Un paseo entre «huertitas», pasadizos, esgrafiados y rincones con encanto por esta localidad de la Sierra de Francia
© Texto y fotografías: JAVIER PRIETO GALLEGO
Una de las cosas que hace grande a la Sierra de Francia es que cada una de las localidades que se asientan sobre sus laderas posee un rasgo de personalidad propio. Algo
que hay que recordar con el propósito, sobre todo, de romper estereotipos. Más cuando hablamos de un largo puñado de poblaciones todas ellas hermosas, bien cuidadas, enraizadas en lo cultural y lo arquitectónico, con sabores y olores cercanos a la tierra y a los aires frescos que corren por sus calles. Hablamos también de un territorio agreste y de un paisaje al que siempre apetece volver.
Un territorio que alberga nada menos que seis localidades distinguidas como Conjuntos Históricos por la calidad de la conservación de sus cascos urbanos: La Alberca, Miranda del Castañar, Mogarraz, San Martín del Castañar, Sequeros y Villanueva del Conde, una auténtica constelación de estrellas capaces de contar por sí mismas una historia común -la del territorio del que forman parte- pero también propia -la que corre por las venas de sus calles-.
De toda esa constelación de localidades hermosas puede que la menos conocida y transitada sea Villanueva del Conde. También ha sido la última en incorporarse a este firmamento distinguido. Estupenda excusa, por otra parte, para echar pie a tierra y buscarle, como nos gusta, sus rincones más íntimos.
Encontramos su bello caserío tendido sobre la meseta ligeramente inclinada que acotan por uno y otro lado un par de arroyos -el Chapatal y Fuenteherrero- tributarios del río San Benito. Entre ambos enmarcan el amplio rellano que, con la debida orientación para aprovechar al máximo las horas de sol y hábilmente resguardado de las frías ventoleras de la sierra por las crestas montañosas que lo rodean, fue el escogido por los valientes repobladores que llegaron aquí para quedarse en una época indeterminada de la Alta Edad Media. Algunos siglos después, el 8 de octubre de 1215, en concreto, Alfonso IX fijó los términos del Concejo de Miranda quedando incluida en ellos La Aldea o Aldea del Conde – nombres de esta localidad antes de pasar a llamarse Villanueva del Conde-, sometida, por tanto, a su jurisdicción y tributos.
EL CAMINO DE LOS PRODIGIOS
Una buena forma de completar un fin de semana de descubrimientos en Villanueva del Conde es realizando la estupenda propuesta de senderismo que lleva por título EL CAMINO DE LOS PRODIGIOS, un sendero circular señalizado que discurre entre las localidades de Miranda del Castañar y Villanueva del Conde. El trazado completo tiene una longitud de 10 km que pueden hacerse en unas cuatro horas. Tienes toda la información y puedes descargarte el folleto correspondiente o el track par GPS EN ESTE ENLACE ⇒
Como no puede ser de otra forma, la orografía condiciona la forma de vida de las comunidades que echan raíces en un territorio. Y aquí, entre tanta ladera, vallejo intrincado y a falta de buenos pastos siempre se consideró más factible el cultivo de pequeños terruños que darse a la cría de grandes cabañas ganaderas. Aunque para ello hubiera que partirse el lomo comiéndole a la montaña las laderas para dejarlas convertidas en bancales. Y ese es hoy el paisaje predominante que rodea a Villanueva del Conde: un tropel de terrazas escalonadas que se descuelgan hacia el fondo del valle, en su mayoría pequeños campos de labor entre los que predomina el cultivo de olivos y viñedos.
Una estrecha vinculación del pueblo con las tareas agrícolas es lo que parece estar detrás del rasgo más singular del trazado urbano de la localidad: «las huertitas», un conjunto de pequeñas parcelas destinadas a usos de labor que han quedado encerradas, tras un enorme corro de viviendas, en el corazón mismo de Villanueva del Conde. Algo así como un gran patio de vecinos, una enorme corrala despejada de construcciones y a la que se asoman las fachadas traseras de la gran manzana de casas que lo forman. Visto desde arriba, por ejemplo parados en la carretera que llega desde Sequeros, semeja un gran patio «amurallado» por las viviendas que cierran sus cuatro costados, que lo guardan como un pequeño y escondido tesoro, protegido de los vientos serranos, y al que solo se tiene acceso por unos pocos estrechos pasadizos que lo conectan con el resto de las calles. Un patio «amurallado» del que, debido tal vez a la similitud que pudiera presentar con el patio interior de un castillo que hubiera sustituido sus muros almenados por casas, se ha dicho en algún momento que pudo tener orígenes defensivos, sin que exista, hasta ahora, evidencia alguna de este hecho.
EL PASEO
Podemos iniciar el recorrido de este entramado urbano ante la misma fachada del Ayuntamiento, al pie de la carretera que se dirige hacia Miranda del Castañar. La plaza del Obispo Marijuán es, en realidad, un triple espacio con nombres y funciones bien diferenciados: El Solano, El Bote y el Postigo. Tres espacios escalonados en torno a los que gira, y ha girado siempre, el protagonismo de la vida cotidiana y festiva de Villanueva. Arriba, la ermita del Humilladero, del siglo XVII. Por debajo queda el singular espacio de El Solano, un amplio rectángulo en el que tradicionalmente tenía lugar el baile con el que los jóvenes pasaban las tardes de domingo a ritmo de tamboril. Más abajo queda El Bote, que forman la pared del frontón y el campo en el que se juega pelota a mano, de gran raigambre y tradición en la localidad. La parte baja de la plaza aboca hacia la zona conocida como El Postigo, nombre en el que algunos han querido ver la evidencia de una antigua entrada a un desaparecido recinto fortificado.
Una larga hilera de soportales acota la plaza por su costado meridional. Es otra importante muestra de la rica variedad de elementos de la arquitectura tradicional serrana que atesora Villanueva. En ese mismo costado de la plaza, entre los portales 46 y 48, se abre uno de los «callejines» que dan acceso a las huertitas. Estos largos pasillos, frecuentes en el entramado urbano de Villanueva, corren por debajo de las casas enlazando espacios. Muchos de ellos eran las vías de entrada y salida desde la localidad a los huertos y campos de trabajo. El camino más corto entre el hogar y la faena. Tan anchos como para caber por ellos con un solo animal de trabajo, tan estrechos como para ocupar el mínimo espacio necesario.
Si al final del pasadizo torcemos hacia la izquierda atravesamos el cogollo de «las huertitas» casi por su justa mitad para ir a enlazar con el pasadizo que desemboca en la plaza de las Eras, presidida por la iglesia de Sebastián y San Fabián en el lugar que en otro tiempo ocuparon las eras.
En el callejeo por la localidad, que puede continuarse, por ejemplo, siguiendo por la calle de las Eras hacia abajo, encontraremos notables ejemplos de arquitectura tradicional, algún dintel tallado con escudo, más «callejines» de acceso a «las huertitas», alguna fuente y, sobre todo, fachadas luciendo otra de las señas de identidad de Villanueva del Conde: los esgrafiados, una técnica de cubrición que consiste en el raspado del mortero formando dibujos geométricos. Los vemos también en otras poblaciones de la Sierra pero aquí se han conservado más ejemplos y, algunos de ellos, en mejores condiciones.
BODEGAS CÁMBRICO, EN LA RUTA DEL VINO SIERRA DE FRANCIA
En el año 2000, a las afueras de Villanueva, bodegas Viñas del Cámbrico apostó por recuperar las viejas parcelas con viñedos centenarios que estaban a punto de perderse en el paraje de «El Pocito». Hoy han extendido la producción a otros rincones de la Sierra de Francia pero no han abandonado dos de los pilares sobre los que se sustenta su forma de trabajar: el cultivo ecológico y la recuperación de variedades autóctonas de uva como Rufete, Calabrés o Rufete blanca. Una preocupación por las formas que ha quedado plasmada incluso en el diseño de la propia bodega. Construida en el año 2006 adaptándose a los desniveles del terreno, en pequeñas terrazas al igual que los bancales donde prosperan sus vides, está pensada para vinificar por separado las pequeñas cantidades de uva que se producen en cada una de sus parcelas. El resultado de esa arquitectura es el aprovechamiento de la gravedad para mover la uva y el vino. Además, al estar semienterrada, se beneficia de un excelente aislamiento térmico y una estética de mimetización con el entorno. La bodega, que cuenta con comedor privado con vistas a los viñedos y alojamiento rural, ofrece previa cita, visitas guiadas. Tel. 923 281 006.