No es de extrañar que cuando los árabes comenzaron la invasión peninsular y se hizo insoportable vivir en las llanuras de Castilla quien más y quien menos tirara, como las cabras, hacia las montañas del norte. Puestos a escabullirse de las escabechinas que unos y otros practicaban un día sí y otro también, tenían la ventaja de que se hacía más fácil encontrar una piedra tras la que agacharse a esperar a que pasara la batalla campal. Los valles cántabros y astures ofrecían el provecho de sus proverbiales montañas. Especialmente en el entorno de los Picos de Europa, la barrera montañosa, con altitudes superiores a los 2.000 metros, se erigía como una formidable muralla natural. Y aunque no fuera infranqueable, hacía más fácil la defensa: bastaba controlar los puertos de paso para evitar los ataques por sorpresa que tan bien se les daba a los seguidores de Alá -y tanto daño hacían- en las llanuras castellanas.
De entre todos los posibles, el cuenco montañoso formado por los cuatro valles que componen la comarca lebaniega, fue uno de los más solicitados. Y, aunque en belleza también es difícil encontrar otro igual, seguro que pesó mucho más el hecho de encontrarse encajonado entre montañas de vértigo. Por un lado, el murallón calizo e insalvable de los macizos Central y Oriental de los Picos de Europa, y por el otro, las alturas del sistema montañoso palentino y leonés, con los puertos de San Glorio y Piedrasluengas como lugares obligados de paso. Y entre ambos, con una altitud media de unos 300 metros sobre el nivel del mar en sus zonas más profundas, una trenza de valles y vallejos adheridos con fuerza a las laderas de tanta cumbre: Cereceda, Valdebaró, Cillórigo y Valdeprado. El resultado final es que Liébana acabó configurándose como un hermoso rincón del mundo en el que las comunidades espirituales de los siglos VIII y IX consiguieron la fuerza suficiente para llegar a convertirse, andando el tiempo, en un influyente foco de sabiduría con ecos en toda la Península.
Es tradición que, un poquito antes, entre los siglos VI y VIII, grupos de monjes huidizos del mundanal ruido ya habían descubierto las bondades que este territorio brindaba para quien quisiera buscar a Dios escondiéndose de los hombres o, también, propagando su fe entre los tozudos montañeses que seguían aún aferrados a ancestrales costumbres religiosas de tradición pagana. Es así como florecieron en este entorno un largo reguero de pequeños eremitorios, mínimos conventillos que supondrían el embrión del movimiento eremítico que más tarde se extendió por otras zonas de Cantabria y el alto Ebro. Aquella corriente de espiritualidad fue la que trajo hasta aquí a un tal Toribio de Palencia, a la postre santo, para fundar su propio cenobio en una pequeña cueva de las laderas del monte La Viorna, la Cueva Santa, germen del actual monasterio de Santo Toribio de Liébana, cuya construcción data de 1256.
Pero es durante la arremetida musulmana cuando suceden dos hechos fundamentales para la historia de Liébana y del monasterio. Por una parte, la obra de un monje llamado Beato, originario del sur peninsular pero que vivió en él a mediados del siglo VIII. De su mano y de su cabeza salió el libro titulado «Comentario al Apocalipsis«, pensado como una explicación al enigmático texto de San Juan. Junto a los textos, y para reforzar esas explicaciones, los códices escritos por Beato se ilustraron con miniaturas que han pasado a formar parte de la Historia del Arte. Hoy es posible calibrar la enorme importancia de esta obra y el entorno cultural y religioso en el que surgió gracias a la exposición permanente que alberga la Torre del Infantado de la localidad de Potes, una de las visitas imprescindibles en el recorrido por la comarca.
El otro hito memorable que hizo de Liébana lo que hoy es fue la llegada al monasterio de los restos del obispo santo de Astorga, también de nombre Toribio, que un grupo de monjes trajo hasta aquí en secreto con el propósito de intentar ponerlos a salvo de una rapiña califal que cada vez empujaba más hacia el norte. Junto a aquellos restos viajó la reliquia de un brazo de la cruz en la que murió Jesús y que el obispo astorgano había traído de Tierra de Santa en el siglo V. De ella se dice que es el mayor trozo conocido de aquella cruz. Y aunque se le atribuyan poderes milagrosos, el mayor de todos es que convirtió este lugar perdido entre montañas, y al entonces pequeño y prácticamente desconocido monasterio, en un centro de peregrinación tan importante que, el 23 de septiembre de 1512 alcanzó «el privilegio del jubileo siempre que la fiesta del santo -Toribio- caiga en domingo», según bula del papa Julio II. De hecho es, junto a Roma, Jerusalén, Santiago de Compostela, Caravaca de la Cruz, Urda y Valencia uno de los seis lugares del mundo en el que la peregrinación en Año Santo borra los pecados del alma. El último en celebrarse fue en 2006 y el próximo lo será en 2017.
Desde entonces,Santo Toribio de Liébana ha quedado marcado en el mapa de muchos de los peregrinos que recorren el Camino del Norte hacia Santiago de Compostela y que en San Vicente de la Barquera deciden tomar el desvío que, a través del impresionante desfiladero de La Hermida, les acerca al corazón de los Picos de Europa. Después de pasar por el monasterio muchos optan por continuar hacia Santiago enlazando desde aquí con el Camino Francés, que alcanzan salvando el vertiginoso puerto de San Glorio.
La exploración detenida de cada uno de los cuatro valles que componen el mosaico lebaniego es un reto lleno de alicientes difícil de completar -por la abundancia de reclamos en los que detenerse- en un solo fin de semana.
El más oriental de todos es el valle de Valdeprado, vía de entrada para quienes acceden por Palencia desde el puerto de Piedrasluengas. Hacia el este aparece cerrado por la Sierra de Peña Sagra, un macizo montañoso que se eleva por encima de los 2.000 metros y que hace gala de una riqueza forestal y faunística excepcional, con el oso pardo deambulando por algunos de sus bosques. Como excepcional también es la iglesia de Santa María, en lalocalidad de Piasca, considerada como una joya del románico montañés. Lo que hoy se mantiene en pie son los restos del que fuera, en su momento, el monasterio más influyente de Liébana después del de Santo Toribio. El templo conserva, a pesar de las diversas restauraciones, buena parte de un trazado original que data del siglo XII. Resultan muy llamativas la iconografía y los adornos que recorren sus dos puertas, la del oeste y la del sur, también conocida como la del Cuerno. Otros dos lugares en los que detenerse son Caloca, la aldea más alta de Liébana, a 1.108 metros de altitud, y Aniezo, cuya ermita de la Luz alberga a «La Santuca», patrona de Liébana. Su romería, que tiene lugar cada 2 de mayo, está considerada como la más larga de España.
Con más 20 kilómetros de longitud y 600 metros de profundidad en algunos puntos, el de La Hermida también está considerado como uno de los desfiladeros más largos de España. En cualquier caso, es la brecha que el río Deva abre entre las montañas para poder salir hacia el mar. También es la espina central del valle de Cillórigo, en cuya vertiente oriental se localiza otro más pequeño sobre las faldas de la Sierra de Peña Sagra, el hermoso y recoleto valle de Bedoya, que también merece la pena recorrer.
Dentro ya del desfiladero de La Hermida, al comienzo de las Hoces del Deva, se localiza el bello templo de Santa María de Lebeña, el principal monumento prerrománico de Cantabria y, para algunos, ejemplo de la mejor arquitectura mozárabe de esta comunidad. Corría el año 925 cuando los condes Alfonso y Justa, sintiéndose aquí a salvo de las razias árabes llevadas a cabo en el sur del Duero, decidían levantar esta pequeña iglesia dedicada a Santa María, que guarda importantes similitudes con otros edificios mozárabes como los de San Cebrián de Mazote o San Miguel de la Escalada. A la belleza serena de su espacio interior hay que unir el simbolismo que aportan el tejo milenario que crece a su entrada y el viejo olivo de su parte trasera. En el pueblo, en la fachada de la escuela, puede verse una lápida romana procedente de la ermita de San Román, edificio desaparecido que estuvo levantado a medio camino entre la iglesia y el pueblo. Y, si se hace inmediatamente después, puro contraste -de lo más antiguo a la vanguardia arquitectónica- es lo que brinda la visita al cubo de aspecto minimalista que acoge el moderno Centro de Interpretación dedicado al Parque Nacional dePicos de Europa, en Tama.
El río Quiviesa, que confluye con el Deva entre las calles de Potes, es quien vertebra el no menos vertiginoso valle de Cereceda. Se recorre en la salida hacia el puerto de San Glorio, a 1.609 metros de altitud, en una interminable lista de curvas y vistas panorámicas, de las cuales las más celebradas son las que se tienen desde el mirador de Llesba, con los Picos de Europa como telón de fondo. Al comienzo de la ascensión se abre, hacia el sur, el valle secundario del río Frío. En sus alturas remotas quedan las apartadas aldeas de Dobres y Cucayo, a las que se accede mediante dos espectaculares túneles excavados en la roca. El excepcional estado de su patrimonio arquitectónico les ha valido el reconocimiento de Conjunto Histórico Rural.
El cuarto de los valles lebaniegos es el de Valdebaró. Discurre hacia la cuenca alta de un río Deva que tiene sus nacientes en Fuente Dé, el circo glaciar que convierte el valle en un callejón sin salida, al menos, claro está, por carretera. Para los montañeros, es el punto de partida o de llegada de las travesías por los Picos de Europa gracias a su vertiginoso teleférico: sus cabinas recorren en tres minutos y medio los 1.640 metros de recorrido que median entre el fondo del circo y el mirador del Cable, a 1.847 metros de altura, tras salvar 753 metros de desnivel. También en este valle, Mogrovejo, declarado Bien de Interés Cultural y con una torre defensiva del siglo XIV, es uno de los pueblos más bellos de toda Liébana.
Y en el centro geográfico de la comarca, prácticamente en el punto donde confluyen los cuatro valles, Potes lleva siglos ejerciendo un papel de capital comarcal que resulta más que evidente en las celebraciones del mercado ganadero que tienen lugar cada lunes. Y durante los meses de verano, en especial, también es un concurrido centro de servicios que acusa un fuerte trasiego de visitantes abarrotando sus estrechas calles. Tiendas de recuerdos, restaurantes, artesanías, empresas de turismo activo o comercios de toda la vida donde cargar con alguno de los productos más tradicionales -quesucos, orujo, embutidos…- menudean en un entramado urbano que conserva buena parte del sabor hidalgo y montañés que fue acumulando a lo largo de los siglos. Merece la pena recorrer con tiempo sus barrios más antiguos, como el de la Solana. El edificio más representativo de la localidad es la Torre del Infantado, que perteneció a Orejón de la Lama y al marqués de Santillana, y que ha visto remodelado por completo su interior para convertirse en un moderno centro expositivo dedicado a Beato y su obra. Las vistas desde la terraza merecen la pena. Otro punto expositivo relacionado con Beato y sus miniaturas es la cercana iglesia de San Vicente, sede del Centro de Estudios Lebaniegos. El paseo por la parte histórica de la localidad puede seguirse por el puente de San Cayetano mientras se descubren casonas hidalgas como la de La Canal y construcciones pintorescas como la torre de San Cayetano.
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INFORMACIÓN.
Oficina de Turismo de Potes, en el interior del Centro de Estudios Lebaniegos, tel. 942 73 07 87.