Texto y fotografías: Javier Prieto Gallego
El invierno, el frío, el silencio, la niebla… y ese breve instante en el que todo encaja. A veces las fotos se hacen, otras se encuentran, otras te buscan.
La imagen es de la plaza de la Universidad de Valladolid, una noche cualquiera de enero. De esas en las que las nieblas espesas que se pegan al Pisuerga y a la Esgueva te hacen subir el cuello del abrigo, encoger los hombros y apretar el paso. No es muy tarde, tal vez las nueve pero el frío empuja a estar bajo techo y la poca gente que circula ya parece ir con prisa hacia algún lugar de acogida. De recogida. De vuelta a casa.
En el centro de la plaza, la estatua de Miguel de Cervantes, indiferente a los calores y los fríos, a pasar las noches inclementes del invierno castellano sin más abrigo que el que le proporciona su vasta imaginación, contempla lo que acontece a sus pies con una cierta condescendencia. Al fondo, en lo más alto, envuelto entre las nieblas y de espaldas, se difumina la figura iluminada del Sagrado Corazón de Jesús, remate de la única torre completa de la catedral de Valladolid. Y, entre medias, la silueta imponente de un pino gigante, hermoso monumento vivo que busca su hueco entre los de piedra.
La estatua de Miguel de Cervantes que preside la Plaza de la Universidad de Valladolid es una obra significativa tanto por su historia como por su simbolismo. Fue inaugurada el 29 de septiembre de 1877, siendo la primera estatua pública de la ciudad y la segunda en España dedicada al autor de El Quijote.
La idea inicial fue dedicar un homenaje al escritor, vecino de la ciudad, a la que llegó en 1605 para residir en ella mientras lo hizo también la Corte de Felipe III. Por eso su ubicación inicial fue frente a la casa en la que vivió el escritor, en la calle del Rastro. Debido a las obras de urbanización en el entorno de la calle Miguel Íscar, se decide trasladar el monumento, en 1889, a la plaza de la Universidad.
El escultor Nicolás Fernández de la Oliva, profesor de la Escuela de Bellas Artes de Valladolid, fue el encargado de modelar la figura de Cervantes. La estatua lo representa de pie, ataviado con vestimenta de la época, sosteniendo una pluma en la mano derecha y un libro en la izquierda, simbolizando su contribución a la literatura.
El pedestal original, que nada tiene que ver con el que sostiene hoy al insigne escritor, incluía cuatro relieves que representaban escenas emblemáticas de El Quijote, modelados por Pablo Berasátegui, también profesor de la Escuela de Bellas Artes. Estos relieves, que enriquecían el conjunto escultórico, se desmontaron del pedestal para quedar instalados posteriormente en el patio de la Casa de Cervantes, donde pueden verse en la actualidad.
Debido a las reformas urbanísticas en la zona de la calle Miguel Íscar, en 1889 la estatua fue trasladada a su ubicación actual en la Plaza de la Universidad y desde entonces permanece encarada a la bella fachada barroca de la Facultad de Derecho de la Universidad. El pedestal fue renovado, y en su cara principal se añadió una lápida de mármol con la dedicatoria: «Valladolid a Miguel de Cervantes, vecino de honor de esta capital». Desde entonces, la estatua se erige en este emblemático lugar, siendo testigo del devenir histórico y cultural de la ciudad.
Y ahí está, inmóvil pero elocuente, como testigo del frío invierno castellano, del calor de los días de verano, del paso de generaciones de estudiantes y de turistas. De lo cotidiano y lo extraordinario.
En esa noche concreta, la plaza era más que un espacio físico; era una especie de cápsula del tiempo. Una mezcla de niebla, luz, historia y silencio que, por un instante, habló sin palabras.
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