Entre legajos y torreones: un rato de buceo en el disco duro de la Historia
© Texto, vídeo y fotografías: JAVIER PRIETO GALLEGOA quien tiene su oficina llena de carpetas, el frigo de post-its y el escritorio del ordenador repleto de descargas por mirar le produce sudores fríos imaginar siquiera que podía gobernarse el mundo a golpe de papeles y pergaminos, de decreto real, de cartas o de mensajes en clave que iban de aquí para allá metidos en baúles, en un barco caminito de ultramar o en el doble forro de la capucha de un jinete. Pero así se hacía desde que se llegó a la conclusión de que las cosas por escrito por escrito quedan. Es decir, aunque para un pacto entre caballeros basta con estrecharse la mano, para no discutir a lo tonto es mejor dejarlo todo puesto en un papel, especialmente si los acuerdos atañen a todo un reino. O un imperio.
El caso es que, mal que bien, desde que empezó a escribirse y hasta bien completa la Edad Media los papeles que atañían a las cosas de palacio iban quedando desperdigadas aquí y allá. Los acuerdos tomados en Cortes eran redactados por los escribanos y seguían a los reyes en su cabalgar sin fin hasta que quedaban olvidados en algún baúl, en la gaveta de un palacio o en el bolsillo de un valido interesado en hacer valer su autoridad en un momento dado. Era la forma de gobernar los reinos. El poder como tal residía en los reyes y estos, a su vez, no acostumbraban a residir en ningún lugar concreto. Iban continuamente de un lugar para otro resolviendo problemas, encabezando batallas o anexionando territorios mientras se acomodaban en alguno de los palacios o castillos que tenían siempre a mano. Cuando requerían del respaldo o el consejo de sus órganos de gobierno, convocaban a Cortes allí donde les pillaba. Así las cosas, durante siglos mucha de la documentación generada en las labores de gobierno, la administración y el ordenamiento de la hacienda real -cada vez más y más abultada- empezó quedar dispersa en mil y un despachos, en palacios de aquí y de allá o en manos de secretarios reales que, a su muerte, los dejaban en herencia a sus descendientes. Todo a la vista de todos y a mano de quien estuviera interesado en ellos.
Juan II, Enrique IV y los Reyes Católicos empezaron ya a darse cuenta de la necesidad de tener reunida la documentación relacionada directamente con la Corona, y empezaron a pedir los papeles que andaban dispersos por su reino para custodiarlos en lugares donde, al menos, no se pudiera entrar sin llamar: el castillo de La Mota y el Alcázar de Segovia, primero, y la Chancillería de Valladolid, después.
Es en 1480 cuando el castillo de Simancas pasa a manos de la Corona. Antes había cumplido su función de fortaleza defensiva en manos de la familia Enríquez, Almirantes de Castilla. Después, y dadas sus especiales condiciones de seguridad, pasará a ser utilizada, entre otras cosas, como depósito de armas, de dinero o como prisión de Estado en la que tener a buen recaudo a sus más distinguidos presos. Entre otros, Pedro de Guevara, Luis Colón -nieto del descubridor-, Pedro Maldonado -ajusticiado después en Simancas- o, el más conocido de todos, el Obispo Acuña, que tras dar muerte al alcaide de la prisión acabó sus días colgado de una reja del cubo del castillo que lo recuerda, el del Obispo. Es entonces, en 1540, cuando Carlos V da los primeros pasos para acomodar en uno de los cubos de la fortaleza los documentos más importantes de su reinado. Empieza la historia del archivo.
Sin embargo, será su hijo Felipe II, mucho más detallista y quisquilloso para sus cosas quien vea de verdad las orejas al lobo: un imperio como el suyo, el más grande hasta entonces conocido en occidente, necesita de una caja fuerte en la que guardar sus secretos, a salvo de miradas indiscretas y bien dispuestos para hacerlos valer cuando se requieran. Su gran acierto es darse cuenta de que la información es poder. Pero no solo se trata de conocimiento. También de legalidad, de conservar y poder presentar las pruebas que testimonien los derechos de la Corona ante cualquier circunstancia.
Así que pone manos a la obra a su arquitecto de confianza, Juan de Herrera, y le encarga que haga del castillo el primer edificio de la Edad Moderna concebido con la función de servir como archivo para documentos; nombra a don Diego de Ayala Archivero de Simancas y, en 1588, firma el que está considerado como el primer reglamento de archivos del mundo. Nunca hasta entonces se habían detallado con tanta minuciosidad los cuidados a tener para conservar documentos, los procedimientos a seguir para archivarlos, los peligros para evitar incendios. Como, por ejemplo, trabajar en los documentos solo con luz natural evitando a toda costa la cercanía del fuego en cualquiera de sus formas (chimeneas, velas, candiles…) «porque en ninguna manera se ha de encender vela ni otra lumbre, por el peligro que podría haber de fuego».
Con estos prolegómenos comienza la visita guiada a este bastión de piedras blanquecinas y tejados de zinc mientras se recorre el paseo de ronda y se desgrana cómo Juan de Herrera conservó del castillo todo lo que servía al encargo del rey, especialmente aquellos elementos que garantizaban la seguridad del contenido, y añadió los elementos que requería su nueva función. Una de las cualidades más destacables del edificio es que desde el 16 de septiembre de 1540, fecha en la que Carlos V decide destinarlo a archivo, hasta hoy, el castillo no ha servido para otra cosa
Y es así como hasta las cámaras y estanterías de este disco duro, tan duro como las piedras que lo custodian, acabaron llegando miles y miles y miles de documentos de todo tipo y de todos los dominios españoles, de papeles firmados, de mensajes secretos, de sentencias, cuentas, diarios, testamentos, cartas, mapas… hasta acabar conformando el fondo documental más importante para el estudio de nuestra historia entre los siglos XVI al XVIII. Un disco quecontiene 75.ooo legajos en su interior y casi 13 kilómetros de estanterías. Y todo ello a pesar del peligro que supuso para su conservación la Invasión Francesa y la orden de Napelón de trasladar desde todos los archivos de Europa -incluido el de Simancas- hasta París la documentación relacionada con el imperio que estaba construyendo. Gracias al celo puesto por los custodios franceses, más de un siglo después pudo recuperarse la mayor parte de la documentación sustraída y en bastante buen estado
Por eso es una suerte poder traspasar las puertas de este cajón blindado de la mano de alguna de las visitas guiadas que cada día se realizan si hay curiosos suficientes y que discurre por entre la capilla del Rey, la sala de Juan de Herrera, varias salas de trabajo, el cubo de Aragón y el cubo del Archivo. Es la forma de comprender mejor el auténtico valor de lo que encierra. De caer en la cuenta del peligro que supone perder la memoria escrita de nuestro pasado. De la importante tarea que tienen ante sí quienes cada día pelean aquí por ralentizar, al menos, el deterioro que el paso del tiempo siempre echa sobre las cosas.
Aunque solo sea por permanecer unos instantes en el cubo del Archivo, el espacio habilitado por Felipe II para reunir en él los documentos más selectos y secretos del Patronato Real, ya merece la pena. Si uno se queda en silencio casi casi podrá decir que, efectivamente, las piedras no hablan. Pero los papeles seguro que sí.
ARCHIVO GENERAL DE SIMANCAS
Horario de visitas: laborables, 10,00 a 14,00 y de 17,00 a 19,00. Fines de semana y festivos, de 11,00 a 14,00 y de 17,00 a 19,00. Visitas guiadas: información y reservas en los teléfonos 983 59 00 03 (laborables) y 902 500 493 (fines de semana y festivos).
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Así lo publicó EL NORTE DE CASTILLA
Hola Javier, espero que estés bien. Muy interesante esta publicación sobre Simancas. Estamos proyectando un viaje al Bierzo (cuando acabe esta pesadilla que estamos viviendo, claro)y hacer la ruta de las ochenta horas que conocimos gracias a tus publicaciones; tenemos tiempo para programar pero nos hemos encontrado con que el enlace a la página de creadores del circuito el Bierzo en ochenta horas no funciona.
Hola, Aurora. Pues he estado mirando y, efectivamente, el enlace no funciona porque la esplendida iniciativa que se puso en marcha en su momento tampoco funciona ya. Ese enlace apuntaba entonces a un magnífica web en la que estaba recogida toda la información, con la descripción de cada etapa y los enlaces para descargarse los tracks. Algo realmente genial para hacer fácil el recorrido que se proponía. Es una pena pero es así.
Aquí hablan de esto: https://www.lanuevacronica.com/la-vuelta-al-bierzo-en-80-horas-reconocida-fuera-olvidada-en-casa
De todas formas, al final de ese reportaje los suscriptores del blog tienen la posibilidad de descargarse una carpeta con la guía de viaje publicada por los autores y los tracks gps de todas las etapas: https://siempredepaso.es/hacer-la-vuelta-al-bierzo-en-80-horas
Saludos
javier
Se supone que a la hora de ver documentos tan antiguos no habría que ponerse guantes de látex para evitar ensuciar el documento?