Aires de Alhambra a los pies del Moncayo
Ágreda conserva las huellas de la dominación árabe
© Texto y fotografías: JAVIER PRIETO GALLEGO
Algo tienen que tener los vientos del Moncayo para que sus rebufos gélidos curen por igual embutidos, bacalao, tuberculosis y arrebatos místicos. O para que mil años después de rendida, la localidad de Ágreda siga manteniendo, tan fresca, la impronta musulmana que dejó en ella ser una de las principales plazas fuertes de quienes luchaban desde el sur para extender la creencia en Alá hacia los reinos del norte. No en vano los aires del Moncayo llevan en sí mismos los ecos de una leyenda, la que cuenta cómo el propio Moncayo es consecuencia de una venganza, la que ejerció Hércules sobre Caco, hijo de Vulcano, tras descubrir que había robado sus bueyes. En castigo, Hércules enterró a Caco en una cueva y lo sepultó bajo la mole montañosa más alta del Sistema Ibérico, 2.314 metros desde los que se divisa media España.
Esos vientos frescos y puros, condimento invisible de unos embutidos envidiables, corren como Pedro por su casa entre las calles de Ágreda. De hecho forman parte de su paisaje. Tanto como el propio Moncayo, cuya mole imponente acogota desde cualquier esquina.
Ágreda es una localidad fronteriza. Una localidad de la muga que disputaron con ahínco el norte cristiano y el sur musulmán o los reinos de Castilla y Aragón, según la época. Y de tanto rifirrafe es de donde le viene a Ágreda su perfil de territorio encastillado, su colección de puertas medievales, de torres almenadas. Después, con el paso de los siglos y la prosperidad de la Mesta, le llegaría también tiempo para su colección de retablos, capillas suntuosas, palacetes y mansiones, de entre la que destaca, por sus dimensiones inesperadas, el palacio de los Castrejones y su espectacular jardín palaciego.
LA VENERABLE
Sor María de Jesús de Ágreda es el personaje histórico más conocido de la localidad. Su entrega religiosa y su calidad literaria se vieron acompañados del raro fenómeno de la bilocación, la capacidad para encontrarse en dos lugares al mismo tiempo. Sus arrebatos místicos se veían aderezados de levitaciones y éxtasis tras de los cuales aseguraba haber estado en distintos lugares de América o India, contando con detalle cosas imposibles de saber de otra manera, al tiempo que los testigos afirmaban haberla visto en aquellos lugares y circunstancias concretas.
La mejor forma de adentrarse en su cogollo histórico es alcanzar a pie la plaza Mayor. En realidad, este desahogo urbanístico es la suma de dos plazas, la de la Virgen, sobre la que se alza el templo de Nuestras Señora de los Milagros, y otra contigua que aparece presidida por el palacete de estilo renacentista del siglo XVI en el que se ubican el Ayuntamiento y la Oficina de Turismo.
Desde luego, merece la pena asomarse al interior de la iglesia de Nuestra Señora de los Milagros, de dimensiones catedralicias y, una vez dentro, no perder detalle de la capilla del Carmen y los sorprendentes estucos de su bóveda. Desde la plaza, un posible itinerario por el interior de Ágreda lleva por la puerta de Santo Domingo, resto de uno los recintos defensivos, hacia la calle Vicente y Tutor. Enseguida, a la derecha, se ve el ábside de la que fuera sinagoga de la aljama de Ágreda, en cuyo devenir histórico se dio, en su momento, una fructífera convivencia entre las culturas cristiana, musulmana y judía.
Al final de la calle aparece el Arco de Felipe II, puerta de entrada al barrio árabe, y la mole del palacio de los Castejones.
Traspasado el arco se ofrece la oportunidad de recorrer el llamado Paseo de los Molinos, cuyo inicio se localiza, disimuladamente, bajo un inmediato puentecillo. En la parte más baja del barrio se abre la puerta Árabe, excelente ejemplo del poso dejado por la ocupación árabe y excelente lugar para admirarse con la vista de huertos en bancales que pueblan el interior de uno de los barrancos que rodean la población, herencia innegable también de la forma en que esa cultura aprovechaba el más sencillo hilo de agua para convertirlo en vergel. Junto a la puerta, en la antigua mezquita, se halla el centro de interpretación de la localidad.
El tornaviaje a la plaza Mayor ha de dejar tiempo para recalar en el mencionado jardín palaciego, la iglesia de San Miguel, el convento de las Concepcionistas, donde se veneran los restos de Sor María de Ágreda, y el Museo de Arte Sacro.
LA SEMANA SANTA EN ÁGREDA
Muy alejada de la típica imagen de capuchón y penitente, la celebración que tiene lugar el Viernes Santo en Ágreda recuerda directamente a la moda de respeto del siglo XVI. La «culpa» es de una cofradía, la de la Vera Cruz, fundada el 7 de abril de 1556, que, además del espíritu, ha sabido conservar hasta los trajes que se llevaban entonces para honrar a los muertos camino del cementerio. Ese era el objeto de la cofradía, facilitar el entierro a quienes fallecieran en la villa, y ese es el traje con el que aun desfilan. Por eso, por seguir la moda propia del reinado de Felipe IV, a los cofrades se les conoce como «felipecuartos». El traje de «gala rigurosa» -hay varias categorías- consta de sombrero de ala ancha, chaleco, chupín, cola, calzón, medias y zapatos, todo ello en color negro. De color blanco son la chorrera, la golilla, la camisa, el pañuelo y los guantes. A la cintura llevan también la conocida como «daga de Flandes».
NO TE PIERDAS. El Viernes Santo, la procesión del Sermón de las Siete Palabras. El desfile, al que se suman también barbudos romanos, «alumbrantes» y «hermanas», da comienzo a las 11,30 y parte de la iglesia de San Juan Bautista para llevar las imágenes hasta la parroquia de Nuestra Señora de los Milagros, donde tiene lugar el sermón.
GASTROPASIÓN. Ágreda presume de su maña para elaborar pastas. En su rico muestrario, basado en una larga tradición que viene de muchas generaciones atrás, encontramos magdalenas, mantecadas, sobadillos, hojaldres, españoletas, y rosquillas huecas. Pero si buscas algo propio de la gastronomía local prueba “El langarto”, una masa de pan rellena de picadillo o sardina que recuerda algo a la empanada gallega.
EN MARCHA. A Ágreda, en el extremo oriental de la provincia, se llega desde Soria por la N-122 tomada hacia Tarazona.
INFORMACIÓN. www.agreda.es.
Hola Javier, es un gustazo tanto leerte, como oírte en onda cero, como verte en vídeos de youtube. Tan solo decirte que el post anterior el de por la ruta del renacimiento, me valió de mucho el sábado pasado para pasar ese día de lujo y de maravilla. Un gustazo lo dicho el haberte conocido.
Hola Rodrigo, muchas gracias por el comentario. Me anima a seguir aportando ideas y ayudando a que conozcamos un poco mejor lo que tenemos tan cerca. Un abrazo.