Texto y fotografías: JAVIER PRIETO GALLEGO
Cuando no existían las carreteras y los coches ni siquiera formaban parte de los sueños, los hombres viajaban únicamente por necesidad: para comprar, para vender, para trabajar, para asistir a una boda o a un funeral. Y se hacía como y por donde se podía. En las montañas, el hombre debía acoplarse al ritmo de la naturaleza y esperar a que la nieve desapareciera de los puertos, que los caminos volvieran a ser transitables para entablar de nuevo el contacto con lo pueblos vecinos, conocer noticias o enterarse de quiénes habían nacido o fallecido durante el invierno. Las sendas, los sedos en el lenguaje montañés, eran las vías de comunicación entre los hombres.

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Quien ha caminado alguna vez por estas sendas de montaña sabe que no hay nada trazado con mayor inteligencia. La inteligencia aportada por generaciones y generaciones de transitar por ellas, con nieve o sin nieve, con lluvia, con sol, cargados o con las manos en los bolsillos. Sus trazados aprovechan siempre los mejores pasos, los mejores collados, la menor inclinación, el mejor rodeo. Nada que ver con los caminos pergeñados sobre la mesa cuadrada de un ingeniero. Son los caminos de la historia abiertos con la medida del alma, cargados para siempre de una poesía que ni la más hermosa de las carreteras podrá siquiera soñar.


EL ARCEDIANO
Sucedió que antes de que se construyera la carretera que atraviesa el vertiginoso tajo que es el desfiladero de Los Beyos, entre el valle de Sajambre, en el norte leonés, y Cangas de Onís, en Asturias, la única forma posible de transitar entre estos dos lugares era a través de un maravilloso camino que transcurría por el interior de lo que hoy se conoce como Los Picos de Europa. Este camino, que bajaba caracoleando por las laderas del puerto del Pontón, acometía uno de sus tramos más espectaculares entre las localidades de Oseja de Sajambre y Amieva. Para ello utilizaba un antiquísimo trazado levantado, se dice que en tiempos de los romanos, introduciéndose en el macizo montañoso para buscar sus pasos más accesibles.

Sucedió también que, allá por el siglo XVII, un prohombre de la zona, don Pedro Díaz de Oseja (1583-1665), natural del pueblo de Oseja de Sajambre, alcanzara en su carrera religiosa una alta proyección, hasta el punto de ocupar el cargo de arcediano de Villaviciosa. Alcanzada fortuna y proyección decidió este buen arcediano utilizar una considerable parte de sus dineros en mejorar la vida de los vecinos del hermoso valle leonés en el que había nacido. Así, cuéntase que, amén de otras obras sociales, fue el fundador de la escuela del pueblo, un acontecimiento de dimensiones increíbles para una aldea del siglo XVII perdida entre encajonadas montañas.
Pero por lo que verdaderamente quedó grabado para siempre en la memoria de los habitantes de la zona fue por la iniciativa de revitalizar y restaurar lo que, en la época, constituía la única vía de comunicación -y por lo tanto de intercambio- entre León y Asturias, la senda que, desde entonces, se conoce como de El Arcediano.

Así, acometió con su fortuna la tarea de afianzar las veredas, de reforzar el empedrado de tramos enteros, de levantar muros de contención y hasta de construir una hospedería -hoy completamente destruida- en la majada de Sabugo, por la que pasa la ruta, y que serviría para dar cobijo a los viajeros que transitaran por ella. Todo un macroproyecto de ‘obra pública’ que se vio consolidado en el tiempo por la previsión del arcediano: no en vano ordenó en su testamento que “para siempre jamás” se destinaran veinte ducados anuales de su fortuna a la reparación y mantenimiento del camino “por ser como es tierra muy fragosa, necesitada de pedreras, maderadas y puentes…, y necesitan de más y de renovarse para su conservación”.

En una ocasión que caminamos por ella, un pastor joven de Amieva que bajaba de echar un vistazo al ganado que tiene en las majadas, recordaba cómo, cuando él era niño, aún se trabajaba en el camino para que el empedrado, a modo de calzada romana, no se perdiera: “Se llamaba a ‘estafeira’ -trabajo comunal no remunerado- y se arreglaban entre todos los hombres los trozos donde se habían ido las piedras. Pero ahora ya no se hace. Ahora para cualquier cosa hay que pagar a los operarios y si no, pues nada”.
Esta senda también fue conocida como ‘el camino del Almagre‘ por ser muy utilizada en el transporte mediante acémilas de este óxido de hierro, muy abundante en la zona.
La construcción de la carretera que atraviesa el desfiladero de los Beyos, realizada entre 1864 y 1884, supuso, además de un dificilísimo reto para los ingenieros y los obreros que trabajaron en ella, el final del período de mayor esplendor de este camino. Tras muchas décadas de ser utilizada casi únicamente por los pastores, con el auge del ‘turismo de montaña’, ha pasado a convertirse en uno de los trayectos montañeros más interesantes y transitados de los Picos de Europa.

LA SENDA DEL ARCEDIANO
Esta ruta está señalizada como GR-PNPE 201 desde el puerto del Pontón hasta el collado de Angón, cerca de Amieva, aunque es posible seguirla sin problema hasta Cangas de Onís. La longitud total entre el puerto y Amieva es de 27,5 km, a todas luces excesivamente larga para quienes disfrutamos no solo de caminar sino también de las curiosidades, sorpresas y la contemplación del camino recorrido, más cuando el camino, como en este caso, discurre por parajes de indudable belleza y una de las colecciones de hayedos de cuento más espectaculares de la Península. Así las cosas, una estupenda opción viene a ser dividir el recorrido en dos partes, una primera de Pontón a Soto de Sajambre, 11 km, la mayor parte en descenso, con inevitable parada en Oseja de Sajambre, donde se localiza uno de los Centros de Visitantes del Parque Nacional de Picos de Europa, y una segunda etapa, algo más dura, de 16,5 km entre Soto y Amieva.

Hoy nos centraremos en esa segunda etapa, con algunos de los tramos más espectaculares y montañeros de todo el recorrido. aisaje es el que transita entre las localidades de Soto de Sajambre y Amieva. Se trata de un recorrido montañero que aunque fácil de realizar, requiere algo de práctica y un equipo adecuado para la media y la alta montaña. El tiempo en cubrir el trayecto se puede estimar entre cinco y seis horas, en función de las paradas que realicemos. La mayor dificultad de la propuesta está en solucionar la forma de regresar, una vez realizada la ruta, al punto de partida en Soto de Sajambre. Para ello podemos: bien haber dejado previamente un coche en Amieva; bien contratar un vehículo en Amieva para que nos devuelva a Soto. Esta gestión podemos concretarla con ayuda de los gestores del Centro de Visitantes del Parque de La Fonseya.
El arranque de la senda hemos de buscarlo en Soto (925 m), en la parte alta del pueblo. Justo antes de pasar el puente y hacia la izquierda parte la pista que se eleva por la ladera izquierda del valle que presiden las moles calizas de la Peña de Beza (1.958 m). Aunque existen desviaciones, resulta difícil perderse si se buscan las marcas que señalizan el camino correcto. En, aproximadamente, una hora de subida habremos llegado a los Collados (1.400). Es éste prácticamente el único lugar en el que puede producirse algún despiste. El camino correcto -ahora casi una senda- hemos de buscarlo hacia la derecha del collado evitando bajar en dirección a una fuente que se ve a media ladera. La idea es rodear por el oeste casi completamente la peña del Jurcueto (1.582 m.), que tenemos a nuestra derecha, hasta que enfilemos hacia arriba el estrecho valle que hay al otro lado. En este punto la mejor orientación la procuran los postes de la luz que se dirigen, como nosotros, hacia las praderías de Angón.

El estrecho valle culmina en un abrevadero. Estamos en los puertos de Beza (1.500 m), máxima cota de la ruta, a los que habremos llegado en unos 35 minutos más desde los Collados. A la izquierda ya es fácil distinguir la portilla de el tarabicu que sirve de demarcación entre Castilla y León y Asturias. Desde aquí el camino, ya todo una larga y cómoda bajada, no ofrece pérdida. En pocos minutos se baja hacia la majada de Toneyo, presidida al frente por el airoso pico de Valdelpino (1.744 m), después de la cual encontraremos algunos de los tramos empedrados más espectaculares de esta senda.

Con las laderas del Canto Cabronero (1.996 m) al otro lado, la senda -a juzgar por su anchura casi camino carretero- nos lleva hasta la majada de Sabugo (1.070 m), lugar en el que hubo hospedería y que hoy cuenta con varias casetas que sirven a los pastores que continúan usando estas praderías. Una vez superadas y tras atravesar un bosquete de hayas, conviene estar atentos al momento en el que el camino gira bruscamente para encajonarse en paralelo a las paredes del Cotalba (2.026 m) y el mirador de Ordiales, que tenemos enfrente. A la altura de la última torreta de electricidad se estira un espolón rocoso al que merece la pena desviarse para tener una de las vistas más bellas de todo el recorrido.

De vuelta a la senda, sólo queda continuarla hasta desembocar en la pista encementada (collado de Cueto Angón) que, siguiendo hacia la izquierda, nos termina por dejar en Amieva (600 m) Esta población está aún cuatro kilómetros por encima de la carretera C-637 que une Cangas y Oseja.

LA RUTA EN WIKILOC



Interesante artículo
Como ampliación a la información, a la actuación comunal cuya finalidad era arreglar y mantener caminos, pistas y otros elementos de uso común en los pueblos se le llama (o llamaba) “sextaferia” y puede estar relacionado conque se solía realizar los viernes (sexto día desde el domingo)
Un saludo
Muchas gracias por tu aportación. Un saludo.