El Vítor de Mayorga (Valladolid)

Exposición sobre la fiesta del Vítor de Mayorga que se exhibe en el Museo del Pan. Mayorga. Valladolid. Castilla y León. España. ©Javier Prieto Gallego
Exposición sobre la fiesta del Vítor de Mayorga que se exhibe en el Museo del Pan. Mayorga. Valladolid. Castilla y León. España. ©Javier Prieto Gallego
Es una fiesta de fuego y sombras. El 27 de septiembre un fantasmagórico desfile de antorchas y humo, de bailes, cohetes y pellejos ardiendo recorre la población terracampina de Mayorga. Se celebra el regreso de las reliquias de Santo Toribio de Mogrovejo a su pueblo natal.
© Texto y fotografía: JAVIER PRIETO GALLEGO

Que nadie pise las calles de Mayorga esa noche sin llevar la vestimenta adecuada». Así avisan al forastero los mayorganos. » Para que luego no haya quejas». Rematan. Y es que Mayorga celebra su procesión del Vítor en medio de un arrebato de fuego y bailes sin fin. Un extravagante desfile de danzantes revestidos con trajes viejos, sombreros de paja, monos de faena o toscos sayones de arpillera rompen la espesura de la noche proclamando a los cuatro vientos la dicha de tener junto a sí las reliquias de su santo patrón. Para ello, manda la costumbre rellenar odres viejos de pez o brea, y así, alzados sobre una pequeña pértiga, prenderles fuego. Se ilumina entonces la procesión al tiempo que la pez se derrite y gotea encendida sobre trajes, manos y cabezas. Una peligrosa y fascinante lluvia de meteoritos ante la que los visitantes ya han quedado advertidos.

EL SANTO DE MAYORGA

Toribio Alfonso de Mogrovejo nació en Mayorga en 1538. Después de cursar sus primeros estudios en el convento de franciscanos, ubicado más o menos en el lugar que hoy ocupan las escuelas, fue a estudiar a Salamanca. Su carrera eclesiástica obtuvo un fuerte impulso tras ser nombrado, en 1572, Gran Inquisidor de Granada. Más tarde, en 1580, fue consagrado en la catedral de Sevilla como arzobispo de Lima. Marcha entonces hacia el Perú, dejando que le acompañen su hermana Grimanesa, el marido de ésta, Francisco de Quiñones, y sus hijos. También le acompaña Francisco Contreras, amigo de estudios del que no se separaría hasta su muerte, y biógrafo gracias al cual han quedado recogidas sus más pías andanzas. Su labor pastoral en Lima fue tremendamente activa mandando construir puentes, caminos, levantando hospitales y escuelas. A él se debe la fundación del primer seminario de Lima. Su interés por las culturas indígenas le motivó a aprender quechua y aymará, y a redactar un catecismo trilingüe en estas lenguas y castellano. En 1597 confirmó a la que, andando el tiempo, llegaría a ser conocida como Santa Rosa de Lima. Muere el 23 de marzo de 1606. Es Benedicto XIII quien lo canoniza en 1726. Sin embargo, los restos de Toribio no regresarán a su pueblo hasta la noche del 27 de septiembre de 1737.  Quiere la tradición que la actual costumbre de portar pellejos encendidos por las calles de Mayorga no es otra cosa que el recuerdo del mar de teas con las que los vecinos recibieron, aquella otra noche, los restos de su santo paisano.

PROCESIÓN CÍVICA

Este original y atávico desfile cabe dentro de la celebración de sus fiestas patronales o fiestas de La Reliquia, que se celebran entre el 26 y el 30 de septiembre. El día 27 por la tarde se inicia la procesión religiosa en la que se sacan la imagen del santo y sus reliquias para realizar el mismo recorrido por las calles que tendrá lugar al llegar la media noche. Es el preludio del desfile cívico. Al finalizar, vecinos y visitantes marchan a sus casas para cenar y para preparar los trajes y ropas viejas que vestirán durante la celebración nocturna. También para preparar los pellejos de piel de cabra que, rellenos con pez, se convertirán en luminosas antorchas. La pez, al derretirse a medida que se quema, chorrea desde lo alto de las pértigas de las que cuelgan los odres, cayendo encendida y pegajosa sobre quien se ponga debajo. Por eso es importante protegerse bien de arriba abajo cubriendo manos, cabeza y pies. Incluso debajo de los sombreros de paja y ala ancha muchos mayorganos se colocan un pañuelo para protegerse de posibles quemaduras. Tanto si se participa en la procesión, como si se contempla a prudencial distancia, todo lo que se lleve puesto en esa noche es susceptible de acabar quemado por una salpicadura de brea ardiendo.

La convocatoria es en torno a las diez y media de la noche en la puerta de la ermita de Santo Toribio, levantada en el solar que ocupara su casa natal. Toque de campanas, cohetes, música de banda y charanga de peñas amenizan la espera mientras la hoguera que se ha encendido frente a la ermita cobra fuerza y se utiliza para ir prendiendo las corambres. Cuando todo está dispuesto se arranca la procesión, al final de la cual desfila el estandarte con la imagen del santo, el Vítor, que da nombre a la fiesta. Y ahí se emprende un largo discurrir continuamente detenido por los constantes bailes que jalonan el desfile, con gran profusión de jotas y danzas tradicionales.

Una hora después de comenzado, se arriba a la plaza Mayor. Es el momento de máximo apogeo del festejo. A la luz de los pellejos encendidos, que se reparten por toda la plaza, se lanzan fuegos de artificio en un ambiente de humo, ruido y tracas hasta culminar con la aparición de la imagen del santo, que se saluda cantando su himno y una Salve. Cumplido el rito la procesión se encamina de nuevo hacia la ermita. De nuevo mil veces detenida, casi a cada paso, bailando y bebiendo vino y aguardiente en honor del santo, bajo la  parpadeante luz del fuego, envuelta por las sombras de la noche y el inconfundible olor de la pez quemada, la procesión se eterniza en su regreso hasta que, casi al rayar el alba, se introduce el Vítor en su ermita. El canto otra vez de la Salve y del himno de Santo Toribio ponen fin al desfile. Pero la fiesta continúa. De eso, no faltaba más, se encargan las numerosas peñas con que cuenta el pueblo.


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