Hoces, leyendas piadosas y truchas en un recorrido tras los pasos de san Froilán
© Texto y fotografías: JAVIER PRIETO GALLEGO
El río Curueño es un río pródigo en muchas cosas. Por un lado están sus truchas, que sin ser ya lo que eran siguen siendo de primera de división. No por nada el Curueño se cuenta como uno de los mejores ríos trucheros del norte leonés. Quizá por eso su población truchera se aparece a ojos de cormoranes, garzas o cigüeñas como un apetecible manjar del que resulta imposible no repetir. Y tanto se están aficionando a las corrientes del Curueño que su gula desmedida está poniendo en serio peligro a este pata negra de los ríos de montaña.
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Pero el Curueño, un río que no corre más allá de los 48 kilómetros entre sus fuentes y su unión con el Porma, es pródigo también en unas hoces memorables, las que le abre a la caliza entre Valdeteja y Montuerto, retorciéndose a un lado y a otro, culebreando como trucha panza arriba para lograr el paso que todos los ríos buscan en su camino hacia un mar que muy pocos logran alcanzar. Las mismas hoces por las que los romanos consiguieron colar, con permiso del Curueño, por supuesto, una de sus calzadas de comunicación entre la meseta y el norte asturiano, aprovechando el paso que les brindaba el puerto de Vegarada. Aquella Calzada de Vegarada fue también sendero de peregrinos, camino de pastores trashumantes, ruta de arrieros, caballeros y soldados. Y el tiempo y la necesidad de saltar de una orilla a otra fue componiendo también una particular colección de puentes que ya quisiera para sí el juego de la oca. Aunque hubo muchos más, aún hoy es posible viajar aguas arriba del Curueño de puente en puente completando un recorrido de ocho pasos -ocho puentes- lleno de melancolías y delicados equilibrios.
Leyendas del Curueño
Otro recorrido mucho más intangible aunque no menos hermoso es el que persigue colgarse de sus leyendas, no tan abundantes como sus truchas pero igual de apetecibles. Una de ellas cuentas las dichas y las desdichas de la Dama de Arintero.
Corría el final del siglo XV cuando se libraba el enfrentamiento entre los partidarios de Juana la Beltraneja y los de los Reyes Católicos por la sucesión al trono de Castilla. En Arintero, un pueblecito del Curueño situado en las alturas de su costado oriental, vivía un noble cuya voluntad era la de partir hacia Benavente para combatir por la causa de los Reyes. Sin embargo, ya mayor, esto resultaba del todo imposible. Sin hijos varones, tampoco tenía a nadie a quien enviar en su puesto. Es entonces cuando Juana, una de sus siete hijas, ante el sufrimiento que todo ello causaba en su padre, le pidió permiso para acudir a la batalla disfraza de soldado. Y así, con muchas agallas y gran valentía terminó por convertirse en un guerrero de gran fama al que todos conocían como caballero Oliveros.
Pero un mal día una lanza desgarra su jubón dejando uno sus pechos al aire y tiene que acudir ante el rey para relatarle lo sucedido. Lejos de reprocharla el engaño, el rey, impresionado por su actitud tan noble y valiente, la recompensa a ella y a su pueblo con merecidos privilegios. Es regresando ya hacia Arintero, a la altura de La Cándana, cuando seis soldados envidiosos de lo conseguido por Juana la asaltan con la intención de quedarse con sus documentos y sus nuevos privilegios. La Dama, valerosa como era, pero al fin y al cabo humana, les hizo frente aunque sin poder sobrevivir a la emboscada.
Otra historia de gran predicamento en la zona es la que cuenta las venturas y desventuras de san Froilán que anduvo por estas hoces, enriscado, rezando y fundando conventos muchos años antes de que pasara por su cabeza siquiera la idea de acabar convertido en obispo de León y, andando el tiempo, en santo patrón.
El caso es que en un hermosísimo rincón de estas montañas, a un paso de Valdorria, entre agujas de caliza y precipicios a los que no se ve el fondo, perdura la ermita construida por el santo con la ayuda del lobo que pretendió comerse a su burro. Viéndolo Froilán acercarse al burro con aviesas intenciones salió ante él haciendo no solo que se arrepintiera del intento, sino que terminó por colocarle unas alforjas para que se sumara así a la erección del templo.
Quien no disponga de mucho tiempo debería, al menos, hacerse el paseo que media entre la localidad de Valdorria y la ermita. Son 20 minutos de un sendero que caracolea entre las peñas hasta alcanzar el balcón en el que se encuentra la ermita. Aunque resulta imposible comprobarlo, dicen que son 365 los escalones tallados en la roca o construidos para acceder a ese apartado lugar del mundo en el que san Froilán se dio a la vida eremítica allá por el siglo IX.
Ruta de peregrinación a la ermita de San Froilán
Quien ande más sobrado de tiempo y fuerzas puede atreverse con el circuito pedestre señalizado que lleva por título “Ruta de peregrinación a la ermita de san Froilán”. Es un recorrido de casi 13 kilómetros con un pronunciado desnivel al comienzo, hasta alcanzar la ermita, pero cuyos alicientes compensan con creces resoplidos y sudores. El circuito arranca en Valdepiélago para comenzar enseguida a trepar por La Forca hacia La Collada. A partir de ahí el camino entra en el conocido como paraje de Valdecésar atravesando las praderías en las que la tradición cuenta que Froilán fundó, consecutivamente, tres monasterios. Después, bordeando los peñascos de El Viso, el camino alcanza Valdorria, donde se localiza el desvío que acerca hasta la ermita.
Desde Valdorria el circuito toma ahora la carretera para descender en zigzags hasta las profundidades del desfiladero en Nocedo de Curueño. Tras atravesar el pueblo y cruzando a la orilla izquierda del río, el paseo aprovecha el trazado de la calzada romana para dirigirse hacia Montuerto. Entre ambos pueblos queda La Portilla, un paso en uve junto al pico de la Prendada en el que arranca, por la derecha, el corto ramal que acerca hasta los restos del castillo de Montuerto, un bastión medieval desde el que se controlaba el paso por el desfiladero y del que apenas quedan visibles el arranque de unos contrafuertes de la muralla. Si son más evidentes los restos de la ermita que se construyó en el patio de armas de la fortaleza y cuyos despojos dan albergue al camposanto de Montuerto.
Este largo paseo se cierra sin cambiar de orilla continuando el trazado de la calzada desde Montuerto a Valdepiélago, que se alcanza a la altura de su airoso puente medieval.
Una vez finalizado, y ya en coche, aún quedarían dos cosas por hacer: una es visitar la cascada Cola de Caballo, junto a la carretera, señalizada un poco antes de Nocedo. La otra es acercarse hasta el bar preferido por el actor Viggo Mortensen en el Curueño: el bar Anabel, en Valdeteja, el lugar hasta el que llegó por casualidad mientras preparaba su personaje Alatriste y al que vuelve cada que está en España.
EN MARCHA. Las hoces del Curueño se localizan en el sector central de la Montaña Leonesa. La carretera LE-321 la recorre entre La Vecilla y el puerto de Vegarada, en el límite con Asturias y donde finaliza la carretera para convertirse en una pista de tierra.
EL PASEO. La “Ruta de peregrinación a la ermita de san Froilán” sigue el recorrido que cada día 1 de mayo realizan las gentes del valle hasta la ermita del santo. Son algo más de 13 kilómetros que pueden hacerse, dependiendo de las paradas, en unas cuatro horas. De dificultad moderada por el importante desnivel que se salva desde el punto de partida en Valdepiélago hasta la ermita del santo. Entre sus alicientes están los espectaculares paisajes que se disfrutan en el tramo de ida y los restos de la calzada romana, sin apenas desnivel, que llevan por la orilla del Curueño hasta cerrar el circuito de nuevo en Valdepiélago.
Altura de salida: 1.040 metros / Altura collada de La Mata: 1.329 metros / Altura ermita del santo: 1.364 metros.
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