TERRITORIO VETÓN
© Texto y fotografías: JAVIER PRIETO GALLEGO
La verdad es que una vez allí se entiende muy bien por qué las tribus celtíberas que poblaban el oeste peninsular unos 500 años antes de Cristo se encapricharon de este territorio tan pródigo en roquedos y cañones profundos. Lo suyo era pura supervivencia y tras muchos años de práctica habían aprendido que cuanto más difícil se lo pusieran a quien no viniera en son de paz, mejor.
Por eso el costado occidental de lo hoy son las provincias de Zamora y Salamanca debió de parecerles el paraíso soñado. Su orografía, con abundancia de cañones, cuando no de profundos valles marcados aquí hasta por el más leve de los arroyuelos, se reveló perfecta para plantar sobre ella soberbios emplazamientos fortificados. Los ríos y los arroyos, allá abajo, abastecían de agua al tiempo que ejercían una función de foso natural imposible de lograr de otra manera; arriba, muchos tesos despejados ofrecen la mejor visibilidad posible sobre el entorno, mientras que el efecto caja fuerte se lograba levantando unas murallas que aún vistas con los tecnológicos ojos del hombre del siglo XXI siguen poniendo la carne de gallina. La abundancia de roquedos y un suelo con mucho granito facilitaba una buena y contundente materia prima para hacer murallas. De todos los pueblos que habitaban la Península durante la llamada Segunda Edad del Hierro, las tribus vetonas fueron quienes encontraron en esta franja del territorio su lugar en el mundo.
Y aunque el aprovechamiento industrial del cauce del Duero a su paso por las Arribes cambió el paisaje drásticamente con los embalsamientos que se realizaron a lo largo del siglo XX, aún hoy es posible descubrir a simple vista las ventajas defensivas que ofrecían muchos de los lugares en los que se sabe que existieron asentamientos indígenas. Ese esquema resulta más que evidente en la visita a los tres castros vetones más destacados del oeste salmantino: Las Merchanas, Saldeana y Yecla de Yeltes, todos ellos en el entorno de la localidad salmantina de Lumbrales.
Yecla la Vieja
Quien se plantee un recorrido de castro en castro, que es casi tanto como un viaje en el tiempo a algunos de los lugares más remotos de nuestra memoria, podría comenzar por la localidad de Yecla de Yeltes. Frente a su iglesia el Aula de Arqueología (tels. 923 50 07 02/ 923 25 00 90) se presenta como un buen prólogo antes de acercarse hasta el yacimiento de Yecla la Vieja. El interior del aula alberga un interesante catálogo de piezas procedentes del castro y una maqueta que sirve muy bien para entender lo importante que era para los vetones escoger a conciencia el enclave geográfico en el que realizar sus fortificaciones.
Una de las piezas custodiadas es un verraco de granito localizado en el cementerio del castro y que parece representar con gran detalle la figura de un jabalí. Aunque no está del todo claro el significado de estas tallas, casi siempre realizadas en granito, hay quien las identifica con puntos de conexión con el más allá en algunos casos mientras que en otros pudieron ser utilizadas como hitos con los que las tribus señalaban las demarcaciones territoriales. En el aula, también se exhiben cabezas humanas esculpidas en piedra y vestigios de la posterior ocupación romana, con una importante colección de estelas funerarias.
El castro de Yecla se localiza un par de kilómetros al sur de la localidad y tiene el acceso señalizado. Tanto por sus dimensiones como por la contundencia de sus murallas, su estructura o la abundancia de grabados que todavía se descubren en muchas de sus piedras está considerado como uno de los yacimientos más destacados de la provincia.
Un impresionante cincho defensivo abraza el cogollo en el que los vetones decidieron ubicar, 500 años a.C., una de sus poblaciones. Fue la solución ideada para completar las defensas naturales que ya ofrecían el curso de los arroyos Varlaña y Pozo Ollero, muy cercanos al río Huebra. Tras la conquista de Roma, que también lo utilizó y reforzó sus defensas, el castro se mantuvo habitado hasta el siglo XII.
Entre los atractivos que presenta su vista están, por una parte, la colección de grabados que se ven a simple vista en algunas de las piedras que forman la muralla, más de un centenar dicen -aunque descubrirlos depende mucho de cómo les dé la luz natural-, pero también deja boquiabierto el efectivo campo de piedras hincadas que antecede el arranque de las murallas. Esta franja de terreno sembrada de afiladas rocas apuntando al cielo muy juntas unas de otras impedía que hombres y caballos pudieran maniobrar cerca de las murallas mientras desde ellas los defensores les repelían con cierta facilidad. La ermita de la Virgen del Castillo preside el enclave desde el siglo XV.
Las Merchanas
Para la visita al castro de Las Merchanas, muy cerca de Lumbrales y otro de los grandes castros del oeste salmantino, también resulta imprescindible pasar antes por el Centro de Visitantes, ubicado en la Casa de los Condes, un edificio modernista de rasgos portugueses de finales del siglo XIX. Además de recoger un montón de información sobre el mundo vetón y sus castros, es posible concertar una visita guiada (tel. 923 51 22 70).
El acceso al castro se localiza por la SA-CV-16 hacia Bermellar hasta el aparcamiento señalizado. Ahí arranca el corto paseo, de unos 700 metros, que lleva hasta las puertas del yacimiento. Con el castro ya a la vista, una instalación didáctica y un catalejo brindan una perfecta panorámica del lugar, al tiempo que permiten apreciar la contundencia del conjunto de murallas. Lo que se encierra tras ellas es una superficie aproximada de ocho hectáreas y media. Como en otros enclaves similares, los vetones aprovecharon el desnivel que el paso del río talla en algunas zonas como defensa natural, mientras que se aplicaron en levantar poderosas murallas de más de 7 metros de espesor allá donde el paso resultaba más accesible. Era su forma de aislarse del mundo. De crear una burbuja donde fuera posible la vida más allá de las amenazas de muerte que, tarde o temprano, acababan por llegar hasta las mismas puertas. Esa es también la razón para que pusieran tanto empeño, precisamente, en la construcción de estas, dotándolas de una característica forma de embudo que las hacía más fáciles de defender y difíciles de atacar.
Saldeana
Esta ruta de castros, buitres, vértigos, piedras hincadas y murallas ciclópeas quedaría algo coja sin acercarse hasta el castro de El Castillo, junto a la localidad de Saldeana.
El acceso hasta el yacimiento hay que buscarlo al final de una de las calles que arrancan en el frontón situado junto a la carretera, donde se localiza el panel informativo en el que tomar nota de las principales características del recorrido. Ubicado sobre un promontorio rocoso a un kilómetro de la localidad, el castro aprovecha el acusado meandro que el río Huebra dibuja sobre el terreno en la confluencia con el arroyo Grande dando lugar a encajonamientos con desniveles de hasta 160 metros. Allá donde el relieve no aportaba estas fantásticas defensas naturales, sus ocupantes se aplicaron en construir una poderosa muralla con la que envolver las 3,5 has. de superficie que ocupa el castro. Y por si no bastara, una densa alfombra de rocas afiladas ante ellas para que resultara imposible acercarse a pinrel o a caballo sin acabar con los pies taladrados o los tobillos rotos. Como poco.
INFORMACIÓN. Web: salamancaterritorioveton.com