Texto y fotografías: JAVIER PRIETO GALLEGO
Para este crucero no hacen falta pulserita de colores ni pastillas contra el mareo. Todo lo más, si cabe, algo para aliviar las digestiones pesadas. Y para eso -ya se explicará- la receta es un cardiosaludable paseo por entre las huertas barcenses. La travesía es de dos días y el barco -ahora viene la ocurrencia- se encuentra varado al pie de una de las sierras más castizas del interior de España, la de Gredos; a 270 km en línea recta de la costa más cercana -el Atlántico- pero rodeado de puertos -de montaña, claro- casi por todas partes. Proponemos un fin de semana, nada náutico, por cierto, a bordo de El Barco de Ávila.
Si te animas a realizar este viaje para disfrutar de pueblos y naturaleza, reserva ya aquí.
Sábado por la mañana
Si el embarque a esta excursión se realiza el sábado por la mañana puede ser una buena idea empezar por el Museo de la Judía (cerrado ahora temporalmente. tel. 920 34 01 00). Está abierto el viernes por la tarde, el sábado en horario de mañana y tarde y el domingo por la mañana. Lo encontramos ubicado en el paseo que hay junto al Tormes y a un paso del Puente Viejo (o Románico), en el antiguo edificio en el que antes se ubicó el matadero y, después, el centro de interpretación del Tormes. Es una estupenda introducción sobre el que, hoy por hoy, es uno de los mayores orgullos de El Barco: el cultivo de la judía y cómo este ha colocado a la localidad en el mapa gastronómico de la península Ibérica.
El paseo por sus salas es un repaso a la historia de este cultivo. En especial para conocer el muestrario de aperos y herramientas que a lo largo del tiempo se han venido sucediendo para acometer las labores que les son propias. Cestas, cribas, fumigadores, botijos, cántaros, balanzas, azadas, arados, rastrillos, guarniciones y hasta un carro forman parte de una colección a la que han contribuido con piezas muchos de los vecinos. En el recorrido, que aparece amenizado con la representación de espacios tradicionales, como una cocina rural de las de toda la vida, comenzamos a familiarizarnos con latinajos como «Phaseolus vulgaris», nada menos que la especie de la que derivan las siete variedades con Indicación Geográfica Protegida «Judías de El Barco de Ávila«. Aunque parezca que no, y si luego pensamos comprar en alguno de los comercios de El Barco judías para llevar, es bueno, al menos, saber que cuando aquí hablamos de judías hablamos de un muestrario tan extenso como exquisito. A saber: blanca riñón, blanca redonda, arrocina, planchada, morada redonda, morada larga y judión del Barco, cada una con sus particularidades de textura y sabor.
Y, ya puestos, es buen momento para quedarse con cosas como que la arrocina, blanca y la de menor tamaño de todas, es la más genuina. Se cultiva casi en exclusiva por estos lares y era la que los agricultores, sabedores de sus bondades, cultivaban para quedarse ellos. O que la blanca riñón, que goza de un excelente prestigio debido a la suavidad que presenta en la boca, acostumbra a cultivarse en las zonas más frías y difíciles.
Según el tiempo que dediquemos a estas lecciones, corresponde después el paseo por un casco urbano que tiene condición de Conjunto Histórico. Un reconocimiento que destaca tanto el estado de conservación de algunos de sus hitos monumentales como el propio trazado urbano de la localidad, generado durante la época de la repoblación, entre los siglos X y XI.
Por cierto, que si disponemos de tiempo y ganas, una estupenda forma de no perderse nada es seguir el itinerario autoguiado que discurre por todo el casco urbano sin saltarse nada de los imprescindible. Son 3 kilómetros en los que se proponen 13 paradas que podemos ir administrando a nuestro gusto mientras escuchamos las correspondientes explicaciones mediante las audioguías que encontramos en la web de la ruta. La primera de las señales la encontramos en la Oficina de Turismo (Plaza de la Constitución. Tel. 920 34 01 00.)
Si preferimos deambular a nuestro aire, desde el Museo de la Judía lo que tenemos más a mano es el Puente Viejo (o Románico). Medieval, en cualquier caso y tal fundamental en la historia de El Barco como el castillo, que veremos luego. De hecho, la localidad fue creciendo aquí porque aquí estaba uno de sus pasos principales sobre el Tormes en los caminos de ida y vuelta entre la meseta y Extremadura. Como acostumbra a suceder con los puentes de mucho trote, ha sido numerosas veces tirado y reconstruido, en especial tras los asedios franceses que durante la Guerra de la Independencia se llevaron por delante gran parte del caserío. Su perfil alomado estaba rematado, justo en el medio, por una torre con funciones defensivas y de peaje que se perdió durante la francesada. Sí o sí hay que pasar a la otra orilla, tanto por disfrutar de la bella composición que forman río, puente, caserío, iglesia, castillo y sierra, como por acercarse hasta la ermita del Cristo del Caño, uno de los hitos de la localidad.
De vuelta a la otra orilla hay que pasar ante el exiguo vestigio que se ve de la Puerta del Puente y enfilar por la calle del mismo nombre hacia la plaza de las Acacias. Ahí encontramos la monumental iglesia de la Asunción, con muchísimo arte en su interior y un interesante Museo Parroquial que habría que hacer por ver (tel. 920 3400 77). En una esquina queda la ermita de San Pedro del Barco, levantada sobre el solar en el que naciera este santo local y el inicio de la calle que lleva hasta la plaza de España. La calle continúa como calle Mayor y a ella se asoman algunas de las fachadas más notables de El Barco. En especial destaca, en el número 33, el edificio de la Cárcel, hoy conjunto de dotaciones culturales cuyo zaguán conserva muy bien el espíritu de este edificio del siglo XVII. Más adelante arranca el enlace hasta la espléndida fortaleza -que solo se ve por fuera- y, un poco más allá, el edificio de usos culturales que alberga a la Oficina de Turismo (tel. 920 340 100). Fuera de este circuito, hacia el sur, aparecen sobre el plano la puerta del Ahorcado, la más entera de cuantas permitían franquear la muralla medieval, y un tramo de esta. Y, hacia el río, la calle de la Gallareta, un corto callejón de aires típicos al pie de la iglesia.
Llegada la hora de comer, son varios los sitios en los que refugiarse y salir bien servido. En cuanto a lo qué pedir, pocas dudas (judías, chuletones, croquetas, caldereta…).
Por la tarde
Una forma estupenda de aligerar la digestión es dándose el paseo por la Ruta de la Ribera de El Barco. Es un circuito de tres kilómetros que discurre por entre la zona de huertas en las que se cultivan las legumbres que nos acabamos de comer. Está señalizada y salpicada con pequeños paneles que nos ayudaran a repasar lo aprendido por la mañana. El inicio del circuito se localiza casi al comienzo de la carretera que va hacia Los Llanos.
El domingo, pueblos abandonados
Una idea para llenar la jornada del domingo puede ser la de dedicarse a pasear por el monte en busca de los restos de pueblos que fueron y, un día, quedaron vacíos. Cerca de El Barco encontramos dos.
El primero hasta el que podemos acercarnos es Cabezuelo. El paseo a pie podemos arrancarlo en La Carrera. Al pie de la iglesia se ve el mapa y la señalización del GR-293 que, en 2 km, nos lleva hasta este pueblo abandonado que sirvió como escenario para rodar algunas secuencias de La Noche de los Girasoles. El segundo de estos pueblos del silencio, Casas de las Sierra, podemos alcanzarlo en dos kilómetros por la pista que asciende desde la localidad de Santa Lucía. A la salida del pueblo tomamos el camino que sube hacia el depósito de agua. Al alcanzarlo se sigue por el ramal de la derecha. Un poco más adelante, de nuevo por el de la derecha y a continuación por el de la izquierda. Luego solo queda un largo repecho con algún zigzag hasta llegar a él.
CHOCOLATES EL CANARIO. No todos son judías en El Barco. Hay quien, de viaje por el valle del Tormes, no deja de hacer una paradita para echar una tableta de chocolates El Canario en la cesta de la compra. La empresa, de tradición familiar, nació en 1905 en el pueblo de Navatejares, muy cerca de El Barco. En un principio estuvo dedicada, además de al chocolate, a la elaboración de toda clase de dulces: almendras garrapiñadas, pernalas, caramelos, rosquillas, magdalenas, etc. Pero pronto acabó centrándose en el chocolate y el tostado de café. Fue en 1988 cuando la pequeña fábrica trasladó sus instalaciones desde Navatejares a El Barco de Ávila.
INFORMACIÓN: Oficina de Turismo. Tel. 920 34 01 00. Web: aytobarcodeavila.net.