UN RINCÓN PARA LA ETERNIDAD
El monasterio de Yuste, en el norte cacereño, fue el lugar escogido por Carlos I para retirarse del mundo
© Texto y fotografías: JAVIER PRIETO GALLEGO
Tenía 56 años y un cansancio tan hondo que sólo anhelaba encontrar un lugar donde las horas pasaran sin molestar. Y lo encontró en un rincón perdido de la cara sur de la Sierra de Gredos, entre los pliegues rocosos de la Sierra de Tormantos, en un valle regado por el Tiétar, bien apretado de encinares y robles. Allí, a la pequeña comunidad de monjes jerónimos que mantenía el discreto monasterio de Yuste debió de parecerles alucinación colectiva por ingesta de setas la noticia de que entre todos los magníficos, ricos, confortables y lujosos monasterios al alcance de la mano del emperador más poderoso de occidente, el suyo, un sencillo convento del montón, había sido el elegido para quedarse a vivir. Y así lo quería el mismísimo Carlos I de España y V de Alemania.
Con la idea de llegar cuanto antes, traspasados ya sus poderes y servidumbres a su hijo Felipe II, salió de Brabante el 8 de agosto de 1556 camino del rincón en el que se imaginaba una vejez tranquila. Tres meses más tarde, la silla de mano en la que había cruzado media España sostenida a pulso por sirvientes y vecinos arribaba al castillo que sus amigos, los condes de Oropesa, tenían en Jarandilla de la Vera. La premura de la elección y rapidez de su viaje le obligaron a esperar en él a que finalizaran las obras del palacio que se estaba construyendo junto al Monasterio de Yuste. Éstas finalizaron otros tres meses después y, en una tarde, pasó del castillo al convento que tanto anhelaba.
Y la verdad es que apetece llegar a Yuste y quedarse, si no por toda la eternidad, al menos un poco más de la hora corta que dura la visita turística al uso. Ésta se detiene, sobre todo, en el recorrido por algunas de las estancias en las que el emperador pasó sus últimos años, como la sala de guardias o de Jeromín, a la que, dicen, mandó traer a su hijo ilegítimo Juan de Austria para que conociese por fin a su padre; la sala de audiencias, en cuyo mirador se muestra la litera de mano en la que el emperador era transportado en sus desplazamientos; el comedor o sala de lectura, con la conocida como Silla de la Gota en la que, con una pierna estirada acostumbraba a descansar. También se visita el dormitorio, rodeado por los negros cortinajes en los que envolvió el luto por las muertes de su esposa y de su madre, y en el que falleció de paludismo el 21 de septiembre de 1558.
Quizá en el dibujo de su vejez no tuvo demasiado en cuenta que un mosquito podía llevarle a la tumba: la malaria ha sido una enfermedad tan arraigada en la zona que el último caso conocido se dio en Arroyomolinos de la Vera en el año 1968. Una puerta que comunica directamente con el presbiterio de la iglesia le permitía presenciar la misa desde su cama. Además de la iglesia, la visita también recorre la antigua sacristía, la cripta y los dos claustros.
Finalizada ésta, resulta obligado llegarse a Cuacos, dos kilómetros más abajo. Su casco histórico es uno de los que mejor han conservado en la comarca de La Vera el sabor de una arquitectura tradicional serrana de hechuras hermosas. A medio camino sorprende la presencia del Cementerio Alemán. Un aterrazamiento sombreado de olivos acoge los restos mortales de 26 soldados fallecidos en España durante la Primera Guerra Mundial y 154 durante la Segunda. Derribados de sus aviones, muertos en hospitales españoles o hundidos en el mar sus tumbas estaban diseminadas por diferentes puntos de la geografía hasta que en 1983 una ONG alemana dedicada a la recuperación de los cuerpos de los soldados alemanes fallecidos en el extranjero inauguró este cementerio.
EN MARCHA. Al Monasterio de Yuste puede llegarse desde Arenas de San Pedro, en la provincia de Ávila, por la AV-249 hacia Plasencia.
EL MONASTERIO. Monasterio de Yuste. Tel. 927 17 28 58.
CUACOS DE YUSTE. Entre sus alicientes está la visita a la plaza de Juan de Austria, reconstruida como un corral de comedias. La plaza alberga también la Casa de la Inquisición y la casa en la que vivió Juan de Austria. En la parte baja del pueblo queda la porticada plaza Mayor, a la plaza se asoma alguna casa de añeja personalidad serrana. La iglesia de la Asunción es del XV. Cerca queda la hermosa plazoleta de Los Chorros, presidida por la fuente que le da nombre.
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