Echarse al monte entre encinas centenarias y lagunas: una joya forestal junto a San Pedro de Ceque
Aunque no lleguen a mil años da igual. Las “encinas milenarias” del monte público de San Pedro de Ceque bien valen el paseo que media entre este pueblo zamorano y el paraje de Las Majadas, el corro de unas 15 hectáreas en el que se localizan las cerca de 150 encinas que así, a decir de los vecinos, “vendrían a acercarse mucho a los 700 años de edad”. Árboles vetustos que, en cualquier caso, han merecido desde antiguo veneración y respeto.
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Así se explica el milagro de que algo, a pesar de estar a la mano del hombre, se libre de la destrucción durante tanto tiempo. O así al menos lo cree el acalde de San Pedro, que recuerda también cómo antiguamente el monte se cuidaba mejor que ahora. Y son varias las razones. Una de ellas es porque se aprovechaba más. Por ejemplo, para leña. El reparto de leña implicaba que el monte se iba despejando de maleza y, por ende, que se cortaba lo menudo para que lo grande tirara mejor. A esta labor, fundamental para que los ejemplares más maduros alcancen longevidad y tengan vigor, se sumaba la explotación ganadera que, mediante el pastoreo, también se aplicaba en despejar de brotes nuevos el suelo del monte. Es así como estos bosques de roble y encina, la más pura esencia del bosque mediterráneo, iban tomando su perfil de paraíso adehesado. Hoy las cosas no son como ayer y el monte, a la vista queda, va ganando en frondosidad y maleza, un peligro potencial que, además de no beneficiar el crecimiento de ejemplares mastodónticos, puede ser catastrófico si se declarara un incendio. Pero el aprovechamiento de leña ya no es tanto como en otros tiempos y, a decir del alcalde, tampoco se hace con el cuidado deseable. Y la ganadería tampoco ayuda. Si en el pasado era común ver por allí yeguas o vacas ahora ya sólo triscan unas pocas ovejas y algunas cabras.
EL PASEO
El monte público Real Alto y Real Bajo ocupa casi 900 hectáreas en los aledaños de San Pedro de Ceque. Y desde esa población parte el paseo a pie que, en otros tiempos, acostumbraban a hacer también los vecinos cuando se ponía a tiro disfrutar una tarde de domingo de tortilla y excursión. El arranque se localiza en el corazón del pueblo. En la plaza Mayor un panel ofrece información de las cuatro rutas señalizadas -aunque no homologadas- en el entorno de la localidad. Entre los recorridos, el que discurre por el monte de Las Majadas está balizado con marcas amarillas. Una parte del recorrido, en el tramo de vuelta al pueblo, este recorido coincide con la ruta de los fresnos, también centenarios, que prosperan en la ribera del arroyo del Regato.
Desde la plaza Mayor lo que toca es tomar la carretera que se dirige hacia Junquera de Tera para, 500 metros después, salirse por una pista de tierra ancha y rectilínea que queda a manderecha. Es la parte más aburrida del paseo. Pero sirve como buen prólogo a lo que se verá después, que es esa masa densa y oscura que queda al fondo.
El recorrido por la pista de concentración dura unos 1.600 metros, con campos a un lado y otro, hasta alcanzar una explotación ganadera en el lindero del bosque. Ahí el camino se abre en varias ramificaciones, pero la que cuenta es la que sigue de frente. Los siguientes 1.700 metros son ya de robledal, de Quercus pyrenaica, para ser más precisos, la especie predominante allá donde se lo permite la encina. Esa es la distancia en la que se alcanza la siguiente bifurcación y que, en este caso, se resuelve por el camino de la derecha.
Aunque se vaya de charla conviene estar atentos porque 200 metros más allá, en una vaguada algo más aclarada que el resto se inician unas roderas que, por la derecha del camino, conducen en 500 metros hasta el lavajo de Vallaguna, un bello encharcamiento represado artificialmente para saciar a los ganados sedientos que recorren estos idílicos parajes pero que sirve también de bebedero de patos y otras aves acuáticas que saldrán de estampida como cohetes en cuanto alguien se aproxime por las bravas.
De regreso al camino principal, el acercamiento a las encinas “casi-milenarias” continúa por donde se venía para salir enseguida a las praderas de Pernacio, otra vaguada que acostumbra a mostrar lagunas en cuanto los acuíferos se recargan, algo que en el pasado también acontecía con mucha más frecuencia que en la actualidad. De hecho, si Pernacio era más frecuentado antaño como lugar de meriendas se debe también a que de sus fuentes manaban algo más que telarañas.
En Pernacio el camino se bifurca de nuevo y de nuevo toca seguir de frente otros 700 metros más, punto en el que se alcanza la última de las bifurcaciones y en el que un cartel nos pregona que por la derecha se entra en el paraje de “Las Majadas, árboles milenarios”. Ya en llano, el volumen y consistencia de algunos de los ejemplares que quedan junto al camino evidencian la solera de un bosque del que se dice que perteneció a los Condes de Benavente antes de llegar a manos del pueblo de San Pedro de Ceque. Pero hay muchas más y más longevas entre las espesuras que se abren a uno y otro lado.
El paseo por este bellezón de monte no tiene porque detenerse aquí. Rendida la debida pleitesía a unos encinones que ya daban bellotas antes de que Colón pisara America, el cuerpo pide ver más. Y para ello basta seguir el camino que, en breve, comienza a descender cada vez más acosado por el matorral. Así desemboca en otro más pisado y arenoso que se toma hacia la derecha para ir recorriendo el rebollar ahora hacia oriente. El camino corre paralelo al arroyo del Regato, que presume también de fresnos centenarios en sus orillas. Cuatro kilómetros más adelante, sin tomar desviaciones ni cruces, y después de un aburrido trecho de nuevo entre campos de labor, se acaba por desembocar en la carretera que une Uña de Quintana y San Pedro de Ceque. Un kilómetro más de asfalto cierra el circuito en la plaza de este último.
EN MARCHA. A San Pedro de Ceque puede llegarse desde Benavente o Puebla de Sanabria por la A-52 tomando el correspondiente desvío en Camarzana de Tera.
EL PASEO. Circuito señalizado con balizas de color amarillo y de unos 12 km con principio y fin en San Pedro de Ceque que permite el paseo por uno de los encinares más sobresalientes de la provincia de Zamora. Con muy pocos desniveles, puede recorrerse con niños en unas tres horas. Un panel en la plaza Mayor ofrece información de las cuatro rutas señalizadas en el entorno de San Pedro de Ceque.
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