INSPIRACIÓN VIAJERA PARA EL INVIERNO
© Texto y fotografías: JAVIER PRIETO GALLEGO
Que haga frío o llueva no es excusa para quedarse en casa. En invierno hay mil cosas que pueden hacerse en Castilla y León. Y la prueba son estas diez propuestas que te brindo desde el blog de viajes SIEMPRE DE PASO. Desde luego, hay muchas más, pero espero que estas te sirvan de inspiración. Si tienes otras, no dudes en contárnoslas.
01 BERLANGA DE DUERO (Soria). Berlanga, su castillo y su muralla conforman una estampa tan típica que parece puesta para una película de El Cid. Pero no, este pueblo es así de pura cepa. Sin trampas ni cartón. Y esa estampa, a la que los desmoronamientos otorgan la misma veteranía que las canas a una pelambrera, es el resultado de un largo camino, de los mil cruces con los que el destino entreteje la bufanda de la historia. A Berlanga le pasó que el Duero se convirtió bien pronto en su mejor razón para existir. También el Escalote, que labra tras el castillo un foso tan profundo que en su fondo apenas se proyecta el sol. Durante casi 200 años, entre los siglos X y XI, el Duero y las franjas ribereñas de ambos lados se convirtieron en un tablero de ajedrez sobre el que cayó más sangre que agua. Es lo que tienen las tierras de frontera cuando se disputan con un ahínco que, a ritmo de carne mortal, debió de parecer eterno. A lo largo de esos dos siglos y en ese espacio fronterizo, en el que Berlanga tuvo un papel preponderante, el Duero dibujó sobre los campos y los mapas la línea a conquistar: marca de reconquista para los reinos cristianos, que bajaban desde las montañas del norte tomando el impulso que les ayudara a saltarlo; Marca Media para un Al-Ándalus que aspiraba con llegar al infinito y más allá.
02 RUTA DEL MODERNISMO POR EL CORAZÓN DE ZAMORA. Ni una hora, ni un siglo: ochocientos años es la distancia que media entre el principio y el final de un paseo por el corazón de Zamora. Es el viaje que lleva de su piel más dura, hecha de piedra tostada por mil años de soles y heladas, hasta la blandura caprichosa de sus fachadas modernistas, agrupadas en un cogollo tan sorprendente como evocador. El milagro no es que un viaje tan inesperado sea ideal para echar una jornada de paseos. El verdadero milagro es que este islote de fantasías y volutas haya regateado el afán desarrollista que en la segunda mitad del siglo XX se llevó por delante tantas cosas valiosas de nuestros cascos urbanos y ahora, limpio de polvo y mugre, luzca como un auténtico reclamo turístico al que, sin duda, merece la pena prestar oído. Zamora cuenta hasta 19 edificios de estética modernista entre sus calles, un legado que le permite formar parte de la Red Europea de Ciudades Modernistas, un club al que sólo se accede por méritos propios.
03 EL MUSEO DEL PAN (Mayorga, Valladolid). Lo mejor del Museo del Pan es que cuando los aromas del obrador se extienden por el todo el edificio dan ganas de reventar las vitrinas con ansia de atracador y salir corriendo con las muestras que se ven del otro lado del cristal. Para comérselas, claro. No solo es que el recorrido por el museo sea un repaso a la historia de la Humanidad para saber cuál es el alimento que lleva acompañándonos desde que descubrimos el secreto de las siembras y las cosechas, es que el visitante se sumerge como en un acuario empapándose también de los aromas que le conectan con su yo más ancestral. El olor del pan cociéndose en el horno envuelve al hombre desde hace 9.000 años. Más que suficiente para que haya quedado impreso en alguno de nuestros genes y estalle como un resorte que nos vuelva, de pronto, impredecibles y primitivos. Sobre todo si se acerca la hora de comer.
Es el acierto de que el Museo del Pan, que se localiza en la localidad vallisoletana de Mayorga, haya aspirado a algo más que a conformarse con un mero recorrido expositivo de paneles y botones, tan al uso, por desgracia, como aburrido y monótono. El museo, un magnífico contenedor de 2.700 metros cuadrados, ha dejado hueco también para que el acercamiento a este alimento tan universal como desconocido -el pan nuestro de cada día- sea una experiencia de los sentidos, no solo del conocimiento, con salas dedicadas a la degustación y a la elaboración de productos. En su obrador la visita se completa asistiendo al proceso en directo que convierte la masa en pan, un milagro de lo más cotidiano que, de paso, aporta al conjunto la ambientación aromática de resonancias atávicas.
04 OLMEDO: LADRILLO, CAPA Y ESPADA (Valladolid). La sombra del caballero es alargada en Olmedo (Valladolid). Mucho más desde que se puso en marcha, a mediados de 2005, el palacio que ejerce como estación de arranque de un fantástico viaje al siglo de Oroespañol. Desde entonces muchos miles de personas han viajado ya al país de las sombras, de los duelos y traiciones, de alcahuetas y galanes, criados, correveidiles, encuentros de amor y muerte. Es el primer acto de una visita que, terminado el tránsito por el interior del palacio, se degusta con mayor intensidad, si cabe, por la que está considerada como la capital del mudéjar vallisoletano.
La culpa de que a todo el mundo le suene “que de noche le mataron al Caballero/ la gala de Medina, la flor de Olmedo” es de Lope de Vega, genial y prolífico dramaturgo que hizo de un cantar tradicional castellano una de sus más celebradas dramatizaciones. Dicen las actas que el crimen acaeció en realidad en un camino entre Olmedo y Medina del Campo el 2 de noviembre de 1621. Don Juan de Vivero, caballero del Hábito de Santiago y vecino de Olmedo, fue asesinado por Miguel Ruiz saliéndole al camino para liquidar a traición las diferencias que se traían. De este hecho, coloreado con entusiasmo por el boca a oreja popular, parte Lope para tejer su tapiz de intrigas y amores fatales, haciendo más grande la leyenda e inmortales a los personajes.
05 EL ARCHIVO DE SIMANCAS (Simancas, Valladolid). A quien tiene su oficina llena de carpetas, el frigo de post-its y el escritorio del ordenador repleto de descargas por mirar le produce sudores fríos imaginar siquiera que podía gobernarse el mundo a golpe de papeles y pergaminos, de decreto real, de cartas o de mensajes en clave que iban de aquí para allá metidos en baúles, en un barco caminito de ultramar o en el doble forro de la capucha de un jinete. Pero así se hacía desde que se llegó a la conclusión de que las cosas por escrito por escrito quedan. Es decir, aunque para un pacto entre caballeros basta con estrecharse la mano, para no discutir a lo tonto es mejor dejarlo todo puesto en un papel, especialmente si los acuerdos atañen a todo un reino. O un imperio.
El caso es que, mal que bien, desde que empezó a escribirse y hasta bien completa la Edad Media los papeles que atañían a las cosas de palacio iban quedando desperdigadas aquí y allá. Los acuerdos tomados en Cortes eran redactados por los escribanos y seguían a los reyes en su cabalgar sin fin hasta que quedaban olvidados en algún baúl, en la gaveta de un palacio o en el bolsillo de un valido interesado en hacer valer su autoridad en un momento dado. Era la forma de gobernar los reinos. El poder como tal residía en los reyes y estos, a su vez, no acostumbraban a residir en ningún lugar concreto. Iban continuamente de un lugar para otro resolviendo problemas, encabezando batallas o anexionando territorios mientras se acomodaban en alguno de los palacios o castillos que tenían siempre a mano. Cuando requerían del respaldo o el consejo de sus órganos de gobierno, convocaban a Cortes allí donde les pillaba. Así las cosas, durante siglos mucha de la documentación generada en las labores de gobierno, la administración y el ordenamiento de la hacienda real -cada vez más y más abultada- empezó quedar dispersa en mil y un despachos, en palacios de aquí y de allá o en manos de secretarios reales que, a su muerte, los dejaban en herencia a sus descendientes. Todo a la vista de todos y a mano de quien estuviera interesado en ellos.
06 MUSEO ETNOGRÁFICO DE LEÓN (Mansilla de las Mulas, León). ¿Qué tienen en común un arado, un escriño, una colodra y una matraca? Pues que todos ellos son objetos vividos. Osea, de la vida. De una vida que ya no es. O que está a punto de dejar de serlo. O que se remonta muchos siglos atrás. O que por unas u otras razones va camino de la extinción. Como el cometa Halley. Una vida que, igual que el cometa, ha ido dejando un hermoso rastro tras ella. Solo que en este caso, en lugar de asteroides y polvo estelar, lo que queda en su cola es un hermoso batiburrillo de cacharros, utensilios, herramientas, objetos que en un momento a veces no tan lejano formaron parte de la vida cotidiana de nuestros padres, o de nuestros abuelos, o de los abuelos de nuestros abuelos.
El hombre, en cada momento de su historia, ha buscado siempre hacerse más llevadera la existencia con la tecnología que tenía a su alcance, claro. Por eso una visita al Museo Etnográfico Provincial de León es, más que otra cosa, un viaje al pasado. Mejor dicho: un viaje en el tiempo y en el espacio que lleva directamente a las raíces. Javier Lagartos Pacho, técnico superior del museo, lo dice de una manera más clara: “Este museo es un museo de identidad, de la identidad leonesa, desde todos los puntos de vista: producción, cultura, tradiciones, creencias… “. Una identidad que se recorre a través de los 1.200 objetos expuestos en las vitrinas y salas del museo, apenas una pequeña parte de la colección que atesora: unas 8.000 piezas en total. Ocho mil fragmentos de vida puestos a buen recaudo en el almacén, a la espera de salir a la luz en algún momento.
07 SUEÑOS DE CRISTAL: UNA VISITA A LA REAL FÁBRICA DE CRISTALES DE LA GRANJA (Segovia). Hubo un tiempo ya lejano en el que el prestigio de las monarquías europeas se medía por el tamaño de los espejos que fueran capaces de colgar en las paredes de sus palacios. Y en eso, aunque parezca mentira dada la que está cayendo, la monarquía española fue, durante un tiempo, la campeona de Europa.
La historia había comenzado en tiempos del rey Felipe V, el primer rey Borbón, nieto del Rey Sol. Añorante de su infancia en Versalles y Fontainebleau, ideó la construcción de un palacio que pudiera usarse como residencia veraniega y más tarde como lugar de retiro cuando llegase la hora del relevo generacional. El resultado de aquel proyecto, de un lujo apabullante al gusto franco, es el Real Sitio de La Granja, un palacio amplio, lleno de sofisticados detalles y rico en obras de arte, levantado entre 1721 y 1761.
08 LA SENDA DE LOS DOS RÍOS (Sepúlveda, Segovia). A veces el olor a chuletillas no deja ver bien el bosque. Otras veces es el atracón de pueblecillos, piedras y miradores el que hace que se llegue a la meta con las piernas cansadas o el tiempo justo. En las visitas a Sepúlveda puede que se dé una conjunción de ambas. Y puede que por eso muchos de quienes se llegan a ella no dejan tiempo suficiente o fuerzas para realizar lo que, sin duda, pondría un broche de oro a cualquier recorrido por la localidad: el paseo por la Senda de los dos ríos, un espectacular pasillo que enlaza las riberas del Duratón y el Caslilla brindando la oportunidad de recorrer el exterior de las murallas y de algunas de las siete puertas que en su día la guardaron de los peligros del mundo. Y todo ello mientras se discurre por el fondo de los vertiginososcantiles que el Duratón –río de conocida destreza en estos menesteres- dibuja a su paso por la localidad.
De hecho, esta población está donde está porque a las tribus arévacas –sus habitantes más antiguos conocidos- les vino bien el resalte rocoso que abrazaban con tanto amor los ríos Duratón –por el este, norte y oeste- y el Caslilla -por el sur-. Los poderosos cantiles que uno y otro marcaban sobre el terreno constituían las murallas naturales que con tanto ahínco buscaban aquellos pobladores de un mundo bárbaro en el que las pedradas podían llegar de cualquier parte en el momento más inesperado. Y así, la población quedaba en medio como una isla de la que resultaba casi imposible entrar o salir sin la debida acreditación.
09 RUTA DEL RENACIMIENTO (Palencia). Así, a simple vista, resulta difícil de imaginar que los horizontes rectilíneos de la casi infinita Tierra de Campos escondan algo más que pequeños pueblecitos, desperdigados como islas hawaianas en medio de un océano inabarcable de trigales. Y sin embargo, basta aplicar la lupa sobre ese mapa imaginario para descubrir que no todo el horizonte es rectilíneo y aburrido, y que mucho de lo que puede degustarse en esta tierra de campos y árboles solitarios se cobija en la frescura solemne de sobresalientes iglesias y museos. Así sucede, sin ir más lejos, en la bautizada como ruta de Las Tierras del Renacimiento, que se desenreda por los campos palentinos enlazando localidades como Fuentes de Nava, Becerril de Campos, Paredes de Nava y Cisneros.
Una recomendación -no obligatoria, en cualquier caso- llevaría, antes de meterse en las harinas de este costal, a arrancar el viaje en uno de los balcones desde los que mejor se alcanza el éxtasis al que arrastra la contemplación de una puesta de sol terracampina: el mirador de Autilla del Pino. Es, sin duda, una de las mejores formas de descubrir que no todo es tópico cuando se habla de horizontes rectilíneos o de inmensidades que marean. Visto desde ahí es tan evidente que sonroja. La visita al mirador sirve, además de para orientar el viaje -si la calima no lo impide todos los pueblos de la ruta son perfectamente visibles-, para iniciar el camino con el hambre saciado en alguna de las bodegas que horadan las laderas de este oteadero abalconado.
10 MONASTERIO CISTERCIENSE DE SANTA MARÍA DE HUERTA (Soria). El mejor comedor de España no tiene estrellas ni sale en la Guía Michelínpero sí en la de los conventos más destacados del Císter: claro que comer en el refectorio del monasterio de Santa María de Huerta debía de ser una experiencia tan mística que los monjes creerían tener las estrellas -las de verdad- al alcance de la mano ¿para qué más? De hecho, y a la vista de sus dimensiones (34 metros de largo, 9,5 de ancho y 15 metros de alto) comer era lo más parecido a plantar la mesa en mitad de una catedral. En el salón de estar de la casa de Dios. La visión de este rincón excepcional del monasterio, divino por su luz, grandioso por su tamaño, bello por sus proporciones, exquisito por sus detalles, bien vale un viaje a este esquinazo del sureste soriano. No debería dar ninguna pereza.
Los orígenes del monasterio se rastrean en torno al año 1151 con la llegada de Francia de un pequeño grupo de monjes dispuestos a realizar una de sus fundaciones en un punto cercano al pueblo de Fuentelmonge. Al parecer, el lugar escogido en un primer momento no reunía las condiciones esperadas y es entonces cuando deciden recoger los bártulos y trasladar su ubicación al lugar actual, una granja que habían comprado en la vega fértil del curso alto del río Jalón. Un lugar mucho más apetecible que el anterior pero sin alejarse ni un milímetro de la entonces insegura y peligrosa frontera entre los reinos de Castilla y Aragón. En medio de un paisaje casi lunar, árido y despoblado, duro de ver y de vivir, de calores rigurosos y fríos de muerte, comienza la historia de un vergel; de una huerta divina que, como casi siempre en el Císter, dedican a Santa María; de un oasis de espiritualidad y fe que, con sus más y sus menos, ha perdurado hasta hoy.
¿Qué te parecen estas propuestas? ¿Echas en falta alguna? ¡Seguro que sí! ¡Cuéntanoslas!
Qué gran trabajo el tuyo, Javier! León tiene mucho potencial y cosas que visitar. Gracias por este artículo tan completo. Un saludo!
Muchas gracias.