La torre huérfana
Un sendero conduce hasta la atalaya musulmana de Quintanilla de Tres Barrios
© Texto y fotografías: JAVIER PRIETO GALLEGO
Luce solitaria como un canutillo enhiesto, pinado ante la llanura que forra de vides el polvoriento suelo de tierras rojizas. Hoy es poco menos que nada, un torreón huérfano que ha recuperado parte de su andamiaje interno para que quien quiera pueda asomarse al espacio infinito de los campos del Duero. Una experiencia sobrecogedora, inesperada e impactante. El paseo, la caminata tranquila que media entre la localidad soriana de Quintanilla de Tres Barrios y su atalaya musulmana, da para una hora de ameno discurrir mientras se entreteje en la memoria el tapiz de un tiempo lejano en el que resuenan de continuo el chocar de las espadas, relatos de mil y una noches y armónica música de laúd andalusí.
Corre el siglo X. Hace tiempo ya que el empuje musulmán saltó el estrecho de Gibraltar y se lanzó a la conquista de las fértiles tierras del norte peninsular. Eso sucedía en el año 771. De ese tiempo a esta parte las condiciones sociales y militares han variado mucho. También las marcas fronterizas. Tras unos primeros años de claro dominio musulmán sobre gran parte de la Península, en los que sólo las montañas del norte quedaron a resguardo, el empuje de Alfonso III y algunos condes castellanos han logrado replegar en algo la línea fronteriza que marca el territorio de dos culturas enzarzadas en una lucha improductiva. El mundo cristiano, al norte; el musulmán al sur.
En el mismo siglo X en el que fue levantada la atalaya de Quintanilla, la Marca Media del reino andalusí se traslada desde Toledo hasta Medinaceli en un intento por reforzar la disputada frontera en que se habían convertido las dos orillas del Duero. Es así como se impulsa la construcción del castillo de Gormaz, la mayor fortaleza califal de Europa al tiempo que se riega de castillos, pequeñas fortificaciones y atalayas una frontera que se pretendía inexpugnable. El sistema defensivo se basaba en un esquema de relación entre las distintas construcciones defensivas que se utilizaban tanto para resistir el asedio militar como para el control de los principales pasos. En este ambiente de inacabable tensión bélica las atalayas jugaban el importante papel de oteaderos desde los que controlar cualquier movimiento extraño que se produjera en los territorios conquistados. Por eso sus emplazamientos son casi siempre divinos balcones desde los que se ve casi todo. Por eso sería también un pecado acercarse hasta la atalaya de Quintanilla sin unos prismáticos con los que disfrutar del espectáculo.
La impresionante red de atalayas tendidas en tierras sorianas testimonia la importancia que para el sistema militar tuvieron estas construcciones. Su ubicación dependía del valor estratégico de los pasos a vigilar, cañadas, caminos o vados fluviales. Pero su eficacia estaba relacionada con el sistema de comunicación establecido entre ellas para hacer correr las noticias hasta las fortalezas principales. Cualquier situación de peligro era de inmediato transmitida mediante señales a la atalaya siguiente, con juego de destellos durante el día y hogueras por la noche. Desde la de Quintanilla, emplazada en un promontorio casi a mil metros de altura, se tienen a la vista algunas de las más importantes fortalezas sorianas. Como el castillo de Gormaz, sombra que emerge en la lejanía como un barco fantasmal. También los cerros de Alcubilla del Marqués, donde se emplazaba un castillo islámico, la atalaya de Uxama o el cerro de el Turronero, en Peñalba de San Esteban, donde también se levantó otra atalaya.
La de Quintanilla, consolidada para poder subir hasta sus almenas, presenta los rasgos comunes a estos torreones defensivos: alzado circular, de unos 10 metros de altura; gruesos muros de mampostería y un hueco interior de unos 4 metros diámetro.
EN MARCHA. Hasta Quintanilla de Tres Barrios puede llegarse desde San Esteban de Gormaz tomando el ramal que nace junto a la carretera que enlaza esta población con Alcubilla del Marqués.
EL PASEO. Tiene unos 2 km de longitud. Arranca desde Quintanilla de Tres Barrios por el camino que, en dirección sureste baja hacia el cauce del arroyo del Torderón. Nada más cruzarle se abre un ábanico de caminos en torno a la ermita de la Piedra y el cementerio. Aquí hay que tomar el segundo ramal, contando de derecha a izquierda. El camino discurre entre campos de labor hasta que, a 1.500 metros de este cruce, enlaza con la cañada real para proseguir hacia la derecha unos trescientos metros más y arribar al promontorio sobre el que se alza la atalaya.