sus aguas prácticamente detenidas, aunque sin llegar a desaparecer totalmente, durante los meses más agobiantes del estío mientras que el tránsito por sus orillas está totalmente desaconsejado durante el invierno debido a que las crecidas sumergen incluso parte de los senderos por los que transcurre la ruta más frecuentada del Parque. Culebras, ranas e incluso ejemplares de víbora hocicuda, completan el rico panorama de especies que pueden verse a lo largo, ancho y alto del cañón.
San Bartolomé
Pero este río encañonado no sería lo que es sin su ermita, sus buitres y sus leyendas. Situada frente a la llamada Cueva Grande, y justo en una de las más espectaculares revueltas del río que preside un llamativo arco horadado por la erosión en lo alto de los cantiles, la ermita románica de San Bartolomé conforma una de las estampas más personales de todo el conjunto. Se sabe que fue levantada en el siglo XII y que muy posiblemente formara parte de un convento del que en la actualidad no ha quedado más rastro que la actual construcción. Poco -o nada- se sabe con certeza de sus constructores. Sin embargo, y aunque no se cuenta con documentos que lo atestigüen, la tradición es firme en la creencia de que se trata de un edificio levantado por la Orden de los Caballeros del Temple.
Para empezar, está el enigma de su mismísima ubicación: según cálculos realizados por aficionados a lo mistérico, la ermita de San Bartolomé se halla exactamente a la misma distancia del cabo de Finisterre que del de Creus, 527,17 km en cada dirección, siendo así un punto geográfico equidistante del oriente y del occidente peninsular. Para los estudiosos del templarismo está claro que esta comunidad de monjes-guerreros nunca elegía sus emplazamientos al azar y que siempre, detrás de ellos, se encuentran razones de peso. La elección de puntos geográficos determinados -como éste-, cuya significación suele venir dada por variantes matemáticas o por una tradición esotérica anterior al cristianismo tendría mucho que ver con aquellos lugares en los que se detectaba la surgencia de importantes energías telúricas.
La creencia de que se trata de un lugar escogido por los templarios para la realización de ritos o como simple rincón de retiro en el que los monjes recogerían dichas energías viene a reforzarse con una atenta mirada a los canecillos de la ermita: cascos templarios, cruces, pentágonos estrellados, juglares, toneles y marcas de canteros o cabezas de lobo parecen formar parte de los singulares acertijos para iniciados a los que eran tan dados estos oscuros personajes de la oscura Edad Media. Sea como fuere en realidad, la presencia de la ermita en uno de los recodos más hermosos del río sigue siendo acicate para que hasta las imaginaciones más adormiladas disfruten recreando el entorno con caballeros embozados, cuevas habitadas por ermitaños y mensajeros portadores de secretos recorriendo de incógnito el fondo del desfiladero en busca de barbudos monjes recién llegados del lejano Jerusalén.
El Parque Natural del Cañón del Río Lobos, delimitado en torno a este bello cañón, fue creado en 1985, siendo el primero en ser gestionado por la Comunidad de Castilla y León.
A pie
Aunque en el Centro de Interpretación del Parque informan acerca de otros posibles recorridos por su interior, el trazado más clásico y más recomendado es el que transcurre a lo largo de los catorce kilómetros en los que el río Lobos talla el cañón. De esta forma la mayoría de los visitantes optan por comenzar el recorrido partiendo del aparcamiento de Valdecea, que está un kilómetro antes de la ermita. A partir de aquí la pista forestal pasa a convertirse en un entretenido sendero junto al río que se adentra entre los farallones más escarpados del recorrido. Remontando las aguas del Lobos, y embelesados por el singular paisaje de rocas y sabinas, no tardaremos en identificar un poderoso barranco abierto hacia la derecha. Es el barranco de Valdearroyos, un tajo por el que se introduce la Cañada Real Soriana, proveniente de los pinares de Covaleda, hacia el fondo del desfiladero. Por delante quedan aún varios kilómetros de hoces y alicientes como el que supone la contemplación de su Cueva Negra o, algo más allá, el remanso de la curva conocida como el Pozo Negro. El recorrido tradicionalmente concluye en el puente de los Siete Ojos, a nueve kilómetros del inicio y en la carretera que une Santa María de las Hoyas y San Leonardo de Yagüe, donde se inicia el regreso por el mismo sendero hacia el punto de partida.
EN MARCHA. El acceso más habitual al interior del Parque se realiza desde el pueblo de Ucero, a 17 kilómetros de El Burgo de Osma, en la provincia de Soria, por la carretera que une esta localidad con la de San Leonardo de Yagüe.
A PIE. La Senda del Río, entre el aparcamiento de Valdecea y el puente de los Siete Ojos está señalizada como PR-SOBU-65. Son 9,2 km que pueden recorrerse en unas 3 horas. Dado que la vuelta es por el mismo camino, cada cual puede acortar el paseo según su tiempo disponible.
DIFICULTAD. Muy fácil e indicada para hacer con niños.
INFORMACIÓN. Casa del Parque Natural Cañón del Río Lobos, tel. 975 36 35 64.
Desde estas latitudes, Argentina, he observado y vivido el terruño de mi abuelo paterno. Gracias a vuestra guía de caminante. Mi abuelo Pedro de Pablo era oriundo de Cabrejas del Pinar, Soria! Un lujo de paseo! Muchas gracias!
Qué bien! Me alegro de este viaje virtual. Saludos