¡QUÉ GOTERAS TAN BONITAS!
Un viaje de asombros y tortícolis a la Cueva de Valporquero
© Texto, vídeo y fotografías: JAVIER PRIETO GALLEGOPues no. No siempre las goteras traen humedades indeseables y dolores de cabeza. En ocasiones, pocas pero gloriosas,
las goteras explotan en un catálogo de formas y colores tan impactantes que dejan con la boca abierta durante horas. Y, también a veces, con un remusguillo en el cuello de tanto mirar y mirar hacia arriba. Eso es lo que pasa, por ejemplo, en la Cueva de Valporquero, la cavidad turística de mayor recorrido visitable de la Península y un espectáculo natural de primera categoría. Sin paliativos.
Y eso, porque no siempre es necesario ascender a las alturas para disfrutar de los paisajes más espectaculares. En ocasiones, como esta, basta adentrarse un poco bajo la tierra para quedar tan impactado como si se estuviera subido al Empire State. No porque se abarque un panorama infinito o una vista inmensa sino porque en dos pasos, los que llevan de fuera adentro, lo que se ve, lo que se oye, lo que se siente no parece de este mundo. Y sin embargo, lo es.
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Tanto como que lleva formándose entre 1,5 y 2 millones de años. Los que ha necesitado el agua del arroyo de Valporquero en combinación con otros agentes moldeadores, como el dióxido de carbono, para ir disolviendo una roca, la caliza, tan dura en apariencia como un yunque. Sin embargo -los geólogos y espeleólogos lo saben de sobra- basta que el agua entre en contacto con este elemento químico presente en la atmósfera para que la roca caliza se ablande como un queso. Es el punto débil que el agua aprovecha para colarse por donde puede horadando y horadando sin parar, ahuecando el corazón de las montañas para trazar bajo tierra laberintos fabulosos o abrir salas en las que cabe, sin agobios, la catedral de León.
El camino desde León a las Cuevas de Valporquero ya deja ver algo de lo que luego se muestra bajo tierra: las hoces de Vegacervera, que dividen en dos la montaña, no es otra cosa que el empeño del río Torío por abrirse paso aprovechando la facilidad con que la roca caliza se ablanda ante la insistencia del agua. A este curso viene a desaguar, tras su viaje de maravillas por el interior de la montaña, el arroyo de Valporquero. Son tres kilómetros de sifones, cascadas interiores, estrecheces y asombros que quien quiera puede hacer también de la mano de las empresas de turismo activo autorizadas para ello.
Dicen los responsables que no hacen falta conocimientos especiales ni una forma física determinada. «Basta saber nadar y querer pasárselo bien», lo demás lo ponen los guías que acompañan en la experiencia: desde los trajes de neopreno necesarios para soportar la baja temperatura del agua hasta el transporte, si es necesario, desde Vegacervera. Desde que Ana Duato y Jesús Calleja hicieron este mismo recorrido espeleológico entre cascadas de agua y rápeles para el programa «Un país para comérselo» muchos de los que llegan a Valporquero preguntan con insistencia por esta posibilidad. Los que lo han probado hablan de un «subidón» de adrenalina de los que hacen época.
Pero no, a la mayor parte de los visitantes que acoge esta cueva cada año no les hace falta ponerse neoprenos ni cascos con leds. Basta con estar puntual a las horas de visita de la cueva y tener previsto que en el interior hay, a lo largo de todo el año, una temperatura constante, 7ºC, y una humedad que sobrepasa el 90%. Es decir, un forro polar nunca está de más. Tampoco hace falta un calzado especial, todo el recorrido turístico discurre por una zona acondicionada, aunque es conveniente que tenga buena suela y, a ser posible, sea impermeable. Especialmente si la visita se realiza en época de lluvias o deshielos. «Es entonces cuando la visita resulta más espectacular», apuntan los guías.
Es entonces -primavera, otoño,invierno-, cuando el arroyo de Valporquero lleva todavía caudal suficiente como para verle correr por el interior de la cueva o despeñarse en cascada hacia el nivel inferior en la Sala de las Hadas. A la impresión que causa pasear por el hueco inmenso de la Gran Rotonda, 100.000 m3 horadados en el interior de la montaña, se suma el ruido ensordecedor del agua precipitándose por todas partes. Tanto, que es imposible escuchar las explicaciones del guía sin ayuda de la megafonía.
Gracias a esas explicaciones, que ya ha anticipado en el gran atrio de entrada a la cueva -aquí todo es grande, desmesurado como estómago de dinosaurio- nos enteramos de que el arroyo de Valporquero empezó su labor de zapa hará unos dos millones de años, cuando comenzó a buscar la salida del valle «ciego» en el que brota. Porque esa es otra: el acceso a la cueva se localiza en el fondo de un valle sin entradas ni salidas naturales, con forma de embudo -técnicamente una dolina- a los pies de la localidad de Valporquero de Torío. Ahora se accede por un túnel artificial horadado cuando se acondicionó la cueva a finales de los años 60 del siglo XX pero antaño los vecinos de la zona lo hacía por caminos de cabras.
El empeño del arroyo por salir de esa encerrona natural es el que le llevó a traspasar la montaña. Y lo logró: en ese empeño trazó por su interior un primer recorrido de algo más de un kilómetro antes de salir al exterior por el otro lado. Es, precisamente, el mismo recorrido que realizan las visitas turísticas de la cueva dos millones de años después. Es la que se conoce como «la parte fósil de la cueva». Los recovecos, las maravillosas fantasías en piedra que se observan en el transcurso de la visita, las coladas, los toboganes, la Gran Vía, la Sala de las Maravillas… no son otra cosa que el muestrario de habilidades orográficas dejadas por el arroyo antes de abandonar este cauce para continuar su andadura por un nivel inferior. Después de ese abandono, o casi al mismo tiempo, llegaron las «goteras», las filtraciones que desde la parte superior de la cueva comenzaron a formar alucinantes cielos de estalactitas en su gotear continuo. Al ritmo máximo de un centímetro cúbico cada 100 años el interior del laberinto se fue adornando con un repertorio inabarcable de formaciones naturales, de auténticos «bosques» de columnas, de cielos plagados de estalactitas que apuntan, puntiagudas como espadas, el paso de los visitantes.
Pero el poder erosivo del agua no se detiene nunca. La evolución «lógica» de aquella primera acción es que el curso del torrente acabó encontrando caminos más fáciles por los que discurrir. Y así, hace unos 700.000 años, abandonó el primer cauce para continuar en un nivel inferior de la cueva. Son los 3.300 metros por los que corren actualmente las aguas del río antes de ir a desaguar a las hoces de Vegacervera. Son los tres kilómetros de «subidón» -aunque se hagan en descenso- para los que es necesario ponerse de acuerdo con alguna de las empresas de turismo activo autorizadas.
El complemento ideal a esta visita a las interioridades de la tierra, la más completa viene a durar hora y media aunque cuando acaba parece que hayan pasado 10 minutos, es el recorrido senderista señalizado en torno a la cueva. Tiene el poco poético nombre de «Exocarst» pero completa muy bien una jornada dedicada a conocer la cueva por dentro y por fuera. El sendero, que se realiza sin guía aunque siguiendo un reguero que flechas clavadas en el suelo, está pensado para explicar cómo los fenómenos cársticos van modelando el paisaje a lo largo del tiempo. Está ilustrada con tres paneles informativos y pequeñas placas ubicadas frente a los lugares donde se pueden observar y poner nombre a estos fenómenos. Es de fácil realización, circular con principio y final en el aparcamiento de la cueva, y un recorrido de unos 2 kilómetros que pueden realizarse en una hora y media.
Casi al final del recorrido se brinda la oportunidad de adentrarse durante un trecho en el hayedo de Valporquero, un espacio singular y de alto valor ecológico que se desparrama sobre las laderas calizas de la hoya al fondo de la cual, como el desagüe de un lavabo, se abre la oscura y húmeda boca de la cueva por la que parece brotar un canto de sirena tan potente que hechiza al visitante. Y le ciega hasta tal punto que son muy pocos los que siquiera se detienen un respiro a gozar con las asombrosas vistas que brinda el mirador que queda junto a la carretera, unos metros por encima de Valporquero de Torío.
Una vez visitado el hayedo es preciso retomar el reguero de flechas que, desde aquí, se encamina ya hacia el aparcamiento de la cueva.
INFORMACIÓN. Cueva de Valporquero: Tel. 987 57 64 08. Web: www.cuevadevalporquero.es.
REALIZAN EL RECORRIDO ESPELEOLÓGICO AUTORIZADO. Guheko: tel. 987 08 20 83; www.guheko.com. Naturocio: Tel. 629 33 17 38; www.naturocio.net.
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Este es el programa que dedicamos a la Cueva del Valporquero en el espacio PISTAS de Onda Cero Castilla y León. Puedes descargarlo para escucharlo donde quieras. Y no te olvides de suscribirte a los podcast para no perderte las novedades.
Buenas tardes Javier, desde l`Hospitalet de Llobregat (BCN.), quiero agradecerte el que me ayas invitado a compartir tus experiencias por la naturaleza de Castilla Leòn.
Me alegro de que te resulte interesante. Saludos.