Texto y fotografías: JAVIER PRIETO GALLEGO
Que Castilla está regada de cientos de pueblos y rincones capaces de evocar la historia no es ningún descubrimiento. Tan larga y densa historia como la nuestra ha ido regando de piedras, monumentos y aconteceres memorables hasta los más paupérrimos lugares de nuestra geografía. Pero lo que siempre sorprende, por más acostumbrado que esté uno, es tener que entrar como de puntillas en algunos de estos lugares. A veces, viajando sin prisa, se llega a pueblos cuyas callejas de piedra piden a gritos dejar inmediatamente el coche en cualquier lugar y saborear, paso a paso, las estrecheces de sus callejuelas en ocasiones tan anchas como dos personas, los blasones o el sonido de las charlas que desde los cuartos de estar inundan sin rubor las calles. Son pueblos coquetos, de casas amontonadas, colgadas, limpios, silenciosos y estrechos que al final, pensados para no ser destruidos, sólo pueden verse si se va andando. A este tipo de pueblos pertenecen Maderuelo y Sepúlveda. Uno pequeño y el otro grande pero los dos de noble pasado, guerreros y, por lo que se ve, eternos.
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SEPÚLVEDA
Apiñada también sobre peñascos se extiende Sepúlveda como una gran ‘Y’ en las primeras revueltas que da el Duratón antes de consagrarse a su gran obra, las celebérrimas ‘hoces’. Situada al norte de los cordales de Somosierra tiene como telón de fondo el paisaje nevado de las laderas de la Pinilla de la que le llegan sin dificultad sus aires frescos. Aires que expanden, sobre todo al mediodía, el penetrante olor de los corderos asándose lentos en los numerosos figones de leña que abundan en Sepúlveda y que han dado a la villa fama universal. Pero Sepúlveda además de buen cordero es románico, arcos, judería y soportal; todo un conjunto con carácter de monumento que vive ya definitivamente volcado hacia el turismo.
Se venga por donde se venga sus dos entradas principales terminan por aupar hasta la Plaza donde se hace completamente imprescindible dejar ya el coche si es que no se ha aparcado antes. Con el sabor propio de las plazas castellanas, ésta perfila su propia estampa con los restos del castillo medieval que estuvo adosado a la gran muralla de siete puertas que ciñó la villa y cuyos torreones, bien visibles, asoman por uno de los lados: en el que apoya el edificio del reloj.
Un paseo hacia lo alto, que es desde donde mejor se ve Sepúlveda, puede comenzar tomando la calle que parte por la derecha del castillo: la calle de la Barbacana, así llamada por seguir el trazado exterior de la muralla recubierta de casas adosadas a sus lienzos. Un poco más abajo está una de las siete puertas que dieron entrada a la villa y de las cuales aún quedan cuatro en pie: la del Azogue o el Ecce-Homo. Traspasándola, sin contraseñas ni centinelas, se penetra en el interior de su recinto defensivo por una empinada calle a cuyo comienzo encontramos, en la llamada casa de los Proaños o casa del Moro, uno de los escudos más antiguos de la villa. En él se ve la cabeza del moro Abubad, alcaide de la ciudad decapitado por Fernán González en lucha cuerpo a cuerpo. Los Proaños ganaron el derecho a usar este escudo después de numerosos pleitos genealógicos.
Bastante más arriba un copón con la Sagrada Forma tallado sobre una piedra nos dice que estamos ante la casa del Señor o de la Cofradía, llegando ya a la parte alta del pueblo y a escasos metros de su joya románica: la iglesia de San Salvador. Fechada en 1093 pasa por ser la pionera de este estilo en su avance hacia las tierras situadas al sur del Duero.
Pero para hacerse una buena idea de todo lo que encierra este bello pueblo lo mejor es acercarse al mirador de la virgen de la Peña, no muy lejos de la iglesia del Salvador, lugar donde sitúa la leyenda el enfrentamiento entre el Conde y el alcaide moro. Desde allí además de tener una estupenda vista de los primeros encajonamientos del Duratón (utilizados en la Edad Media para despeñar a los condenados a muerte); de la Puerta de la Fuerza, que se abría sobre los escarpes del río y de todo el conjunto de la villa, una serie de paneles explicativos muy bien colocados van dando cuenta detallada de la historia, de la flora, del río y de toda la panorámica sepulvedana que desde allí se ve.
Resultaría del todo imperdonable terminar la visita sin acercarse hasta la iglesia de Santiago, lugar donde está instalado el Centro de Interpretación del Parque Natural de las Hoces del Duratón. Repleto de curiosidades etnográficas, leyendas, paneles explicativos o diaporamas, tiene elaborado un recorrido por su interior sumamente atractivo tanto para grandes como para pequeños.
De la misma forma, una de las mejores recomendaciones para completar una inolvidable visita a Sepúlveda de fin de semana es realizar la atractiva y sencilla Senda de los Dos Ríos. Este recorrido circular con principio y final en la localidad, además de adentrarse por los frescos barrancos que presiden la unión de los ríos Caslilla y Duratón ofrece un impagable recorrido por el exterior de las viejas murallas y algunas de sus puertas. Descubre aquí como realizar este atractivo paseo.
EN RESUMEN… QUÉ VER EN SEPÚLVEDA
CASA DEL PARQUE NATURAL DE LAS HOCES DEL DURATÓN. Se integra en la antigua iglesia románica de Santiago, en el casco histórico de Sepúlveda, y ofrece una completa información sobre los distintos ámbitos naturales que forman el parque así como de las actividades permitidas en ellos. Tel. 921 54 03 22. IGLESIA DE EL SALVADOR. En la parte más alta de la localidad. Pasa por ser el templo románico más antiguo de la provincia. NUESTRA SEÑORA DE LA PEÑA. Templo románico del siglo XII. Destaca el tímpano de su portada, único por sus características en la provincia. SAN BARTOLOMÉ. Templo románico del siglo XII construido fuera de las murallas. MUSEO DE LOS FUEROS. En el interior de laiglesia de los Santos Justo y Pastor, construida entre los siglos XII y XIII. Reúne una interesante colección de obras de artes así como información histórica relacionada con la localidad. Entrada: 3 €. Tel. 921 540 425. MUSEO LOPE TABLADA DE DIEGO. En el edificio del Antiguo Registro de la Villa de Sepúlveda. Exposición permanente con cerca de 30 obras del pintor entre las que se encuentran panorámicas de la zona, bodegones y retratos. Entrada: 2 €. Tel. 921 540 425. CENTRO DE INTERPRETACIÓN DE LA ANTIGUA CÁRCEL DE SEPÚLVEDA. El recorrido por sus tres plantas ofrece una interesante recreación del ambiente que se vivía en estos establecimientos penitenciarios. Acoge también la Oficina de Turismo. Junto a la plaza Mayor. Entrada 3 €. Tel. 921 540 425.
Y DE COMER… CORDEROS Y SOPLILLOS
Es el cordero el plato rey de estas tierras. Basta recorrer un par de calles para darse cuenta de que todo -o casi todo- son figones en Sepúlveda. Sin embargo nada resulta tan chocante como descubrir que tan suculento plato nada tiene de complicado en su elaboración, residiendo en la sabiduría del figonero conseguir el justo punto de su sabrosura. Además de esta habilidad para dejar las cosas en su sitio ha de contar el artista del fogón con una buena materia prima que llevarse al horno: el cordero churro, más blanco y de patas más largas que el merino. Más acostumbrado a rodar por las laderas ásperas y pedregosas, como las del paisaje que rodea Sepúlveda, ha de caminar lo suyo de arriba a abajo y de abajo a arriba para conseguir alimentarse con la poca hierba de las cuestas evitando así acumular grasa en su cuerpo, hecho esencial que le convierte en un plato exquisito y tierno. Cortado el animal en cuartos y colocado en fuentes de barro le llega después el turno de asarse lentamente junto al fuego avivado con leña de chopo en horno también de barro. Agua, sal, algo de manteca y buen tino son los ingredientes de este plato sencillo que tanta gente atrae a la villa cualquier día de la semana a lo largo del año entero.
Llegando a los postres tiene Sepúlveda también platos propios siendo de tradición los llamados ‘soplillos’, hechos de harina, yema, azúcar, vino, aceite, aguardiente y canela. Las capuchinas, hechas de yema a semejanza del ‘tocino de cielo’, y las llamadas rosquillas de ‘Castrillo’ -pueblo cercano a la villa- completan tan atractivo repertorio confitero.
+ INFO: TURISMO DE SEPÚLVEDA.
MADERUELO
Llegando desde el norte uno trae la vista repleta de parameras resecas y pedregosas, de un paisaje pobre y duro salpicado de aisladas sabinas y enebros cuando de repente, después de un rápido descenso de curvas y contracurvas aparece el pantano de Linares, aguas entre tanto yermo, y en medio, como un barco anclado en el centro de un espejismo, Maderuelo. Una villa medieval pequeña pero de pasado relevante que llegó a contar hasta con diez parroquias de las que hoy sólo pueden verse dos: la de San Miguel, templo románico del siglo XIII, según se entra por la puerta de la muralla, y la de Santa María, justo al otro extremo de este pueblo que únicamente cuenta con dos calles principales que lo recorren de lado a lado.
La estampa abarquillada que ofrece reflejándose sobre las aguas del pantano se corresponde plenamente con la sensación de recorrer el casco de un gran buque que se tiene paseando por su calles.
Su pasado medieval comienza con la repoblación de estas tierras llevadas a cabo por Fernán González trayendo pioneros del norte peninsular, Galicia, Cantabria y Asturias principalmente. Más tarde conocería el mismo esplendor y desarrollo que el resto de la provincia segoviana de la mano del auge de la ganadería, lanar sobre todo, para compartir con ella también la lenta decadencia vital que llega hasta nuestros días.
La historia de Maderuelo está íntimamente relacionada con las andanzas del valido de Juan II, don Alvaro de Luna, de quien se dice que aquí -como en tantos otros pueblos cercanos- escondió su fortuna, inmensa a los ojos del pueblo dado el poder e influencia que ejerció el personaje. Así tradiciones y leyendas se han encargado de transmitir la creencia de que bajo el suelo del pueblo existe un gran pasadizo que lo recorre de punta a punta y que fue en este pasadizo donde don Alvaro sepultó los tesoros nunca encontrados. Hay quien relaciona la existencia de unos extraños símbolos en los dinteles de varias casas del pueblo con alguna marca relativa al tesoro y al túnel, lo cierto es que bien puede tratarse de restos de las antiguas casas habitadas por sus primitivos pobladores celtíberos o visigodos.
El halo misterioso que salpica el pueblo pasa a completarse con la existencia de una momia guardada en la iglesia de Santa María. Este templo, el más grande de los dos, y en tiempos remotos mezquita, es un excelente mirador sobre las aguas del Riaza en las que parece flotar Maderuelo. En verano, cuando el nivel del embalse es más bajo asoman las piedras del antiguo puente romano que arranca junto a la ermita de la Vera Cruz. Esta ermita románica, tuvo en su interior unas bellas pinturas guardadas ahora en el Museo del Prado.
Respecto a la momia, que se corresponde con una niña de corta edad, el escritor Carlos Velázquez realizó una adaptación con ‘La Doncella Muerta’ de una leyenda del siglo XVII que dice así:
«Unos cuentan que murió durante la ausencia de su padre, cuando esté viajó a rendir pleitesía al rey, su señor. Fue una época de reyertas nobiliarias y luchas civiles. Otros afirman que se la llevó la peste, que tantos huérfanos dejó en Maderuelo. Su desconsolado padre, mandó ataviarla con sus mejores galas. Parecía un bello ángel dormido cuando aquella fría losa de pizarra negra cubrió su sueño en la capilla de los Chavez, en Santa María. En la losa, venida de la Sierra, un cantero esculpió un escudo escotado, cuartelado en cruz, con un águila bicéfala rampante, cinco llaves, un árbol entre perros rampantes y trece bezantes de oro, todos buena prueba de su ascendiente hidalgo. Enterrada la doncella, la arqueta de madera e incrustaciones donde ella guardaba sus secretos también desapareció. Así se perdieron su salterio, sus dibujos y las cartas de amor secreto, como las de aquel joven enamorado que la prometió volver con el oro de Granada y allí perdió, los ojos primero, y la vida después».