Ocho rincones que marcaron la modernidad de la ciudad a finales del siglo XIX
© Texto y fotografías: Javier Prieto Gallego
El siglo XIX corría hacia su final cuando la burguesía pudiente de Valladolid decidió dar a la ciudad un empujón de no te menees. A aquel Valladolid
que todavía conservaba trazas de su época medieval y resabios de una capitalidad imperial ya muy lejana comenzaron a surgirle amplias avenidas, parques tan espesos como un bosque y hasta pisos con ascensor. Por supuesto, en aquel entonces nadie pensaba en soterrar al tren. Simplemente verlo llegar, aunque fuera con retraso, era motivo sobrado para echar la tarde hasta una Estación del Norte de aires europeos y toque francés.
Una buena parte de aquella transformación es aun reconocible en un paseo por sus calles. Estos son algunos hitos de aquel momento a los que merece la pena prestar atención.
01- PLAZA MAYOR. Tras el derribo de las anteriores Casas Consistoriales en 1871, que habían sido trazadas con planos de Juan de Herrera, el arquitecto Enrique Repullés y Vargas finalizó el actual edificio en 1908. En el interior destaca la decoración de su zona noble, en especial su gran escalera principal y el Salón de Recepciones, cuya decoración se mantiene intacta desde el momento de su inauguración. Frente a él, la desaparición del convento de San Francisco dejó hueco para otra construcción de ese siglo: el Teatro de Zorrilla, inaugurado en 1884. Y en el centro, la estatua del conde Ansúrez fue realizada en 1903 por el escultor Aurelio Rodríguez Carretero.
02 – EL MERCADO DEL VAL. Entre las exigencias que trajo la modernidad estuvo la de disponer de lugares lo suficientemente higiénicos como para que comprar carne y pescado no fuera un acto de conducta temeraria. De los tres mercados que se levantaron entonces, el del Campillo, junto a la plaza de España; el de Portugalete, junto a la catedral; y el mercado del Val, este último, retocado en profundidad para encarar con éxito el siglo XXI, es el único superviviente. Fue finalizado en 1882.
03 – PASAJE DE GUTIÉRREZ. Es uno de los rincones que mejor evoca el Valladolid de la burguesía vallisoletana del siglo XIX. Este corredor comercial, impulsado por el comerciante vallisoletano Eusebio Gutiérrez, fue inaugurado el 24 de septiembre de 1886 con la pretensión de dotar a la ciudad de un moderno centro comercial lleno de tiendas y a cubierto que sirviera también como zona de paseo. A pesar del tiempo transcurrido, de que nunca tuvo el éxito que se pretendió en un primer momento y de la mala calidad de los materiales empleados en su día, sigue manteniendo la decoración que lució en su inauguración.
04- CALLE DE SANTIAGO. El trazado de la arteria comercial más clásica de Valladolid es consecuencia de la expansión urbanística vivida en el siglo XIX. Fue la calle por excelencia para el paseo dominical y el corazón comercial de la ciudad. A lo largo de sus dos aceras se localizaban los mejores comercios –sombrererías, relojerías, cuchillerías, zapaterías, confección…- y se acudía a sus escaparates para contemplar las novedades que llegaban con cada temporada. Hoy se nota en ella más que nunca cómo la globalización arrampla con los ecosistemas comerciales propios de cada ciudad.
05 – PLAZA DE ZORRILLA. La estatua del poeta José Zorrilla, obra del riosecano Aurelio Rodríguez Carretero, se inauguró el 14 de septiembre de 1900 y se la supone una gran fidelidad con respecto a la verdadera imagen del poeta, no en balde el autor se sirvió de la mascarilla que se le realizó a Zorrilla después de muerto. En el arranque de la Acera de Recoletos se alza la conocida como Casa Mantilla, uno de los edificios más representativos del nuevo Valladolid surgido a finales del siglo XIX. Fue el edificio más moderno de su tiempo, no sólo porque fuera el más alto, con sus cuatro pisos y planta baja, también porque contó con los materiales e inventos más innovadores. Sus vecinos disfrutaron del primer ascensor hidráulico de la ciudad, energía eléctrica en sus casas y agua corriente. El no va más del momento. Otro edificio emblemático que se asoma a la plaza es la Academia de Caballería. Tras el incendio en 1915 del primer edificio destinado a su sede se construyó el actual en 1921.
06- EL CAMPO GRANDE. El gran espacio verde de Valladolid, auténtica seña de identidad, ocupa una superficie de 115.000 m2. Tiene a sus espaldas una dilatada historia que ha corrido pareja a los avatares urbanísticos de la ciudad casi desde su fundación, aunque es en 1879 cuando este espacio comienza a cobrar el aire de jardín romántico que perdura hasta nuestros días. De esa época datan muchos de los árboles que conforman hoy su fronda, una de cuyas características principales es la gran variedad de especies.
07- ACERA DE RECOLETOS. Lleva en su nombre el recuerdo de uno de los tres enormes conventos de la ciudad que tuvieron que desaparecer en esta zona para dejar paso al nuevo Valladolid. En este caso, el convento y las huertas que la congregación de Recoletas Agustinas Descalzas tenía, desde 1603, en el lugar que hoy ocupan los números 7,8 y 9. Precisamente el edificio que ocupan estos dos últimos inmuebles, la Casa Resines, fue ejecutado por el mismo arquitecto y en el mismo año que la Casa Mantilla, 1891. Un poco más adelante, en el número 11, se alza la Casa del Príncipe. Los aires del modernismo catalán llegan a Valladolid de la mano de arquitectos formados en Cataluña, como Jerónimo Arroyo, que firmó el proyecto de esta casa en 1906.
08- ESTACIÓN CAMPO GRANDE. La llegada del ferrocarril a Valladolid en 1856 supuso un revulsivo fundamental en el devenir económico de la segunda mitad del siglo XIX. No sólo porque Valladolid se convirtió desde el principio en un nudo importante de la red ferroviaria de comunicaciones con los territorios del noroeste, sobre todo por la importancia y el volumen que adquirió desde el principio el complejo de talleres que requería la implantación de este nuevo medio de transporte. El actual edificio de la estación se construyó entre 1891 y 1895 según el proyecto del ingeniero Enrique Grasset.
Manuel Iborra, helados y turrones de los de toda la vida
Dependiendo de la época del año en la que se pasee por la plaza Mayor el mostrador de la tienda Manuel Iborra, en una de las calles que desembocan en la plaza, estará repleto de helados –de abril a octubre- o turrones –de noviembre a enero-. Si es un día festivo es probable que las colas para acceder al pequeño establecimiento ocupen parte de la calle.
Tal es la fama de este local regentado por una familia procedente de Jijona que lleva vendiendo dulces en Valladolid desde finales del siglo XIX. Maestros artesanos de los de toda la vida, tienen un repertorio de productos y sabores tan amplio que lo difícil es elegir: todo está para chuparse los dedos. Lencería, 2. www.manueliborra.com.
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