En busca del Valle Bueno
Por los caminos del Cerrato: pueblos, ruinas y una vega fértil para disfrutar en bicicleta
© Texto, vídeos y fotografías: JAVIER PRIETO GALLEGODicen quienes persiguen el resbaladizo origen de los topónimos que el de Cordovilla la Real podría venir a propósito de la desbandada de temerosos mozárabes -es decir, cristianos que vivían en territorio musulmán- huidos en torno al siglo IX o X en busca de horizontes más tranquilos en los que mentar a Cristo sin miedo a las consecuencias. La que tuvo aquella desbandada general fue el repoblamiento de grandes extensiones de territorio que, debido a tantos siglos de rifirrafe entre moros y cristianos, habían quedado prácticamente desiertos. Pacificadas ya en parte algunas zonas de ese territorio, aquellos emigrantes fueron asentándose allá donde más les convino, donde se les acabaron las fuerzas o, simplemente, donde les dejaron. Y entre esos lugares debió de estar esta recoqueta población del Cerrato palentino, a la que decidieron llamar con un nombre que 1.000 años después siguiera recordando a sus descendientes la Córdoba de la que les tocó huir. Es una interpretación. El apellido “Real”es un recuerdo también de que hubo momentos en su historia en que lo que aquí pasaba era una cuestión entre ellos y el rey.
Video del reportaje «En busca del valle bueno. Por los caminos del Cerrato palentino». © Javier Prieto Gallego
Y a uno de estos, al rey Carlos III, debe uno de sus mayores orgullos: el puente de 19 ojazos y 240 metros que cruza el Pisuerga de una orilla a la otra. Salta a la vista que justo en este punto de la vega el río pasa ante Cordovilla poniéndose casi casi más ancho que largo. Como si por alguna razón quisiera lucir palmito, desahogarse de estrecheces anteriores o le entrara de repente una calma remolona. Algo que, por otra parte, le sucede a menudo en su discurrir por toda esta zona obligando a puentes largos y con muchos ojos: sin ir nada lejos, el de Torquemada se lleva la palma en historia y largura. Lo cual no quita para que este de Cordovilla, construido en el siglo XVIII sobre otro anterior del siglo XVI, sea también uno de los más bellos de todo el curso del Pisuerga. Un monolito colocado en uno de los arranques del puente recuerda que la factura fue “a costa del común por repartimiento de treinta leguas en contorno”.
Ya dentro del pueblo otra cosa que llama poderosamente la atención es la abundancia de rollos que gasta. Jurisdiccionales, claro. Tiene uno frente al Ayuntamiento y otro en una plaza contigua, a menos de 50 metros. Dos, en este caso, son multitud dado que con uno basta para proclamar a los cuatro vientos que en el lugar que se erigen hay quien haga y ejerza justicia. La explicación de tanto buen rollo, en sentido literal, como se gastan en Cordovilla viene dada por la existencia del monasterio de San Salvador del Moral, cenobio levantado en el siglo VI por el obispo de Palencia, Santo Toribio, y arrasado a mediados del siglo IX por el bando musulmán en un ataque que se llevó por delante a la comunidad de monjas que lo habitaba. Bastantes siglos después, en el XVII, un incendio destruyó de nuevo el complejo llevándose por delante una cantidad considerable de las obras que arte que contenía. Los restos –pocos- de esta fundación están hoy en el interior de una finca privada en mitad del monte pero el rollo que proclamaba que el abad del monasterio tenía potestad para ejercer justicia fue trasladado hasta aquí y es el que se levanta frente a la Casa Consistorial. El otro, por lo visto, es el propio de la localidad.
Por último, y antes de arrancar el viaje que nos ha traído hasta este rincón del Cerrato palentino, toca acercarse hasta la iglesia de la Asunción, mastodóntico edificio –siempre lo son cuando se comparan con el resto del caserío- levantado en el primer cuarto del siglo XVI, que combina estilos gótico-plateresco y renacentista. Tiene dos puertas: una en la torre –que es obra neoclásica del siglo XVIII- y otra, la más bella, en la fachada sur, de estilo plateresco.
La calle que corre por el costado más cercano al río es el disparadero desde el que comenzar la remontada –aguas arriba- en busca del “Valle Bueno”, la vega que domina el caserío de Valbuena de Pisuerga, a 8 kilómetros de Cordovilla. Hay muchas formas de llegar, pero nosotros hemos escogido la bicicleta porque da a los viajes el ritmo calmado que permite alimentarse a gusto de los paisajes que lo merecen y recorrer distancias que a pie se harían, tal vez, algo excesivas.
Así pues arrancamos por esa calle a la que justo después de sobrepasar las eras se le abre un camino por la izquierda. Es el que nosotros tomamos con la intención de mantenernos lo más cerca del río posible. Un kilómetro y medio después el camino gira a la derecha para enlazar con la pista agrícola que une, sin más cambios ni despistes, Cordovilla y Valbuena. La gracia de estos ocho kilómetros de camino rectilíneo estriba en la coquetería con que se aleja y se acerca a las orillas del río. A veces tanto que permite contemplarlo desde lo alto de los taludes que le encauzan. Como al alcanzar la ermita del Espíritu Santo, 700 metros antes de Valbuena, encajada a media ladera en un punto desde el que se divisan muchos metros de ribera, así como los restos de las aceñas que en ese lugar existieron.
Valbuena, capital de ese “vallem bonam” tan bien regado por el Pisuerga, se arremolina en torno a un cerro bajito y suave horadado de bodegas del que se sospecha pudo tener, en tiempos lejanos, un torreón defensivo. Emprendemos en este punto un recorrido circular de 14 kilómetros que nos llevará a conocer lo que queda del frondoso bosque de Buena Madre, las poderosas dehesas que en el transcurso de la Edad Media, además de fuente de riqueza, fueron también origen de enconados enfrentamientos entre los diferentes poblamientos de la zona.
Para ello atravesamos la localidad buscando pasar ante el templo parroquial de San Martín de Tours. Esa misma calle desemboca en una carretera que tomamos hacia la derecha hasta alcanzar la primera curva, a la salida del pueblo. Ahí arranca la pista agrícola que seguiremos hasta el primer desvío. Este se desgaja por la derecha para llevarnos sin pérdida, en dos kilómetros con doscientos metros, hasta las descompuestas ruinas del que fuera priorato de la Granja o de la Quinta.
Entre un caos de piedras desparramadas por el suelo, paredes roídas y maleza se alza la pared huérfana de la cabecera de una iglesia, posiblemente levantada en el siglo XIII. Es la única evidencia reconocible del pequeño conventillo, compuesto por no más de diez monjes, que habitó aquel frondoso bosque, madre de disputas tan enconadas que llevó a intervenir al mismísimo Alfonso X el Sabio para establecer deslindes. Apuntan las investigaciones a que pudo tratarse de una pequeña comunidad que bajo la advocación de San Miguel estuvo adscrita al monasterio de San Pedro de Cardeña. Pero nada es seguro salvo que muchas de las piedras que faltan aquí han sido reutilizadas, a lo largo de los siglos, en otras muchas edificaciones de los pueblos del contorno.
Abandonamos las ruinas hacia el norte (o sea, hacia la izquierda, según llegamos). El viaje continúa bordeando un recinto cinegético que, de tanta alambrada y torreta, nos parece a nosotros más campo de concentración que corral de ciervos. Así llegamos a una de sus esquinas para seguir de frente en ese cruce. Llevamos ya tiempo metidos de lleno en este páramo adehesado en el que, entre carrascas y campos de labor, sobresalen también notables ejemplares de encina, vestigios de tiempos pasados. Después de continuar de frente en una siguiente bifuración y a casi 4 kilómetros de las ruinas del monasterio se llega hasta una estrecha y perdida carretera que hay que tomar hacia la izquierda. Es el carril asfaltado que lleva hasta San Cebrián de Buena Madre, pequeño caserío que más que por su notable templo gótico de Santa Juliana o el caserón fortificado de los Múgica, señores medievales de lugar, llama la atención por el ejército de mastines –unos bien cerrados y otro no- que campan en él a sus anchas. Con la aprensión de quien no se ha creído nunca lo de “perro ladrador poco mordedor”, pasamos de largo ante la iglesia y sin echar pie a tierra buscamos la salida hacia Valbuena, a la que se llega de nuevo tras tomar el desvío señalizado que hay un kilómetro más adelante. El regreso hasta Cordovilla es por el mismo lugar.
EN MARCHA. Hasta Cordovilla la Real puede llegarse desde Quintana del Puente, en la A-62, tomando la P-413.
EL PASEO. Ruta circular con principio y final en Cordovilla la Real. El circuito completo es de 31 kilómetros por caminos agrícolas y pistas forestales, que puede hacerse en bicicleta de montaña en unas 3 o 4 horas. Otra opción muy interesante es realizar el circuito circular que comienza y finaliza en Valbuena de Pisuerga. En este caso se trata de 14 kilómetros por caminos agrícolas y forestales que puede realizarse en unas 3 horas. Ninguna de las dos opciones está señalizada.
Descarga aquí el track
INFORMACIÓN. La parte del paseo que se inicia y finaliza en Valbuena de Pisuerga es una de las propuestas que figuran en el libro “Rutas y sendas por El Cerrato”, de Gonzalo Alcalde Crespo. En el libro figuran también 5 propuestas para recorrer en coche esta comarca y siete para realizar paseos a pie o en bicicleta. Puede recabarse información sobre visitas guiadas por la comarca en Turismo Cerrato, tel. 645 681 551; Senda, tel. 665 36 28 48 o Museo del Cerrato, tel. 979 11 20 10