Un camino entre dos aguas
De pedales por el Canal del Duero, otra delicia más de la Ribera vallisoletana
© Texto, vídeo y fotografías: JAVIER PRIETO GALLEGO
Hay tesoros a los que, si nos se les presta atención, desaparecen: se deshacen igual que un huevo Kinder. O te los roban y no te enteras. Y al Canal del Duero le pasa algo de eso. O, al menos, puede pasarle si no se pone en marcha pronto la intervención anunciada en diciembre de 2011 por el Ministerio de Medio Ambiente para adecuar en algunos puntos el discurrir de ciclistas y caminantes por la llamada Senda del Duero, entre Quintanilla de Onésimo y Tudela. Este tramo es bellísimo y cuenta con alicientes como el paso de un puente-acueducto metálico sobre el Duero, de 56 metros de luz, por el que hoy solo circula el agua pero que con unas tablas y una malla de seguridad se convertiría en uno de los principales atractivos del paseo. A estas obras, que se aprobaron en el último Consejo de Ministros del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, se destinaron 630.000 euros con tramitación de urgencia para su adecuación inmediata. La semana pasada el puente-acueducto, cargado de historia y remaches de acero, seguía tal cual, sin tablas ni pasarela pero con el agravante añadido de que, por la orilla izquierda del Duero, resulta imposible acercarse si quiera a mirar: una cadena con candado corta de raíz el paso a la altura de la que fuera la casa del guarda que se encargaba de vigilar el acueducto, en un tramo de camino que ha quedado convertido en finca particular. Y ahí queda eso.
El Canal del Duero es una larga vía de agua con 52 kilómetros de trazado que arranca en la localidad de Quintanilla de Onésimopara rodear los arrabales salvajes de la capital vallisoletana e ir a morir en Santovenia. Y aunque en su tramo periurbano resulta ya casi imposible de seguir, asfixiado por autovías, urbanizaciones y agresiones mil, entre su inicio y Tudela de Duero se dibuja como un “pasillo verde” que podría convertirse en una de las propuestas más apetecibles de realizar de toda la provincia de Valladolid, perfecto complemento de otras con más renombre, como el Canal de Castilla. Tiene, como este, una historia centenaria, una larga gestación a sus espaldas y mucho esfuerzo para sacarlo adelante, además de un sonado fracaso tras su finalización. Tiene también la serenidad que transmite al alma el discurrir de las aguas lentas, además de la frescura que le aporta una tupida floresta de ribera cobijo, a su vez, de una variada vida silvestre, aves sobre todo, que ameniza con jolgorio pajarero cualquier paseo por su camino de servicio. Tiene puentes, viñedos de renombre internacional, un monasterio del siglo XII, un largo tramo con vistas sobre el Duero, una aceña del XVI, aliviaderos, pasarelas de madera en algunos puntos, un puente-acueducto y, también, el grave inconveniente de no poder completar el tramo hasta Tudela de una tacada por el impedimento de una cadena y el despropósito de no mantener el tablamen de este puente-acueducto que convertiría el paseo en una delicatesen de los caminos a realizar a pie o en bicicleta.
La historia del canal se remonta nada menos que al siglo XV. Valladolid va creciendo, poco a poco, como una ciudad desordenada e insalubre que se extiende entre los cauces del Pisuerga y el Esgueva. Anegada a cada paso por las crecidas repentinas de un Esgueva maloliente carece, sin embargo de suficientes fuentes de agua potable. Es entonces cuando se acometen los primeros intentos de estudiar con detenimiento de dónde y con qué medios podía traerse hasta la ciudad el agua para beber. Para lo otro, bastaba con salir a la calle y arrimarse hasta La Esgueva o llegarse hasta el Pisuerga y coger una calderada.
Así las cosas, nace en el siglo XVI la idea de hacerle al Duero un canal con el que sangrarle y traerse el preciado líquido hasta la mismísima capital. Pero como una cosa es tener ideas y otra muy distinta encontrar quien las haga pasar del papel al terruño, el proyecto de abastecimiento de agua a la capital del Pisuerga fue dándose de bruces con la ineptitud de sucesivos gestores que nunca encontraban el modo y el momento adecuado. Tampoco los caudales –monetarios esta vez- con el que sacarlo adelante.
Valladolid llega al siglo XIX camino de convertirse en una gran urbe, con tantos gaznates que remojar como orinales que aligerar. El agua es para entonces un problema de sed tanto como de condiciones higiénicas. Y, aunque se pensó también en el Canal de Castilla, el agua que este traía hasta Valladolid tampoco era suficiente para abastecer, al mismo tiempo, a la industria harinera y el regadío.
Así que puestas las manos a la obra y los ingenieros a sus pupitres, teniendo en cuenta los desniveles a salvar y la velocidad de la corriente, se dio en decidir que el punto ideal en el que tomarle las aguas al Duero para llevarlas hasta Valladolid era la localidad llamada actualmente Quintanilla de Onésimo, antes de Abajo. Naturalmente, en el proyecto del trazado se incluyó también la necesidad de regar campos y huertas en su retorcido y poco derecho discurrir. El final del cuento es que una vez realizado y finalizado, la empresa adjudicataria de su explotación se topó con que las previsiones de rentabilidad fueron poco menos que desastrosas al no alcanzarse un número mínimo de abonados al invento por falta de tuberías que hicieran llegar esa agua hasta las casas de los vecinos de Valladolid. Desde ese momento la finalidad principal del canal fue la del regadío, más cuando tras la pérdida de las colonias se piensa en producir aquí el azúcar que antes llegaba de fuera.
Las obras del canal dieron comienzo en el Monte de Retuerta el 19 de noviembre de 1880, dándose por terminadas, al menos en una primera fase, el 17 de noviembre de 1886 con un largo trazado de 52 kilómetros en el que intervinieron miles de trabajadores. Más adelante, en los primeros años del siglo XX, cuando se apostó por la necesidad de extender los regadíos, el canal se vio completado por una red secundaria de acequias.
Una estupenda manera de disfrutar y conocer mejor esta menoscabada infraestructura es recorrer, a pie o en bicicleta, estos primeros 17 kilómetros, entre Quintanilla y el acueducto. Para empezar, es necesario arrimarse al renacentista puente de Olivares sobre el Duero, en uno de los costados de Quintanilla, y sin cruzarlo, visitar la pesquera, en el entorno hoy de un complejo hotelero formado por el conjunto de un molino del siglo XVI y una fábrica de harinas. Tan solo unos metros aguas arriba se localiza el punto exacto donde se toman las aguas para el canal. Uno de sus rasgos más originales es que los primeros 500 metros de su trazado discurren por debajo de la localidad. Así las cosas, hay que caminarlos río abajo, hasta salir de Quintanilla por la calle que corre paralela al río y, en una curva de la carretera, localizar la salida del túnel y el comienzo del camino.
Es ahí donde arranca de verdad este paseo, que deberá hacerse por la vereda de la derecha –siempre más marcado- hasta su tramo final, en el que se cambia. Tanto en bicicleta como a pie la propuesta es deliciosa y cuenta con el atractivo añadido de ir siempre entre dos aguas: las del canal a una vera y las del Duero, a la otra. Para quien lo haga andando, el paseo, más corto, puede realizarse por esta orilla hasta alcanzar Sardón de Duero -9 km-. Sin entrar en la población, una pasarela de madera encamina hacia un encantador rincón junto al canal, el Jardín del Carretero, formado por un corro de inesperados y añejas secuoyas y abetos centenarios.
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EN MARCHA. Hasta el nacimiento del Canal del Duero, en Quintanilla de Onésimo, a 35 kilómetros de Valladolid, puede llegarse por la N-122.
EL PASEO. Desde el arranque de la vereda hasta el acueducto metálico sobre el Duero median 17 kilómetros sin dificultad, muy indicados para hacer en bicicleta (unas 2 horas), sin bien existe algún punto concreto –el acueducto del Hinojo- que requiere pasarlo a pie. Si el paseo se realiza a pie, una opción es caminar la vereda del canal entre Quintanilla y Sardón, pasando por detrás de la abadía de Retuerta. Son 9 kilómetros que podrían hacerse en un par de horas.
ASÍ LO PUBLIQUÉ EN «EL NORTE DE CASTILLA»
Me gustaría saber con certeza si esta variante del Canal termina en SANTOVENIA o, como más bien creo, vertiendo sus aguas al Pisuerga en las proximidades de CABEZON.
Hola. El canal desemboca entre Santovenia y Cabezón. Exáctamente aquí: https://goo.gl/maps/98cjLRVQHp4FD8n96
Saludos
Me gustaría saber con certeza si esta variante del Canal termina en SANTOVENIA o, como más bien creo, vertiendo sus aguas al Pisuerga ya en las cercanías de CABEZON.
Impresionante. Un atractivo turístico casi oculto y desconocido para el gran público. Evidentemente el paso por el puente hasta ahora inútil para peatones sería la guinda sobre el pastel. Espero hacer la ruta este verano andando y por etapas. Grandioso artículo.
Muchísimas gracias, Francisco. Tienes razón, el paso peatonal de ese puente sobre el Duero aportaría un remate espectacular. Ojalá algún día alguien se de cuenta y pueda realizarse. Espero que disfrutes mucho haciendo el recorrido.
Gracias. Muy interesante