© Texto y fotografías: JAVIER PRIETO GALLEGO
Si existen los lugares mágicos, éste es uno de ellos. El Chorco de los lobos, en un repliegue del majestuoso valle de Valdeón, es una primitiva trampa para atrapar lobos, un pozo abierto en el corazón del bosque del que aún brotan espeluznantes aullidos pero también soberbios cánticos de victoria.
No se sabe a ciencia cierta la antigüedad de este sistema de captura cuyo objetivo principal consistía en cercar a los lobos hasta terminar por conducirlos hacia el Chorco, un pozo de unos cuatro metros de altura del que resulta imposible salir por propios medios.
Pero lo cierto es que el uso de este Chorco de Valdeón se documenta en su utilización concreta para atrapar lobos al menos desde el siglo XVII. Aquí, en este valle prácticamente hermético, antesala del inminente desfiladero del Cares, el lobo abundó tanto en el pasado que era una auténtica amenaza para la supervivencia humana. La cabaña ganadera se veía continuamente diezmada por los astutos ataques en manada de estos cánidos. Por eso la ubicación del Chorco, que significa cavidad o foso en el habla montañesa, no es caprichosa. El viajero de hoy lo encuentra sin ninguna dificultad al borde de la estrechísima carretera que se atreve con las angosturas de la aldea de Caín. El montañés de antaño lo colocó donde mejor se prestaba a sus intenciones: en el borde de un espesísimo bosque de hayas, robles y tilos hacia el que instintivamente se dirigían los lobos en busca de refugio buscando respiro frente al acoso de los monteros; y al fondo de un valle intrincado y tan cerrado por todas sus partes que sólo ofrecía una escapatoria posible, hacia Posada de Valdeón, imposible para el lobo gracias a la marcial organización que presentaban los monteros en sus batidas. El Chorco, además, se encuentra en uno de los puntos del valle en el que más abundaban las majadas, recintos donde se cobija al ganado para ponerlo a salvo de las duras inclemencias meteorológicas que imperan en el corazón de los Picos de Europa, y al tiempo, irresistible cebo para los hambrientos lobos en busca de comida.
Tal era la importancia que los habitantes de este valle daban a la captura del lobo que se han conservado las Ordenanzas de Montería que reglamentan, al menos desde 1610, todo lo relativo a esta tarea. En ellas se especifica que del monte Corona, en el que se sitúa la trampa, no debe extraerse leña, de manera que se presente espeso y ofrezca escondite a los monteros. En ellas también se detalla cuál es el sistema de acoso y captura, dónde han de colocarse los puestos para la batida, las funciones que debe de desempeñar cada montero y las obligaciones de los vecinos del valle, por ejemplo a la hora de mantener en buenas condiciones las empalizadas que acotan el monte para encarrilar a las manadas. Las últimas Ordenanzas de Monteros fueron aprobadas el 20 de noviembre de 1960 y reformaban otras del 3 de abril de 1928.
Este sistema comunal de caza detallaba que todos los varones del valle comprendidos entre los 16 y 65 años estaban obligados a acudir a las monterías, antes de transcurrida media hora, tras escucharse el toque de trompeta o de campanas que ponían en alerta ante la aparición de huellas evidentes de manadas en la zona. Por supuesto, a esas alturas, cada cual ya sabía perfectamente su cometido y su posición exacta en el monte. El acoso comenzaba de inmediato y sólo finalizaba cuando el lobo se veía obligado a saltar al interior del pozo. Después, o se le mataba allí mismo con piedras y lanzas, o bien se le inmovilizaba, se le colocaba un bozal y se paseaba por los pueblos del valle para que todos los vecinos pudieran verle antes de morir. Más tarde, se subastaba la piel y con ella se salía a pedir por el resto de las poblaciones de la Comarca. El Chorco cayó en desuso a principios de los cincuenta.
EN MARCHA. El Chorco de Valdeón se encuentra a un costado de la carretera que une Cordiñanes y Caín, en las honduras del valle de Valdeón. Hasta Posada puede llegarse por los puertos de Pandetrave o Panderrueda, en el noreste montañés de la provincia de León.
LA ERMITA DE CORONA. Llegando desde Cordiñanes, unos metros antes del Chorco y a la altura de unas tenadas, un camino cruza hasta la otra orilla del Cares. En medio de otro corro de tenadas se alza la ermita de Corona. Se trata de un sencillo templo rústico sin nada especial en sus hechuras pero cuyo halo legendario se proyecta hasta los tiempos de la Reconquista, hasta el momento en el que, en este exacto lugar, fue alzado sobre los escudos de sus guerreros el mismísimo don Pelayo proclamándose rey de los valdeones. Cada 8 de septiembre tiene lugar la romería que baja la Virgen desde Posada hasta la ermita, ocasión que se aprovecha para celebrar juegos de bolos autóctonos o corros de lucha leonesa.
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