El baile del carbonero
Viaje a los últimos hornos para elaborar carbón de la provincia de Burgos
© Texto y fotografías: JAVIER PRIETO GALLEGO
Durante siglos, sobre todo a partir del siglo XV, el carboneo del monte ha sido una de las fuentes de energía calorífica principales para el hombre. De hecho, durante los siglos XVI al XVIII fue fundamental para el desarrollo de las industrias manufactureras de la Península. Pero el oficio de convertir la madera en carbón requiere un proceso laborioso y esforzado, prácticamente artesanal, cuyas maneras se han venido transmitiendo de generación en generación. La aparición de nuevas formas de energía, más fáciles de generar y, por tanto, más asequibles, prácticamente han hecho desaparecer esta tradición. Aún así, todavía es posible ver en los alrededores de algunos pueblos de Burgos las montoneras de carbón vegetal conocidas como carboneras. Este reportaje fue elaborado en mayo de 2007 en uno de ellos, Retuerta, donde, en aquel tiempo, aún era posible contemplar «el baile» sobre su montón de carbón de uno de uno los últimos hombres dedicados a este oficio. Fue publicado en el periódico EL NORTE DE CASTILLA el 18 de mayo de 2007.
Aquí se suda con sólo mirar. Si te acercas o faenas, mucho más. En el fondo es un espectáculo etnográfico, una rareza extemporánea que sirve para reflexionar sobre el trajín de otros tiempos, las mañas y sabidurías que fueron transmitiéndose durante generaciones para venir a morir al siglo XXI.
Por eso este viaje es también un viaje en el tiempo, una estación en la que debería recalarse para valorar mejor lo que se tiene y el dificultoso proceso que se encierra tras algo tan nimio como el carbón vegetal de una barbacoa. Hacer chuletas a la brasa con carbón de encina se vuelve un lujo impagable para quien ha visto bailar al carbonero sobre su montón de leña, sudores, tierra y humo. Y por eso merece la pena este periplo para contemplar las últimas carboneras –corros en los que se realiza el proceso de transformar la madera en carbón- que van quedando en la provincia de Burgos, los íntimos secretos de un oficio aún vivo aunque en rápido trance de extinción.
Retuerta, a un paso de la localidad burgalesa de Covarrubias, es uno de los últimos pueblos donde aún es posible asistir al trasiego de los carboneros en sus quehaceres diarios.
Hay documentos en los que quedó registrado cómo esta localidad fue, desde mediados del XVII y hasta comienzos del XIX, una de las proveedoras habituales de carbón vegetal de la ciudad de Madrid. Hoy son apenas tres familias las que mantienen viva una tradición de laboreo que en el pasado ocupó a buena parte de los vecinos. Una tradición que, por su propia pervivencia, implicó la gestión cabal de los montes comunales de manera que la extracción de la leña necesaria no terminara con su principal fuente de ingresos.
Aunque la utilización del carbón vegetal como una fuente de energía es algo tan antiguo como el uso del propio fuego, a una escala no doméstica se intensifica a partir del siglo XV, especialmente con el despegue de las industrias manufactureras que requieren de procesos en los que intervienen hornos para la transformación de materias primas. Es en ese momento donde el oficio, como tal, adquiere las pautas y procesos que aún hoy practican carboneros como los de Retuerta. Si bien en el pasado lo normal era encontrar cuadrillas de cinco o seis personas que elaboraban el carbón en el propio monte donde se encontraba la leña, ahora lo normal es que una sola persona desarrolle todo el proceso haciendo traer la leña hasta una era cercana al pueblo, de manera que el carbonero pueda realizar el laboreo cerca de su casa. Algo trascendental si se tiene en cuenta que todo el proceso de combustión, desde que se preparan las carboneras hasta que se da por concluido, viene a durar entre 15 y 20 días, y que durante todo ese tiempo el carbonero no puede ausentarse del corro más de dos o tres horas seguidas. De hecho, una de las aristas más duras del oficio es la obligación de acudir varias veces en medio de la noche –llueva, nieve o hiele- para vigilar que el ritmo de combustión del horno sea el que debe, algo que el carbonero controla a voluntad abriendo y cerrando tiros, tapando grietas o cebando con leña el horno para que el consumo de oxígeno en el interior sea el preciso. Uno de los mayores peligros del laboreo es que el horno se tapone en exceso y llegue a estallar como un volcán. Otro, que se hunda bajo los pies del carbonero y se lo trague.
Quien quiera y esté interesado en contemplar cómo se amontona la leña para convertirla en carbón puede darse una vuelta por las localidades de Quintanalara, pueblecito situado entre Revilla del Campo y Torrelara- y Retuerta. En el mes de mayo acostumbra ha celebrarse en ellos actos lúdicos en los que se muestran y desentrañan los secretos de este oficio.
Aquí hice las fotos
Y tú: ¿conoces algún otro lugar donde aún se realicen carboneras de forma habitual?