El bosque de las plantas raras
El pinar de Hoyocasero, joyas de la botánica a los pies de Gredos
© Texto, fotografías y vídeo: Javier Prieto Gallego
El Pinar de Hoyocasero es, más que otra cosa, un milagro de la botánica. También el resultado del empecinamiento de los vecinos de esta localidad abulense por conservar un bosque del que llevan siglos sintiéndose orgullosos. ¿De qué otra forma podría haber sobrevivido este bosquete de pinos silvestres, relicto en la zona tras más de 500 años de explotación maderera y en cuyo suelo los botánicos han logrado catalogar medio millar de especies de plantas superiores? Porque así, a simple vista, este pinar puede parecer un pinar como cualquier otro: oloroso y fresco, bien servido de helechos y alfombrado de tamujas y piñitas. Incluso algo pequeño en extensión –unas 150 hectáreas– comparado con las interminables manchas de pino silvestre que faldean las sierras del Sistema del Central algo más hacia el oeste. El de Hoyocasero se ubica a 1.351 metros de altitud, sobre un escalón rocoso de la Sierra de la Paramera, a un costado de las vegas frescas que alimenta por esos lares el río Alberche y aparece, casi de sopetón, como un parche oscuro y denso que contrasta con los contornos rocosos del granito descarnado que domina en esta zona de la sierra.
Decía que, así, a simple vista, apenas se percibe qué tiene este bosquete superviviente de singular. Y, sin embargo, basta mirar al suelo –y saber botánica, eso sí- para descubrir que su gran valor ecológico estriba en la presencia, totalmente inusual, de tres comunidades florísticas bien diferentes. Entre los pinos, junto a las tamujas y las piñas que caen desde lo más alto, conviven especies propias de zonas montanas, especies asociadas al matorral mediterráneo y especies eurosiberianas. Así, como quien no quiere la cosa, entre los pinos de este pinar crece el lirio de los valles, planta rara en la península Ibérica que únicamente se da en los hayedos del Norte. También lo hacen la pimpinela mayor, el pie de oso, la acedera de hoja larga, o especies de corte mediterráneo como el lirio español o la lechetrezna de Sierra Nevada, entre muchas otras, claro. Y, por si fuera poco, los científicos han descrito aquí otras varias especies más desconocidas con anterioridad. Como la Rubus hoyoqueseranus, que deja bastante clarito en el apellido el lugar de su descubrimiento.
Por todo lo anterior, y aunque debiera sobreentenderse, quizás sea preciso señalar que si siempre se requiere un mínimo de sensibilidad y cordura a la hora de disfrutar de cualquier rincón de nuestra privilegiada naturaleza, cuánto más en esta ocasión. El delicado equilibrio biológico que ha sobrevivido a los quinientos años de explotación comercial que tiene este pinar a sus espaldas ha hecho que en la actualidad se encuentre incluido en el inventario de espacios naturales de Castilla y León. Tal vez no sobre tampoco advertir de la necesidad de abstenerse de cualquier tipo de recolección, por mínima o inofensiva que pueda parecer. Todo, lo vivo y lo que muere para volver a convertirse en vida, forma parte del bosque y en él debe quedarse para que el ciclo continúe.
Mientras tanto, al común de los mortales, expertos en botánica o no, nos queda el goce de adentrarnos en el bosque una vez más, de senderear bajo las ramas de este oasis boscoso, de esta isla del tesoro cuyo botín es saber que el aire que se respira llega hasta nosotros impregnado por la existencia de una comunidad botánica única e irrepetible. Y tan apetecible en cualquier momento del año. Porque la vida en su interior no se detiene nunca y el desarrollo de las valiosas especies que en él tienen su hogar se suceden unas a otras. Y lo mismo puede decirse de los habitantes del bosque, con un muestrario faunístico tan valioso como el de su flora. De interés resulta la abundancia de insectos, en especial de mariposas, que con la llegada del buen tiempo pululan incansables por el bosque. Entre las aves que utilizan esta afortunada isla verde como cazadero, refugio o escondite, cabe señalar al milano negro, al águila culebrera, a los pitos reales, a las palomas torcaces, los ruiseñores, carboneros, garrapinos, pinzones, águilas ratoneras, petirrojos o abejarucos.
El inicio del recorrido por el pinar tiene lugar en el área recreativa de Albuñón, hasta donde se llega por una pista forestal que desciende desde la carretera AV-905, 1 kilómetro antes del pueblo de Hoyocasero llegando desde la Venta del Obispo. La pista de acceso se localiza en una marcada curva de la carretera en la que hay bastante espacio para dejar los coches pero ninguna indicación acerca del área recreativa ni de la posibilidad de internarse en el pinar. Si se ve, sin embargo, cómo pespuntean el inicio de la pista las señales blanquirrojas del GR.10, que comparte con el paseo por el pinar sus primeros 500 metros.
Lo más frondoso del Pinar de Hoyocasero se encuentra al principio de esa pista forestal. Pasados esos primeros 500 metros surge a la derecha el desvío por el que prosigue el GR.10 pero no nuestro paseo, que continúa el recorrido por el corazón del espacio natural girando poco a poco hacia el este, describiendo un gran semicírculo hasta que los prados en los que pasta el ganado ganan el pulso al pinar, dominando el paisaje por el lado izquierdo mientras se divisa, en alto y a lo lejos, el asoleado caserío de Hoyocasero. Algo antes de alcanzar las praderías y los viejos vallados parcelarios, se habrá visto, a 1 kilómetro del inicio y al lado izquierdo del camino, una fuente con el pilón circular.
El paseo sigue decidido hacia el este mientras el pinar pierde protagonismo y lo cobran las praderas, el ganado y el robledal, que disputa al pinar una presencia hegemónica que puede llegar hasta hacerlo desaparecer. Después de sobrepasar, por la izquierda y sin tomarlo, el segundo de los vados que salvan el arroyo del Pinar, y que de seguirlo llevaría al pueblo, el paseo continúa hacia el este en el momento en el que la pista se bifurca: un ramal sube decididamente hacia lo alto, mientras que el otro tira hacia abajo y se mete por un oscuro bosquete de pinos con el suelo alfombrado de tamuja. Es el último trecho de pinar. Después se vuelve a salir a una pista bien marcada que llega directamente desde el cementerio del pueblo.
Y aquí se presentan dos alternativas -no excluyentes, en cualquier caso-: seguir de frente y acercarse hasta las ruinas melancólicas del molino de la Solana, junto a las aguas del Alberche; o girar en la pista hacia la derecha, y sin tomar una desviación por la izquierda que surge un poco después, llegar en menos de 1 kilómetro hasta el puente medieval de un solo ojo conocido como La Puente. Del otro lado, el senderillo que corre aguas arriba junto a la orilla del Alberche lleva, en otros 500 metros más hasta las ruinas de una antigua fábrica de luz y harina, un complejo industrial de otro tiempo que la vegetación devora a paso lento pero seguro. Como es ella.
No pudimos hacer este paseo por falta de indicación. Es una pena porque se habla también de este lugar en vuestra página. Por favor si queréis promocionar este pinar convendría poner una señalización adecuada. Muchísimas gracias. Una amante de la naturaleza. Elisabeth