CUEVAS CON ALMA
Hubo un tiempo en el que los hombres para estar más cerca de Dios corrieron en dirección contraria: buscando el cobijo de la tierra. Hablamos de los siglos VII al XI, una época oscura y remota de la historia en la que, al menos en el norte peninsular, todo parecía estar pendiente de un hilo. Lo que más, la vida y la recompensa cierta de un futuro eterno.
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Eran aquellos, tiempos turbulentos en los que el Islam se había ido asentando en el sur peninsular mientras los adalides de la fe cristiana permanecían encastillados en el norte montañoso. Entre una parte y otra quedó un inmenso desierto de vida humana que pintaría como un auténtico “far west”: con sus forajidos, sus matones, sus justicieros, soldados de fortuna, pioneros en busca de territorios libres, monjes armados o santurrones dispuestos a bajarse del mundo en un lugar donde nadie los encontrara ni a tiros. Eran territorios de repoblación en los que siempre se vivía ojo avizor, por si las moscas o por Alá.
Uno de esos territorios de repoblación es el valle cántabro de Valderredible, una deliciosa depresión orográfica regada por el discurrir del río Ebro conocido, entre otras cosas, por la colección de pequeñas iglesias y construcciones de aire monacal que conserva excavadas en la roca. Forman parte del legado de unos antepasados que pensaron que la mejor forma de construir para la eternidad era rascando en las blanduras de la arenisca, una mezcla de arena compacta tan maleable como un merengue en la que, si te pones, haces una catedral con un cucharón.
El fenómeno del eremitismo rupestre es algo relativamente frecuente en muchos lugares de la geografía peninsular. Pero la singularidad, en este caso, viene dada por la densidad de construcciones que se localizan, sobre todo, en la cabecera alta del valle del Ebro. Entre las explicaciones más repetidas está la de una corriente migratoria de creyentes cristianos, propiciada en torno a los siglos IX o X, que habría abandonado territorios de dominio musulmán en el sur para reemprender, siguiendo el curso de este río, sus cristianas vidas en el norte. De sus manos saldrían las hechuras mozárabes que se identifican en muchas de las ermitas rupestres del valle de Valderredible y alrededores. Al mismo tiempo que esto sucedía, se habría ido extendiendo la práctica de un acercamiento a Dios poniendo de por medio el alejamiento de los hombres, la vida ascética, en soledad y aislamiento que pobló de ermitaños muchas de las oquedades que quedaban al alcance de la mano en el valle del Ebro.
En ocasiones, estos anacoretas acostumbrados a vivir como abejarucos, asomados al vacío desde su nido en la tierra, formaban pequeñas comunidades en torno a un templo algo mayor, al que también daban forma aprovechando la blandura de la roca. Así, con las herramientas de la época –es decir, una azuela y poco más-, fueron formándose monasterios de dimensiones familiares a los que, si se podía, se iban añadiendo más agujeros para acoger a los nuevos miembros. Son las oquedades aisladas –llamadas celdas o lauras- que a menudo salpican el entorno de lo que se adivina como el templo principal.
De todos aquellos trajines del pasado, lo que hoy ha quedado es una colección de agujeros en las rocas, en los que se adivinan marcas de encaje de las estructuras de madera que ponían las paredes, techos o puertas allí donde no las daba de por sí la naturaleza. También alguna iglesia excavada por completo en el subsuelo, con sus bóvedas, sus pilares y sus ábsides semicirculares.
Una de las más importantes, grandes y hermosas de toda la península Ibérica es la ermita rupestre de Olleros de Pisuerga, en tierras palentinas aledañas a Aguilar de Campoo. Dedicada a los santos Justo y Pastor asombra tanto por sus dimensiones como por su antigüedad. Su parte más antigua es la sacristía –del siglo VIII-. Y hay que fijarse en que una de las columnas que separan sus dos naves forma un todo con el resto de la cueva. Las otras dos se añadieron en el siglo XVII.
Es, sin duda, un aperitivo de primera para un viaje que desde aquí puede encaminarse hacia el valle de Valderredible. En Cezura hay que hacer el primer alto. A la entrada del pueblo, una carretera lleva hacia Covalagua. Quinientos metros después de tomarla, un sencillo cartel de madera con letras rojas indica el sendero a “El Cuevatón”, una impresionante oquedad con aires de catedral hasta la que se llega en cinco minutos de caminar por el interior de un bosque de helechos.
Santa María de Valverde, todavía en el costado oeste de Valderredible, atesora la otra iglesia rupestre importante de la zona, tan espectacular como difícil de visitar. Un cartel en la puerta dice cuándo se abre: Misas domingos y festivos a las 13 horas. A unos metros del templo se sitúa el Centro de Interpretación del Rupestre, con título de difícil interpretación pero que en realidad versa sobre el fenómeno del eremitismo y las necrópolis rupestres, aunque solo del territorio cántabro. Es lo que tiene la miopía administrativa.
Hay muchos más rincones, pero resultan parada obligatoria la iglesia de Cadalso, la de Campo de Ebro o la de Arroyuelos, iglesia de dos pisos que ocupa el interior de una gran peña. Muy cerca de esta queda la localidad burgalesa de Presillas y su también espectacular iglesia rupestre de San Miguel. El recorrido hacia el este continúa por la CA-275 junto al Ebro hasta Villaescusa. A cuatro kilómetros de esta localidad, siguiendo las marcas del GR.99, se localizan las cascadas de El Tobazo y, a su lado, otro de los eremitorios de nota, un templo con varias salas, tumbas y oquedades adyacentes en un paraje de lujo. No era el Paraíso, pero la hermosura de las cascadas cuando están en plenitud y la vista sobre el cañón del Ebro debieron de ser un potente reclamo para los aspirantes a entrar en él.
EN MARCHA. El inicio de este viaje de visita a las construcciones rupestres del entorno del Ebro por las provincias de Palencia, Cantabria y Burgos puede comenzarse en la localidad palentina de Olleros de Pisuerga, al borde de la autovía A-67, muy cerca de Aguilar de Campoo. Después, hay que volver a dejar la autovía en Aguilar para buscar el desvío hacia Quintanilla de las Torres y tomar allí la CA-273 que recorre el valle cántabro de Valderredible.
VISITAS. No hay un criterio común. Algunas iglesias están cerradas a cal y canto, de otras tiene la llave algún vecino y otras están abiertas siempre. En Olleros hay que preguntar en el bar Feli. La ermita abre de martes a domingo por la mañana (tel. 619 15 56 81). Centro de Interpretación del Rupestre, tel. 942 776 146.
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Buenos dias … Si que sigo tus cuadernos de rutas,aunque no tanto como nos gustaría . Esperamos retomar los viajes con la zona de Valderredible y sus ermitas….Gracias Un saludo