Almenas, pueblos y paisajes en un viaje por esta comarca castellana
© Texto, vídeo y fotografía: Javier Prieto GallegoA pesar de cómo están las cosas es una suerte que no corra el siglo XV y vivamos en la Edad Media. Y uno lo piensa, sobre todo, después de haber pasado 10 minutos en el fondo de un pozo seco, de 6,5 metros de profundidad, 6 metros de largo y 4 de ancho, sin más aperturas que una rendija por la que se cuela el aire de la calle y un orificio de 6o centímetros de diámetro, en lo más alto, que era el agujero por el que, en aquella época impía, te precipitaban de un patadón al fondo del pozo para no salir jamás. Ni vivo ni muerto. Por suerte, y porque, a pesar de lo que pueda parecer en muchas ocasiones, vivimos en una época mucho más civilizada, hoy es posible descender al fondo de este «pudridero» del castillo de Fuentes de Valdepero por una escalera de caracol y volver a salir cuando se quiera. Aunque allí no huela a muerto, la sensación de espanto se queda tan pegada a la piel que, a pesar de los pesares, uno da mil gracias por vivir en el XXI.
SIEMPREDEPASO TV. Vídeo del reportaje «Tres castillos del Cerrato Castellano» -subtitulado- © Javier Prieto Gallego
Desde luego, ese calabozo, frecuentísimo en los castillos de la época, es la estancia que más impresiona en la visita a este castillo palentino, situado a caballo entre las comarcas del Cerrato Castellano y la Tierra de Campos. Un cartel a la entrada del pozo, que en otras zonas de Castilla se conoció como «tronchapiernas» por razones obvias, instruye sobre su uso: por el agujero se empujaba a los condenados «con el objetivo de que dicha caída les matase o les dejase imposibilitados. Los que no morían en el acto no tenían esperanzas de sobrevivir, ya que sus posibles heridas sin atención médica ni agua les provocaría la muerte en 72 horas a causa de una infección generalizada». Por supuesto, hay que imaginar que, excepto el primero en estrenarlo, los demás ya caían sobre los restos de desdichados previos, de los que no se volvía a saber nada nunca más. Era, sin duda, lo más parecido a ser tragado por un «agujero negro». O a salir de esta vida por una alcantarilla ciega. De hecho, de esta aplicación tan indolente de la justicia deriva la expresión «¡ahí, te pudras!».
El castillo de Fuentes de Valdepero fue construido a mediados del siglo XV por Diego Pérez de Sarmiento, en aquel tiempo Adelantado Mayor de Galicia y conde Santa Marta. Eran los tiempos en los que los castillos suponían la máxima representación del poder señorial sobre el territorio en el que se asentaban. La nobleza, con recursos prácticamente infinitos en comparación con los del pueblo llano, levantaba sobre el terreno sus palacios fortificados, con el material más duro y resistente, la piedra, y de tales dimensiones que dieran pavor solo con mirarlos desde lejos. Este de Fuentes se entronca dentro de la llamada Escuela de Valladolid, un estilo constructivo bien acotado que se caracteriza por trazar sus fortalezas con plantas cuadradas, cubos en tres esquinas y en la otra una torre del homenaje cuya altura era igual al lado del recinto cuadrado o al doble de la altura del lienzo. Más o menos, el mismo estilo de castillo señorial que lucen los de Fuensaldaña, Torrelobatón, Portillo o Villafuerte.
El capítulo histórico más recordado del castillo tiene que ver con el Obispo Acuña y el asedio al que sometió la fortaleza hasta lograr vencerla más con artimañas que por la fuerza. En enero de 1521 su defensor, Andrés de Ribera, segundo señor de Fuentes, permitía la entrada en el castillo al Obispo comunero a cambio de una rendición honrosa que el prelado se saltó a la torera, apresando a sus ocupantes y saqueando lo que encontró dentro. El castillo permaneció en poder de los Comuneros hasta la derrota de Villalar, en que regresó a manos de Andrés de Ribera.
Y parece que el señor de Fuentes quedó tan impresionado por aquel asalto que emprendió una monumental reforma del castillo añadiendo defensas, empequeñeciendo puertas, vanos y ventanas, y engrosando los muros de la torre del homenaje de tal manera que en algunos puntos llegan a alcanzar los 11 metros de grosor, el mayor conocido en una fortaleza del siglo XV en España.
Tras la rehabilitación llevada a cabo por la Diputación de Palencia, en la que ha habido que añadir amplias zonas de la fortaleza que habían desaparecido, es posible, desde el año 2011, visitar el interior del que fuera considerado uno de los castillos más seguros de su época. El itinerario turístico permite, peldaño a peldaño, recorrer el pequeño laberinto de escaleras y estancias que se alojan entre sus muros, los torreones de sus esquinas, pasear por las tres plantas que caben en el interior de la torre, asomarse y rodear el patio de armas -que alberga el Archivo de la Diputación-, y llegar a lo más alto del castillo, con una estupenda vista de la localidad y el entorno.
Pero el de Valdepero no es el único castillo del Cerrato. Aunque sí es uno de los dos que, hoy por hoy, pueden visitarse por dentro. El otro es el de Villafuerte de Esgueva, justo en el extremo opuesto de esta extensa comarca natural a cuyos 3.200 km2 de superficie, en pleno corazón de la meseta norte, le surgieron numerosas fortificaciones entre los siglos X y XIV. El Cerrato Castellano en el siglo XIV era una merindad del Reino de Castilla pero también un tablero de juegos sobre el que los poderosos echaban sus partidas un día sí y otro también. Antes había sido ese territorio fronterizo largamente disputado en tiempos de Reconquista cuyas marcas aparecían dibujadas por los ríos Pisuerga, Arlanza, Esgueva y Duero. De aquellos tiempos guerreros han quedado numerosos retazos defensivos dispersos por el territorio -restos de murallas, puertas de entrada a las poblaciones y algún torreón defensivo-. Pero castillos que como tales conserven su estampa con dignidad, tres: en Fuentes de Valdepero, en Villafuerte de Esgueva y en Encinas de Esgueva.
El de Villafuerte de Esgueva está en pie gracias a la tenacidad de la Asociación de Amigos de los Castillos, que lo compró en 1983 y fue haciendo en él una labor de hormiga, recomponiéndolo en parte y evitando, al mismo tiempo, que acabara descompuesto en sillares. Hoy tiene un patio de armas despejado de escombros y con una pequeña infraestructura que le sirve para lucirse en noches de conciertos y actividades culturales. Aunque, sin duda, su mayor interés está en dar una vuelta a su adarve, todo vistas sobre el valle del Esgueva, o recorrer su recompuesta torre del homenaje, con tres pisos en el interior.
El castillo de Villafuerte es también, como el de Valdepero, una obra señorial realizada en el siglo XV por Garci Franco de Toledo, personaje de las altas esferas de la sociedad vallisoletana, proveniente de una familia de judíos conversos y contador del reino, que utilizó su fortuna para ascender en la escala aristocrática con obras como esta. Los castillos se levantaban entonces sobre el territorio más como un símbolo de poder que con una intención defensiva. Las armas de fuego ya hacía tiempo que producían más daño que las ballestas. Sin embargo, en una época que no dejaba de ser convulsa estas construcciones ofrecían protección suficiente para resistir sublevaciones del pueblo o luchas de bandería. Y, por supuesto, eran el centro desde el que señor ejercía y ejecutaba su inmenso poder. Dado el origen converso del señor de este castillo es posible, incluso, que fuera levantado con la intención expresa de resistir los estallidos de violencia que tuvieron lugar en Valladolid a mitad de ese siglo contra judíos y conversos. Fuera como fuere, la erección de este castillo sirvió para cambiar, por decreto del señor, el nombre de la población: dejó de ser Vellosillo para convertirse en Villafuerte.
Donde el nombre no tiene nada que ver con lo que uno se encuentra es en Encinas de Esgueva, lugar donde campea, en medio de las más típicas llanuras cerealistas castellanas, el tercero de los castillos del Cerrato que han llegado hasta nosotros con mayor prestancia. Tampoco lo que se ve responde por entero a la verdad. Porque si el de Encinas, fortaleza de mediados del siglo XIV levantada por Diego López de Estúñiga, presenta una sólida y maciza estampa de fortaleza medieval dura de pelar, lo cierto es que es, sobre todo, fachada. El SENPA (Servicio Nacional de Productos Agrarios) lo compró a mediados del siglo XX cuando estaba a punto del venirse al suelo: evitó su ruina pero convirtió su interior en granero. Hoy es usado por el Ayuntamiento como recinto de actividad cultural y puede visitarse su interior a través de la Oficina de Turismo entre los meses de julio, agosto y septiembre.
CASTILLO DE FUENTES DE VALDEPERO. Tel. de información,979 76 77 32. Web, www.castillodefuentesdevaldepero.es.
CASTILLO DE VILLAFUERTE DE ESGUEVA. Tel. para concertar visitas, 983 683 722. Web del Ayuntamiento, www.villafuertedeesgueva.ayuntamientosdevalladolid.es.
CASTILLO DE ENCINAS DE ESGUEVA. Tel. para concertar visitas, 662 68 64 26. Web del Ayuntamiento, http://www.encinasdeesgueva.ayuntamientosdevalladolid.es.
Muy interesante. Lo he compartido en facebook, pues me parece que está bien difundir esta obra. Gracias a su autor.
Muchas gracias ti, Emilio. La difusión de nuestro patrimonio es fundamental para su conservación. También lo es despertar el interés por disfrutarlo. Un abrazo.