Sal y horizontes
© Texto y fotografías: JAVIER PRIETO GALLEGO
La comarca burgalesa de La Bureba viene a ocupar una extensión de 900 km2. Y casi todos parecen visibles desde lo alto de la escarpadura que sostiene los muros del castillo de Poza de la Sal. Al menos para quien se deja llevar por la borrachera de paisaje que se contempla desde sus almenas y deja vagar la mirada hacia el horizonte, casi infinito, que se abre desde allí arriba, en un planeo tan estimulante y suave como el de los buitres que sobrevuelan no muchos metros más arriba los restos de esta fortaleza. Una borrachera en la que el vasto horizonte, salpicado de pueblos y campos de labor, se mezcla con los siglos y acontecimientos fundamentales de la historia de Castilla hasta conformar una salsa espesa, tan sugestiva y estimulante que, si se abusa, puede llegar a empachar.
Una de las señas de identidad que hicieron de La Bureba un territorio singular y de tan notable importancia histórica es, precisamente, su peculiar configuración topográfica. En lo paisajístico, es como una gigantesca llanada delimitada en sus márgenes por poderosos contrafuertes montañosos en cuyo interior fueron tomando forma, en torno al siglo X, las raíces de Castilla. Su suelo, con buenas aptitudes para el cultivo del cereal -de vital trascendencia en esos siglos- se ve surcado por los ríos Oca y Homino que a su vez reciben un nutrido ejército de afluentes y arroyuelos de bien regar. Visto así, La Bureba se descubrió enseguida como un territorio privilegiado, bien encastillado de forma natural gracias a las soberbias elevaciones que constituyen la sierra de Oña, por el norte; los Montes Obarenes, que cierran magníficamente el flanco oriental y permiten únicamente el paso por el desfiladero de Pancorbo; los Montes de Oca y sierra de La Demanda, que cierran por el sur; y el Páramo de Masa que se levanta por el oeste. Tal configuración y características convirtieron este rincón de la Península en un importante núcleo repoblador mientras se ganaba la pacificación de la frontera del Duero. De hecho, asomarse desde los muros del castillo es como trepar hasta el borde de un plato sopero para disfrutar de un caldo lleno de colores y contrastes. La superficie lisa del caldo es La Bureba, con sus campos de labor y mar de cereales. Los bordes, las montañas que, casi en su totalidad, conforman un cerco elevado casi perfecto, las murallas naturales que preservaron tan bien una identidad singular. Para Azorín esta comarca presentaba unos rasgos tan definidos que, en su opinión, fue “el corazón de la tierra de Burgos”.
El castillo de Poza de la Sal se enrisca en el extremo occidental de esta comarca, precisamente allá donde la llanura se descompone y aparece su territorio más accidentado. Allá donde la orografía montañosa rompe moldes ofreciendo el espectáculo de unas salinas conocidas y explotadas al menos desde época romana. La situación estratégica, con dominio visual tanto sobre el territorio como sobre las salinas, es de tal calibre que no extraña que en el lugar exacto que ocupa el castillo se hayan descubierto rastros de ocupación desde la Edad del Bronce Medio (siglos XV-XIV a.C.) prolongándose, en diferentes periodos, hasta el siglo XIX.
Las salinas
Es más que probable que los primeros en estructurar la explotación de tan importante elemento fueran los romanos. No se puede olvidar que, casi hasta el invento del frigorífico, o sea, hasta antes de ayer, la salazón resultaba prácticamente el único sistema factible en la conservación de los alimentos, al tiempo que su presencia era necesaria en distintos procesos transformadores, de tal forma que su explotación y control derivó desde el primer momento de su obtención y comercio en una codiciadísima y lucrativa industria que terminaría por convertirse en monopolio de la Real Hacienda en tiempos de Felipe II. Por eso los romanos tuvieron un especial interés en proteger desde estas alturas el yacimiento que les brindaba un elemento tan importante que incluso era utilizado como moneda de cambio: los soldados recibían una parte de su paga en sal, el salarium, de donde pasó al castellano como salario, el pago por el trabajo realizado.
El castillo
Las primeras referencias documentadas al castillo de Poza aparecen al mismo tiempo que comienza la repoblación cristiana de la zona, en el año 965, si bien la construcción que ha perdurado se realizó entre los siglos XIV y XV por los Rojas tras recibir el primero de ellos, Juan Rodríguez de Rojas, la plaza y su castillo en 1298 de manos de Fernando IV de Castilla. Desde ese momento, y con diferente intensidad, la importancia militar de estos peñascos se mantuvo hasta las guerras de La Independencia y Carlistas, en el siglo XIX.
El castillo de Poza de la Sal domina una vasta panorámica de La Bureba
La espectacularidad de la fortaleza deriva directamente de su perfecta adaptación a la roca sobre cuya cúspide se cimenta, utilizando los precipicios naturales como murallones indestructibles y reforzando con obra el blindaje de las zonas más desprotegidas. De hecho, el acceso al castillo se realiza atravesando la torre-puerta albarrana, resto del recinto amurallado que rodeaba su flanco occidental. Esta puerta daba paso al patio de armas, un ligero desahogo ganado a la pendiente en el que aguardaban las caballerías, mercancías y tropas, para alcanzar a continuación la escalinata tallada en la roca por la que se trepa, literalmente, hasta el portillo que franquea el paso al interior del edificio. Éste, en síntesis, no es más que la entalladura ganada también a la roca, completada con muros de cantería para dar forma a unas pocas estancias abovedadas y al aljibe, fundamental para resistir con éxito cualquier posible ataque.
Finalmente, otro tramo de escaleras más da paso a la terraza desde la que antaño se anticipaba la llegada de las fuerzas enemigas o se escrutaba el trasiego de las faenas salineras: filas de hombres y animales transportando la valiosa mercancía por las laderas del gigantesco diapiro, aterrazando las pendientes para construir los secaderos, canalizando aguas, entrando y saliendo al fondo de la tierra en busca del preciado mineral… tal cual un hormiguero en incesante ocupación. Paisajes, estampas e impresiones contempladas desde aquí no sólo por soldados y vigías, también, tantas y tantas veces junto al vuelo de las águilas y el planeo de los buitres, a lo largo de la infancia del hijo más conocido de Poza, Félix Rodríguez de la Fuente, nacido en la localidad el 14 de marzo de 1928.
POZA DE LA SAL. Web, www.pozadelasal.es
CENTRO DE INTERPRETACIÓN DE LAS SALINAS. Para información detallada de
horarios, contenidos y tarifas: tel. 947 30 20 24.
EL CASTILLO se visita por libre.
Y tú, ¿has visitado el castillo? ¿Y recorrido el salero? Comparte aquí tus experiencias.