Viajamos a la cuna de uno de los descubridores más destacados de la exploración americana
© Texto y fotografías: JAVIER PRIETO GALLEGO
Santervás de Campos first», señor Trump. Le guste o no, fue un terracampino echao palante el primer europeo en poner un pie en lo que hoy son los Estados Unidos. Era de Santervás de Campos y se llamaba Juan Ponce de León. Cuando los colonos ingleses llegaron en 1607 y John Smith se enamoró de Pocahontas, los españoles llevaban más de medio siglo recorriendo Norteamérica y fundando ciudades.
Así que ni los «padres peregrinos» del Mayflower, ni pavo, ni Día de Acción de Gracias… los mitos fundacionales de Norteamérica pasan -deberían pasar si por estos lares fuéramos de otra manera para nuestras cosas- por las llanuras de Tierra de Campos, las avutardas y el pelo oscuro de los hispanos. Le guste o no, señor Trump.
De hecho, no son pocos los puertorriqueños -isla en la que ejerció como gobernador- o floridanos -habitantes de La Florida- que saben ubicar perfectamente en un mapa dónde cae Santervás. Igual que no son pocos los grupos procedentes de Puerto Rico y La Florida que cada año se acercan hasta Santervás de Campos para conocer la cuna de alguien a quien por allí reverencian como a un héroe. Por allí conocen los pormenores de su vida de cabo a rabo, se estudia en las escuelas y se le tiene como ejemplo de una vida puesta al servicio de los demás. Por aquí es alguien que, como mucho, suena a espada, carabela y exóticas aventuras de indios y conquistas. Saber de dónde era sube nota en el examen… y eso si no se le hace extremeño o andaluz.
Por eso en Santervás de Campos se han puesto manos a la obra. Las conmemoraciones en 2013 del V Centenario de la llegada de Juan Ponce de León a La Florida, ver la admiración que despierta su figura al otro lado del Atlántico y un comentario de los propios Reyes de España animando a su alcalde a hacer algo en el pueblo relacionado con tan ilustre vecino fueron tres argumentos de peso para ir gestando, poco a poco, el proyecto que acabó tomando la forma del Museo Ponce de León, abierto en la localidad en junio de 2017 y por el que han pasado ya más de 1.000 personas.
Hoy el paseo por las bodegas de lo que fuera un antiguo convento de monjas es el túnel del tiempo que permite acercarse a la figura del descubridor. Una aproximación que busca sumergir al visitante en el momento histórico en el que vivió el personaje, los siglos XV y XVI. De allí salimos sabiendo que Juan Ponce León nació en la localidad, en 1460. De ascendencia noble, pasó poco tiempo de su infancia en el pueblo, aunque regresó en varias ocasiones a lo largo de su vida para visitar a su madre. Formó parte, como paje, del séquito que acompañó a Fernando de Aragón en Castilla cuando acudió a casarse en secreto con la princesa Isabel. Fue ascendiendo en su carrera militar hasta formar parte activa en la conquista de Granada y años después acabó embarcándose en el segundo viaje de Colón a las Indias, sugieren en la visita que más que por colaborar con Colón para servir como hombre de confianza de los monarcas, que no acababan de estar convencidos de las verdaderas intenciones de Colón.
En 1508 fue enviado a la isla de San Juan, actual Puerto Rico, donde después de explorarla fundó su primer asentamiento, Caparra, para convertirse más tarde en su primer gobernador.
La fuente de la eterna juventud
La siguiente etapa de su aventura americana se relaciona con la exploración de una tierra inédita, isla tal vez, llamada Bimini. Hacia ella parte desde Puerto Rico con tres naves en busca también de un mito que por aquellas tierras muchos dan por cierto: la fuente de la eterna juventud existe y quien bebe de ella alarga la vida. De hecho, hay quien sugiere que la verdadera intención de este viaje no era otro que cumplir el encargo directo del rey Fernando de traerle como fuera un cargamento de un líquido que, de existir, sería lo más valioso del mundo.
Sea como fuere aquella misión le llevó en 1513 a ser el primer europeo en poner el pie en Norteamérica, más o menos donde arrancan ahora los cohetes a Marte, el actual Cabo Cañaveral -que ya es puntería…-. Era Domingo de Pascua de Resurrección, fiesta que también era conocida como Pascua de las Flores o Pascua Florida. En 1521, en el transcurso de su segundo viaje de exploración por las costas de Florida, Juan Ponce recibió el flechazo envenenado que le llevaría a la tumba. Tras ser enterrado en La Habana, en 1559 sus restos fueron trasladados a la catedral de Puerto Rico.
Por cierto, la fuente de la eterna juventud existe. Y si Juan Ponce de León tuviera que buscarla hoy tendría problemas para saber cuál de todas es la auténtica: los balnearios y surtidores de «La Eterna Juventud» están hoy por todo Florida atribuyéndose las bondades milagrosas que con tanto ahínco buscó el de Santervás.
Además de todo lo dicho, sus viajes sirvieron para descubrir algo mucho más valioso que el agua rejuvenecedora: la Corriente del Golfo, el flujo oceánico que sería decisivo para traer a toda velocidad a los galeones españoles cargados de plata hacia las costas de España.
A la salida del museo la estatua del terracampino mira directo hacia la iglesia de San Gervasio y San Protasio, nave de piedra y ladrillos que luce uno de los ábsides más bellos y valiosos del mudéjar vallisoletano. Su origen parece estar en un pequeño monasterio ubicado aquí para asistir a los peregrinos compostelanos que transitaban estos horizontes a comienzos del siglo X y cuya fundación se relaciona con la llegada de monjes mozárabes en el siglo IX. Hoy los peregrinos a Compostela cuentan aquí con un moderno albergue en el que reponerse de la dura travesía a la que obligan las llanuras de Castilla.
TIERRA DE LENTEJAS PROTEGIDAS
Alimento de reyes o mendigos, la lenteja es una legumbre tan de Tierra de Campos como el pan o los horizontes infinitos. Adaptada al clima duro de la alta meseta, con inviernos crudos y secos, su ciclo de producción comienza entre enero y marzo, con la siembra, para ser recogida en junio. La lenteja de Tierra de Campos, con Indicación Geográfica Protegida, se caracteriza por ser de un diámetro muy pequeño, entre 3,5 mm y 4,5 mm, y muy fina al paladar. Un plato tradicional de lentejas terracampinas puede prepararse en estofado, con chorizo, tocino y panceta o, simplemente, con puerro y zanahoria. Una vez cocidas puede añadírselas un sofrito de ajo y pimentón espesado con una cucharada de harina.
INFORMACIÓN. Museo Ponce de León. Se visita con cita previa en el tel. 619 252 457.
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