Un castillo inexpugnable, un papa en sus trece y una estampa de película
© Texto, vídeo y fotografías: JavierPrieto GallegoEl papa Luna, Benedicto XIII para la historia de la Iglesia, no debió de pensárselo mucho cuando la orden de Montesa le ofreció su castillo de Peñíscola como residencia papal. La fortaleza corona, a 64 metros sobre el nivel del mar, un peñón de armas tomar, rodeado de agua por todas partes menos por una, un estrecho istmo arenoso que en aquella época desaparecía también bajo las aguas de vez en cuando para dejar el portentoso mojón convertido en una isla con la que no se atrevían ni los piratas berberiscos.
SIEMPREDEPASO TV. Vídeo del reportaje: «Peñíscola, la fortaleza del mar». © Javier Prieto Gallego
Abrigado, a su vez, por un recinto amurallado que mejoraba las defensas allá donde los acantilados eran más bajos, el castillo había sido levantado por los Templarios sobre una de las principales fortalezas árabes de la costa mediterránea. Tras la disolución forzada de la orden del Temple, plaza y castillo habían pasado a manos de la nueva orden de Montesa y esta decidió tomar partido por un papa tan tozudo que acabó siendo, según algunos, origen del dicho «Estar en sus trece». Osea, «erre que erre». El papa, o el antipapa, según se mire, huía de numerosos enemigos -principalmente del rey de Francia- que querían quitarle de en medio para acabar, de una vez por todas, con el Gran Cisma de Occidente, la división que mantuvo a la Iglesia -y al resto de Europa por simpatías- partida en dos entre 1378 y 1429.
Abrigado, a su vez, por un recinto amurallado que mejoraba las defensas allá donde los acantilados eran más bajos, el castillo había sido levantado por los Templarios sobre una de las principales fortalezas árabes de la costa mediterránea. Tras la disolución forzada de la orden del Temple, plaza y castillo habían pasado a manos de la nueva orden de Montesa y esta decidió tomar partido por un papa tan tozudo que acabó siendo, según algunos, origen del dicho «Estar en sus trece». Osea, «erre que erre». El papa, o el antipapa, según se mire, huía de numerosos enemigos -principalmente del rey de Francia- que querían quitarle de en medio para acabar, de una vez por todas, con el Gran Cisma de Occidente, la división que mantuvo a la Iglesia -y al resto de Europa por simpatías- partida en dos entre 1378 y 1429.
Aquel castillo templario le vino a Benedicto XIII que ni pintado. Había salido del palacio de Aviñón casi con lo puesto, si se exceptúa su fantástica biblioteca, y seguía tan dispuesto como el primer día a defender que él era el legítimo rector de la Cristiandad. Con muy pocos partidarios de su causa, y a la edad de 87 años, llegó a Peñíscola en 1415 para convertirla en sede pontificia, desde entonces una de las tres, junto a Roma y Aviñón, que ha habido en la historia de la Iglesia.
Y eso fue lo que hizo, blindar la fortaleza a su gusto, dotarla de una de las bibliotecas más importantes de su tiempo y continuar guiando los pasos de la Iglesia a su manera hasta que le llegó la muerte a los 95 años, inusitada edad para una época en la que la media rondaba los cuarenta y tantos, claro. Por el camino, había resistido asedios, atentados y hasta, ya en el castillo de Peñíscola, el intento frustrado de envenenarlo con el disimulado método de mezclar arsénico en un pastel. Pedro Martínez de Luna y Pérez de Gotor fue papa entre 1394 y 1417, y antipapa, es decir, no reconocido como tal por los concilios posteriores, desde esa fecha hasta su muerte, en 1423.
Su sucesor, elegido en el interior del castillo, fue Clemente VIII, que continuó ejerciendo las labores papales hasta que en el año 1429 abdica en favor de Martín V y pone fin así a los 51 años que duró el Gran Cisma de Occidente. Termina entonces el episodio histórico que colocó el nombre de Peñíscola en un lugar destacado de la Historia Universal.
Y aunque no fue, desde luego, el único momento en el que esta ciudad encastillada tuvo un papel relevante si es, hoy por hoy, el que ensombrece algunos de los que acontecieron antes y después. Y a su protagonista, el papa tenaz (o tozudo, según si se es partidario de su causa o no), en la figura omnipresente en cualquier paseo por la Peñíscola del siglo XXI: nombres de hoteles, avenidas, restaurantes, figuritas de cerámica, souvenires sin fin… y hasta una estatua de bronce a los pies del castillo desde la que contempla el trasiego de la plaza de Armas con cara, la verdad, de pocos amigos.
Esta, la de hoy, fue declarada conjunto histórico-artístico en 1972, 16 años después de que el director Luis García Berlanga la convirtiera en su «Calabuch» y 11 de que Anthony Man la transformara, en 1961, en uno de los escenarios principales de su «Cid», con Charlton Heston a la cabeza. Fue, precisamente, esta superproducción de Hollywood la que volvió a colocar a Peñíscola en el mapa del mundo. Aquel pueblecito pesquero que parecía haberse quedado varado en las orillas del tiempo se convirtió, gracias al cine, en uno de los rincones más pintorescos de la península Ibérica. Peñíscola pasó a ser uno de los lugares más buscados por los turistas que llegaban del extranjero con el ansia de un destino de postal difícil de superar. Hoy es uno de los destinos estrella de la costa del Azahar castellonense, imbatible por su larga línea de playa -5 kilómetros de arena que unen Peñíscola y Benicarló- y un casco histórico que, por suerte y a pesar de las marabuntas que lo atiborran en las tardes de agosto, tiene un indudable y sugerente encanto.
Ese casco histórico de callejas estrechas e inclinadas, fachadas albas y escalinatas se ve ceñido por el conjunto de murallas que, a lo largo de diferentes épocas, fueron acotando a la perfección el contorno rocoso del tómbolo, adaptándose como un guante a los accidentes orográficos del peñón. En la actualidad se distinguen tres tramos de murallas diferentes. En el sentido de las agujas del reloj, la fortificación medieval, en la zona del puerto; las reformas del siglo XVIII, sobre el acantilado que mira a mar abierto; y la fortificación renacentista que predomina en la cara que mira a tierra.
Y no solo por el buen diseño de sus murallas. Una de sus mejores bazas para resistir los asedios contra viento y marea fue la abundancia de agua potableque brota en el interior del peñón por diferentes manantiales y que, aún hoy, siguen abasteciendo a la población.
Otra de sus bazas para mantenerse invicta fue la falta de accesos. Durante siglos solo contó con uno, el actual portal Fosc, reformado en tiempos de Felipe II. Benedicto XIII ordenó abrir otro, el portal de Sant Pere, en el costado del actual puerto pesquero, para acceder directamente al interior de las murallas saltando desde las embarcaciones. En 1754 se abrió la puerta de Santa María por orden de Fernando VI atendiendo las demandas de una población cansada de las dificultades que suponía el acceso por las otras puertas con los carros cargados de mercancías.
Hoy cualquiera de ellas sirve para iniciar un callejeo que, se haga como se haga y a pesar de las rampas y escalinatas, siempre parece corto. Una de las formas de organizarlo para no perderse nada es, por ejemplo, seguir el paseo de ronda aprovechando para disfrutar de las espectaculares vistas que se ofrecen desde casi cualquiera de sus almenas. El premio gordo es asomarse a las más altas, las del castillo, justo al ponerse el sol.
QUÉ VER. Entre los principales rincones del casco histórico de Peñíscola se localizan: el portal de Sant Pere, sobre cuya dovela central se puede ver el escudo del papa Luna. El bufador, una gran brecha natural abierta entre las rocas, frente al fortín del Bonete, por el que se proyecta el mar en días de temporal. El Museo del Mar, de acceso gratuito, se localiza en el baluarte del Príncipe y está dedicado a mostrar el patrimonio cultural marinero de Peñíscola. El castillo (tel. 964 48 00 21), en lo más alto, fue construido por los templarios y reformado por Benedicto XIII para habitarlo como palacio. En el recorrido por su interior destacan la solución abovedada y en ángulo de la puerta de entrada, la cocina, la iglesia, el salón del Cónclave, el del Comendador o el estudio papal. Existe servicio de visitas guiadas gratuitas. Santuario de la Virgen de la Ermitana, junto al castillo. Parque de artillería, del siglo XVIII, conjunto de jardines en torno a las estructuras militares con las que se reforzaron las defensas en ese siglo. Existe un pequeño albergue de aves rapaces. Iglesia parroquial, junto al portal Fosc. Alberga una colección de piezas relacionadas con Benedicto XIII. Portal Fosc, construido en el siglo XVI. Puerta de Santa María y plaza de les Caseres, construida en 1754 para facilitar el acceso a los vecinos hacia el interior de la población.
INFORMACIÓN. Paseo Marítimo, s/n. Tel. 964 48 02 08. Web: www.peniscola.es
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Y así lo publicó EL NORTE DE CASTILLA