CRUCE DE AGUAS
En Calahorra de Ribas el Canal de Castilla y el Carrión funden sus aguas
© Texto, fotografía y vídeo: Javier Prieto GallegoVista desde el pretil de piedra, la triple esclusa de Calahorra de Ribas semeja el abrazo repetido de un amigo empeñado en no dejarte escapar. O un triple paréntesis encadenado por entre el que desfilara una «i» sin principio ni final. Pero al margen de las evocaciones que pueda despertar en cada cual, lo que si parece indiscutible es que este conjunto de esclusas canaleras conforma una de las estampas más bellas de toda esa fantástica obra de ingeniería hidráulica que es el Canal de Castilla. Gaspar Melchor de Jovellanos dijo de ellas, cuando visitó las obras en 1791, que estas tres esclusas unidas eran “las más altas y mejores de todas”. A mí también me parecen las más hermosas. Y las que encierran un mayor simbolismo.
Acolchados por el estruendo que las aguas producen a su paso por este triple salto de agua y sueños, mis pensamientos se fugan, con esas mismas aguas, hacia un día tan lejano como el 16 de julio de 1753. Y trato de imaginarme este repecho en caída hacia las orillas del Carrión antes de que fuera abierto en canal para dar comienzo a una de las obras más ambiciosas y faraónicas de la historia de España –situadas en su propio contexto, claro-.
Porque fue aquí, en este preciso lugar, y no en ninguno de los tres extremos del Canal, donde comenzó a hacerse realidad un proyecto que llevaba siglos pululando por las cabezas y las mesas de quienes pensaban que la única forma de romper el aislamiento secular del “granero de España” era trazando un camino de agua por el que echar a navegar lo que, de otra manera, se quedaba atascado y estropeado en la maltrecha red de caminos que surcaba el interior de la meseta. Caminos mal trazados y mal maltenidos que, a las primeras de cambio, se volvían impracticables por los derrumbes y los barrizales.
Tras siglos de darle vueltas al asunto y el encargo expreso de ver cómo funcionaba la navegación por canales en otros puntos de Europa, especialmente en Francia, el Marqués de la Ensenada dio el empujón final a un proyecto que, en sus inicios, implicaba la construcción de 4 largos canales navegables que unieran Reinosa, en Cantabria, y El Espinar, en Segovia, con el propósito de acercar al máximo las mercancías hasta los puertos del Cantábrico para que emprendieran desde allí su viaje de ultramar. De la misma forma que Castilla podría recibir, al fin, las mercancías, azúcar sobre todo, que llegaban a la Península desde las colonias. Pero la realidad fue más tozuda que la voluntad de los soñadores.
De aquellos cuatro brazos de agua solo se construyeron tres: el de Campos y el del Sur, por entero, y el del Norte hasta Alar. El de Segovia nunca llego a realizarse. Una larga gestación, el paso por unos tiempos convulsos y la continua falta de dinero para rematar las obras alargaron la realización de aquel proyecto cerca de 100 años: se dieron por finalizadas en 1849 después de poner funcionamiento 207 kilómetros de vía fluvial
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Pero los primeros obreros en mancharse las manos de barro y en curar las ampollas de sus manos se plantaron aquí en Calahorra de Ribas a las órdenes de un capitán de navío, Antonio de Ulloa, y un ingeniero francés, Carlos Lemaur, totalmente decididos a pasar de los sueños a los hechos. Y escogieron este preciso lugar para arrancar el proyecto y echar a andar el Ramal de Campos, el primero en traspasarse de la suavidad del papel a la crudeza del suelo, por ser el tramo que, en teoría, ofrecía la menor dificultad técnica de todo el Canal: un trazado sin apenas desniveles, sobre terreno llano y blando en el que ensayar lo que acabaría después llevándose también a cabo en los otros dos ramales.
Así pues estas esclusas, la 22, 23 y 24, fueron las primeras de todas. También las que ayudan a salvar una mayor altura de todo el Canal. Como la mayoría de las que se encuentran en este tramo, donde están las obras más antiguas, se construyeron con una hermosa forma ovalada que permitía el paso simultáneo de dos barcazas al tiempo. Y sus enormes dimensiones y su perfecto diseño me siguen haciendo pensar en un simbólico abrazo de aguas y piedra de cantería brindado, como un guiño, por aquellos memorables testarudos que primero las imaginaron y después fueron capaces de construirlas.
Este importante rincón del Canal –tan cargado de simbolismos por tantas razones- fue, además, el punto de unión, en agosto de 1791 entre las obras del Ramal del Norte y el de Campos, tal como conmemora el monolito que se alza junto al puente.
Tras el empalme de ambos ramales, las barcazas comenzaron a navegar por ellos al tiempo que, junto a estas tres esclusas, fue prosperando un pequeño núcleo industrial formado por dos molinos y un batán de paños y lana que aprovechaban la potencia del salto de agua producido por el notable desnivel que ayudaban a salvar las esclusas.
Y junto a ellos, también un espacioso parador para los muchos –marineros, ilustrados, ingenieros, pasajeros, comerciantes…- que trasegaban por las sirgas. Cuando los tiempos cambiaron y la electricidad llegó para cambiar la forma en la que los hombres veían el mundo, la fuerza de las aguas fue aprovechada en esos mismos edificios para fabricar luz.
De todo aquello, para el viajero de ahora quedan ruinas. Un montón de ruinas a punto del desplome, evidencias del parador y, dentro de una finca privada, acogotada por la arboleda, la enhiesta espadaña de un viejo monasterio franciscano que, a la postre, pasó a la historia por ser el punto de referencia sobre el que se tomaron las primeras mediciones de las obras.
Pero hoy no hemos venido hasta aquí –aunque también- para contemplar solo jirones de un pasado que, dentro de muy muy poco, serán un revoltijo de adobes y vigas carcomidas. Por suerte para el merodeador inquieto, las sirgas del Canal –los caminos trazados a ambos lados para permitir el paso de los animales que tiraban de las barcazas- ofrecen también la posibilidad de un paseo otoñal de los que no se olvidan.
Por el costado izquierdo de las esclusas desciende la carreterilla que alcanza hasta la presa por la que se pasa, como el propio Canal de Castilla, a la otra orilla del Carrión. Bueno, en realidad, en este punto lo que se produce es un cruce de aguas. Es decir, por una orilla, la izquierda del río, desembocan las aguas del Canal en el Carrión mientras que por la otra, la derecha, el Canal las recoge para llevarlas de nuevo entre los trigales.
Ya del otro lado cada cual puede valorar hasta dónde decide alargar su paseo. Desde la presa, a un kilómetro escaso, se localiza la primera de las retenciones que se construyeron en el Ramal de Campos con el objetivo de controlar el caudal de las aguas ante posibles crecidas del Carrión. Si vas en silencio, y con un poco de paciencia, no tardará en asomarse el visón americano que acostumbra a corretear por entre las estructuras metálicas de la compuerta izquierda. Una simpática imagen que, irónicamente, habla del daño que especies invasoras como esta (Neovison vison) han ejercido sobre las especies autóctonas. Estos visones que ahora nadan y juegan por aquí proceden de escapes o sueltas ilegales de las granjas peleteras de los años 60.
Pero el paseo, a pie o en bicicleta, puede prolongarse otros cuatro kilómetros más hasta alcanzar el puente de Valdemudo, levantado en ese lugar para no interrumpir el paso de la Cañada Real Leonesa. Fue uno de los primeros en construirse y el único realizado por Carlos Lemaur. Junto a él perviven, también medio arrumbados, los restos de una venta que prestó servicio en este importante lugar de paso. El regreso hasta Calahorra de Ribas merece la pena hacerlo por la otra orilla y, con un poco de suerte, disfrutar de los ajetreos orníticos de la laguna de Valdemudo.
Así se publicó este reportaje sobre el Canal de Castilla en el periódico EL NORTE DE CASTILLA. |
EN MARCHA.Calahorra de Ribas está a dos kilómetros de Ribas de Campos, en la carretera que une esta localidad con San Cebrián de Campos.
EL PASEO. El tramo entre Calahorra de Ribas y el puente de Valdemudo es de 5,6 km que se realizan por cualquiera de las dos orillas del Canal. Si se hace en bicicleta es perfectamente asequible llegarse hasta El Serrón, importante punto del Canal en el que se produce el nacimiento del Ramal del Sur y se localiza el grupo de esclusas 25, 25, y 27. Desde Valdemudo a El Serrón hay 7 km.
INFORMACIÓN. www.canaldecastilla.org.