UNA JOYA EN EL FIN DEL MUNDO
La iglesia mozárabe de Santiago de Peñalba despunta entre los tejados negros de una de las poblaciones más aisladas de El Bierzo
© Texto y fotografías: JAVIER PRIETO GALLEGOEl valle por el que baja a trompicones el río Oza hacia las holguras de Ponferrada sigue siendo tan estrecho y arriscado como lo era en el siglo V, cuando al visigodo san Fructuoso le dio por buscarse un lugar tan apartado y remoto como para que no le encontrase nadie ni con revelaciones divinas. Sólo que entonces sus bosques debían de ser como selvas feraces, bien surtidas de lobos, osos y muchas otras alimañas varias, y el camino de subida debió de inventárselo él a bastonazos. En aquel entonces este valle leonés, en el que no existían poblaciones conocidas ni pillaba de paso hacia parte alguna, no podía ser otra cosa que un escondrijo seguro hasta el que sólo se llegaba por apartarse del mundanal ruido o por estar más cerca de dios. O por ambas cosas al tiempo. San Fructuoso venía de fundar el también remoto monasterio de Compludo y harto de las aglomeraciones de su conventín se echó monte arriba en busca de un lugar en el que orar y laborar sin nadie que le diera palique.
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Es así como arranca la historia santos y ermitaños que buscaron en las orillas del río Oza y entre las faldas septentrionales de los montes Aquilanos un lugar especial en el que cultivar su santidad, poblando muchas de sus cuevas naturales hasta terminar por convertirlas en santuarios rupestres o levantando pequeños monasterios que, con el tiempo, devinieron en centros de peregrinación hasta los que se llegaba en busca de la fórmula de sacrificio y aislamiento que garantizaba un sitio en el cielo.
Varios siglos después de la llegada de san Fructuoso al valle del Oza, a finales del IX, san Genadio, otro santo enamorado de las soledades y la inmensidad de la montaña, se adentra con otros doce compañeros por sus recovecos con la intención de revitalizar y refundar la vida monacal que había iniciado Fructuoso. Tras recomponer el de San Pedro de Montes en el año 895, inicia, un poco más arriba aún, la construcción de un monasterio dedicado a Santiago. El único resto que ha sobrevivido de esta fundación es la hermosa iglesia de Santiago de Peñalba, tenida por los expertos como una auténtica joya del mozárabe leonés. La presencia en esta zona de dos templos mozárabes de factura impecable, Santiago de Peñalba y, junto a Ponferrada, Santo Tomás de las Ollas, habla de una comunidad mozárabe, puede que de procedencia cordobesa, llegada al valle con ánimo de olvidar los trajines de una Reconquista que, en el sur peninsular, debió de parecer eterna. También debió de parecerles que aquí, en el regazo de un valle al que sólo podía accederse por un estrecho y peligroso camino, rodeados de cumbres portentosas con altitudes superiores a los dos mil metros, ganara quien ganara el envite contra el Islam, nadie vendría a buscarles.
El caso es que Genadio nunca vivió tan al margen como imaginó. Su fama de hombre santo y sabio, y también sus relaciones con la corte del rey Alfonso III el Magno, le llevaron durante once años a ocupar la sede episcopal de Astorga. Alcanzado el año 920 decidió dejar de nuevo los trajines del mundo y buscar el camino de vuelta hacia aquel apartado rincón del mundo en el que los hombres se dedicaban a la oración y un arroyo de aguas cantarinas daba nombre a un valle llamado Silencio. San Genadio permaneció en él hasta su muerte, en el año 936, viviendo a caballo entre el monasterio de Santiago y una cueva a la que, según la tradición, se retiraba cada noche en busca de la paz espiritual y el sosiego que sólo encontraba en las soledades de una oquedad rocosa abierta en mitad de la montaña.
En la vida del monasterio de Santiago de Peñalba se sucedieron hasta 16 abades, de los que tres, Urbano, Fortis y Esteban, alcanzaron la santidad. En torno a 1149 fallece el último de los abades claustrales y se inicia la descomposición del cenobio hasta perderse su rastro en el siglo XIII. No sucede lo mismo con el cercano monasterio de San Pedro de Montes, también refundado por Genadio, cuya larga vida finalizará con la Desamortización del siglo XIX.
Son muchos los puntos de interés que brinda hoy la iglesia de Santiago. Por fuera, sorprende su original portada de arcos de herradura geminados, apoyados sobre columnas de mármol blanquecino bien rematadas por capiteles corintios. Por dentro, su estructura, su ábside, sus arcos, el remate de sus capillas absidiales, el trampantojo de su cúpula gallonada, la policromía recientemente despojada de polvo y humedades o su colección de grafitos, arañazos en el yeso que hablan de una vida cotidiana vivida por hombres de otro tiempo. Desde lejos, su espadaña campanario, separada unos metros del resto del templo se eleva sobre los tejados pizarrosos del pueblo como si fuera la vela que impulsa un barco de piedra eternamente varado. En torno a la iglesia, Peñalba se arremolina, bien apretado, buscando un calor ficticio, una cercanía con la que conjurar mejor los rigores de unos inviernos que aquí, a estas alturas montañesas, cerraban el valle cada año como la más pesada de las losas sepulcrales.
Cualquier visita a Peñalba de Santiago y a su iglesia queda incompleta sin el paseo que acerca, en unos 30 minutos, hasta las soledades del Valle del Silencio, hasta el paraje apartado donde se abre la cueva de San Genadio. Durante siglos fue tradición llegarse hasta ella para extraer tierra de la cavidad contigua, más pequeña, en la creencia de que aliviaba dolencias y males. La misma creencia por la que se persiguieron y robaron con fruición los restos del santo y sus reliquias de la tumba que tuvo en la iglesia de Santiago. Desde la puerta de la cueva se divisa, al fondo, la estampa del pueblo del Peñalba como una piña de tejados negros, como la coraza de un extraño animal de piel dura y humeante de sudor sobre la que se eleva, desafiando el tiempo y las nevadas proverbiales, la espadaña orgullosa de la iglesia de Santiago.
LA CUEVA DE SAN GENADIO
Un paseo de media hora lleva desde la iglesia de Santiago de Peñalba hasta la Cueva de San Genadio. Es el mismo camino que recorría el santo cada vez que quería alejarse del bullicio del convento. El camino hoy está señalizado y la mayor dificultad estriba en cruzar un arroyo que puede bajar muy cargado de agua. La cueva puede estar cerrada por una verja pero un vistazo entre los barrotes deja ver las dimensiones de este pequeño templo modelado por la tradición de perseguir las huellas del santo. La misma tradición por la que, en el pasado, se sacaba tierra de una covacha contigua en la creencia de que aliviaba dolencias y males. La misma por la que se persiguieron y robaron con fruición los restos del santo y sus reliquias de su tumba en la iglesia de Peñalba.
MAPA DE SITUACIÓN
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Tú página nos viene ni que pintada para nuestro viaje al Valle del Silencio y a los Ancares. Muchas gracias por tu dedicación y por tu trabajo.
Un abrazo
Gracias, Fernando. Me alegro mucho de que os pueda resultar útil. Ya contaréis. Saludos.
¡¡ Que maravilla es el Bierzo todo en si, estuvimos hospedados en Ponferrada como base para recorrer sus pueblos,los Ancares, el Valle del Silencio ,la ferrería de Compludo ,la Preciosidad de Iglesia de Santiago de Peñalba, la calle del Agua con esos riñones a la plancha….esos tejados artesanales de pizarra,.- que no industriales¡¡… en fin lo añoro y lo envidio , quien pudiera volver por esas tierras y otras más tan hermosas y aun autenticas en las fechas que por allí estuvimos Gracias por traerme esos recuerdos. Miguel.
Hola, Miguel. Qué bueno tu comentario. Cómo se nota que lo disfrutasteis y que lo añoras. ¡Ójala podáis volver pronto! Un abrazo.
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