Una larga agonía para un pueblo acosado por las aguas
Texto y fotografías: JAVIER PRIETO GALLEGO
Desde las almenas del castillo de Granadilla (Cáceres) no se distingue bien si el embalse de Gabriel y Galán incluye entre sus aguas un mar de lágrimas invisibles. Tampoco la amargura que envuelve todas y cada una de las piedras de este pueblo como el recubrimiento duro de una almendra garrapiñada. Desde las almenas, lo que se ve es el escenario idílico de un pueblo amurallado, uno de los recintos fortificados mejor conservados de España reposando al sol de los lagartos. En alto, sobre una loma pizarrosa que antaño fue dominadora, Granadilla extiende su esqueleto de calles sin vida en una lengua de tierra a la que el agua cercó por todas partes menos por una: la del alma de sus habitantes que aún la lloran.
En ocasiones el progreso de unos muchos se aúpa sobre el sacrificio de unos pocos. Y pocas veces se ve tan claro, a nada que uno indague, como en este caso.
Granadilla es una localidad de la Alta Extremadura que se ubica en el norte de la provincia de Cáceres, muy cerca del límite con la provincia de Salamanca. Sus orígenes más remotos se rastrean en una población de origen árabe fundada a orillas del Alagón en el siglo IX. Ahí parece radicar también el origen de su antiguo nombre, Granada, que mantuvo hasta que la conquista por parte de los Reyes Católicos de la actual Granada, la obligó al uso del diminutivo. Durante la Reconquista cristiana, fue tomada por Fernando de León en 1170 y refundada en 1199. Andando el tiempo, pasó a formar parte de la Casa de Alba como cabeza de la Comunidad de Tierra y Villa de Granadilla, que llegó a incluir poblaciones tan alejadas de ella como La Alberca o Sotoserrano. Incluso llegó a ser cabeza de partido judicial hasta mediados del siglo XIX. Gran parte de su encanto actual reside en haber conservado su recinto amurallado completo, incluidas las dos puertas que le daban acceso. El castillo ubicado junto a la puerta principal es una torre almenada construida en el siglo XV por el Duque Alba.
Horarios. La visita al recinto está sujeta a horario: noviembre-marzo, 10-13.30 h. y 16 a 18 h. Abril-octubre, 10- 13.30 h. y 16-20 h. Los lunes cierra, excepto los festivos. La entrada es gratuita.
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A Granadilla el destino le empezó a dar malas cartas el día en el que comenzó a hablarse de la construcción de un embalse que remansará las aguas del Alagón con el fin de abastecer regadíos donde hasta entonces solo había secano. El primero de los proyectos data de 1902 y en él solo se pensaba en un pequeño represamiento de la cuenca alta del Alagón, que no hubiera tenido ninguna repercusión en Granadilla. Pero el destino siguió su curso, y en sucesivos proyectos se fue viendo que la inundación podía llegar a ser más importante y productiva si el remanso se hacía en el curso medio de ese río y en el entorno inmediato de Granadilla y Guijo de Granadilla. Es así como se llega, tras sucesivos proyectos y replanteos al que, en 1955, dictaba la sentencia de muerte en vida para los más de 1.120 vecinos que habitaban entonces la localidad: un Acuerdo del Consejo de Ministros, el 24 de junio de 1955, decretaba la expropiación forzosa del término municipal para su inundación por las aguas del Pantano de Gabriel y Galán.
Hasta aquí, podría ser la historia dolorosa pero común a tantos pueblos desaparecidos bajo las aguas en aquel periodo histórico en el que se primó la construcción de embalses con los que saciar la sed de una España reseca a costa del sacrificio de una España inundada.
Pero lo que hace de Granadilla un caso especial es que las piedras de sus casas no llegaron nunca a reposar bajo las aguas. Una circunstancia que, lejos de mitigar el dolor que produjo tanto exilio forzoso, lo que hizo fue prolongar sin fecha una agonía que parecía no tener fin. Ni sentido alguno.
La causa del disparate parece estar en los errados cálculos de los ingenieros que modificaron el proyecto a última hora sin tener en cuenta las cotas de inundación finales. O, al menos, por no comunicarlas con claridad desde el primer momento a todos los afectados. El caso es que, sin una fecha final para el abandono del pueblo, la vida entre sus calles se fue extinguiendo poco a poco. De una u otra forma, la inundación se llevó enseguida por delante la vega fresca y fértil que daba de comer a muchos de ellos. También el orgullo de una dehesa traspasada de generación en generación durante siglos. Así que, sin lugar para el ganado y sin tierras que cultivar, la puerta principal de este recinto amurallado, que conservó la tradición de abrirse y cerrarse cada día hasta el siglo XX, comenzó a ser el lugar de parada al que llegaban los camiones de la mudanza para cargar en su caja enseres y chiquillos. También el lugar de las despedidas amargas de quienes, después de compartir una vida de penas y alegrías, trabajos y festejos, tenían la certeza de no volver a verse nunca más. Tras la partida de los camiones, el ambiente de la despedida se tornaba duelo. Silencio y desolación para los que se iban quedando. Una casa más vacía. Un hueco en el banco de la iglesia. Persianas bajadas. Un pupitre huérfano. Evidencias de que el futuro anidaba ya en otra parte.
Los desahucios se prolongaron hasta 1965, en que el municipio «desapareció» por Decreto. Mientras tanto, la muerte lenta de Granadilla había sido inducida por la Administración con los modales torpes y dolorosos que aún recuerdan quienes entonces eran niños o jóvenes. Poco a poco se retiró al médico, al maestro, al cura. A medida que las aguas anegaban tierras, se prometían dineros que nunca llegaban o llegaban tarde o llegaban mal. Hasta darse el desatino de que muchos de los más reticentes al exilio tuvieron que alquilar a la Confederación Hidrográfica del Tajo las viviendas que habían sido suyas mientras esperaban la llegada de unas indemnizaciones perdidas entre papeles. Para muchos, lo más doloroso fue tener que exhumar los restos de sus familiares del cementerio y sacarlos de allí en barca antes de que las aguas los convirtieran en náufragos de tierra adentro. Para otros, fue el momento en el que quedó claro que a Granadilla le había llegado su hora final.
SALVADA DE LAS AGUAS
Pero las aguas nunca llegaron a rozar sus murallas. Mientras acababan por detenerse donde ahora están, la diáspora se consumó para sus habitantes en lugares tan distantes como Madrid, Pamplona o Avilés. O más cercanos, como Plasencia, Hervás o el poblado de colonización de Alagón del Caudillo (hoy Alagón del Río) al que fueron a parar muchos de ellos. Estos últimos sumaron al dolor del desarraigo el desagravio de llegar a un lugar en construcción. La tierra prometida, un lugar en el que rehacer la vida tras la tragedia, era, más que otra cosa, tierra removida. Y de mala calidad.
La llegada de los colonos pilló a los constructores en plena faena. A falta de casas en las que vivir, se improvisaron barracones con tejados de cartón recubiertos de brea. Brea que se derretía con los calores del estío extremeño cayendo a churretones sobre las camas y cartón que, perdida la capa protectora de la brea en el verano, era incapaz de detener las lluvias del invierno. Un despropósito al que sumar, como si todo hubiera sido el mal sueño de una tragedia repentina, la falta de escuela, de las infraestructuras necesarias para el prometido regadío, casas a medio levantar y una urbanización que tardaría años en verse rematada. Tanto, que no fueron pocos los viejos que entre la pena y la desazón murieron antes de verlo, por fin, acabado. Las primeras viviendas comenzaron a entregarse a partir de 1960. La luz eléctrica llegó en 1964. Y el agua corriente, en 1969.
Y así fue como Granadilla fue quedando suspendida en un hueco del tiempo, asomada a un mar pensado para traer prosperidad y alegría a algunas de las zonas más productivas de toda la cuenca del Tajo. Mientras a los pueblos vecinos iban llegando la luz y el agua, Granadilla quedó al margen de la modernidad, perpetuando para siempre su imagen de noble enclave medieval enredado, entre zarzas y puertas desvencijadas, en una maldición de cuento.
Y así, el silencio, la maleza y el pillaje camparon a sus anchas tras las murallas hasta que un giro inesperado de ese destino caprichoso y cruel volvió a mostrar sus cartas: en 1980, 15 años después de quedar vacío, fue declarado Conjunto Histórico-Artístico. Las miradas volvieron a fijarse en él. Los tiempos eran nuevos y las sensibilidades también. Granadilla entró a formar parte del «Programa de recuperación y utilización educativa de pueblos abandonados«, un programa que se ha mantenido desde su puesta en marcha en los años 90 del pasado siglo y cuyo objetivo es acercar el mundo rural a jóvenes de entornos urbanos, estudiantes de ESO, Bachillerato, Formación Profesional o Estudios Artísticos. Granadilla (Cáceres), Búbal (Huesca) y Umbralejo (Guadalajara) son los tres escenarios del desarraigo que sirven en la actualidad para establecer estancias de carácter educativo en las que, se insiste, no se trata tanto de rehabilitar viviendas como de combatir el abandono, poner en práctica el aprendizaje de antiguos oficios propios del ámbito rural al tiempo que se incide en prácticas de educación ambiental, conocimiento del medio o de la historia.
Hoy las casas de su calle principal han recuperado colores y tiestos. Y así, vacío pero con muchas de sus casas aún en pie, desde las almenas de su castillo Granadilla se muestra como un escenario hermoso que invita a la contemplación y melancolía. Y tan de película, que Almodóvar lo utilizó para rodar las escenas finales de Átame. Entre ellas, el momento en el que los protagonistas la abandonan en su coche cantando a voz en grito Resistiré, del Dúo Dinámico. Un himno que Granadilla tararea cada día al llegar la noche.
Gran artículo, muy bien documentado y explicado, así es, un pueblo que nunca se ahogó por el embalse. Yo fui una de esas alumnas que en los 90 estuvimos con mi instituto rehabilitando sus casas con el programa de recuperación y utilización educativa de pueblos abandonados, 75 alumnos (25 alumnos de un pueblo de Galicia, 25 de Valladolid capital y 25 de mi tierra de Mérida) fue muy bonita la experiencia e hicimos grandes amig@s. Recomiendo visitar este pueblo y su entorno.
Muchas gracias, Carmen. Me alegro de que te haya gustado el artículo y te haya traído tan buenos recuerdos. Saludos.