Un horizonte de paisajes agrestes, culturas ancestrales y alturas de vértigo en el corazón de los valles Calchaquíes
Texto, vídeo y fotografías: Javier Prieto GallegoHace tres siglos la china en el zapato de los españoles empeñados en la conquista del norte argentino fueron los valles Calchaquíes, un conjunto de quebradas y serranías de vértigo del noroeste argentino que los ríos Calchaquí y Santa María tienen organizado a su manera: como si fueran los troncos principales de un árbol gigantesco estampado contra el suelo. Visto a ojo de Google Earth sus ramitas serían los valles que por uno u otro lado crecen y se multiplican. Y las hojas, el rosario de cumbres afiladas que rascan el aire a altitudes que casi siempre están entre los 3.000 y 4.000 metros.
Vídeo del viaje a los valles Calchaquíes
Ese conglomerado orográfico era entonces, y desde tiempos más que remotos, el hábitat en el que habían conseguido prosperar diversos pueblos indígenas. Entre ellos, el conocido como pueblo Quilmes perteneciente a la nación indígena Diaguita. Su resistencia al dominio español fue tan proverbial que logró mantenerlo a raya durante 130 años. Algo que los conquistadores, acostumbrados a poner orden con un par de arcabuzazos, grilletes y mucho alcochol gratis, no lograban entender del todo. Eso sí, cuando el pueblo Quilmes cayó, el castigo fue ejemplar: obligar a cerca de 3.000 prisioneros –hombres, mujeres, niños…- a realizar a pie y encadenados el viaje desde la ciudad donde habían logrado resistir hasta Buenos Aires. Unos 1.200 kilómetros de caminata que acabaron con casi todo el contingente. Los 750 que lograron sobrevivir fueron el germen de la actual ciudad de Quilmes, junto a la capital argentina.
Las ruinas de aquella ciudad indígena constituyen hoy uno de los yacimientos arqueológicos más importantes de Argentina. Y, por supuesto, uno de los lugares más sobresalientes de un recorrido por los valles Calchaquíes. Lo que hoy puede verse es la reconstrucción de en torno a un 15% de la extensión total de aquella ciudad fortaleza. Apenas un apunte del lugar en el que llegaron a habitar más de 6.000 personas. Los historiadores han calculado que el periodo de ocupación se extendió en este mismo lugar desde el año 800 hasta la conquista española, en el año 1665. Apenas unos 185 años antes los Quilmes habían asimilado sin tanta violencia la conquista del imperio Inca, que desde Cuzco y hacia el sur del continente ejercía la hegemonía política y económica que vinieron a truncar los españoles.
Por eso los aires que soplan en estos valles andinos traen ecos de quenas y charangos, de ponchos al viento y tapices de vivos colores. Y el vuelo del cóndor abriga con sus grandes alas muchas de las creencias y tradiciones que los actuales pobladores de estos valles comparten con las comunidades de origen indígena de los territorios vecinos en Chile, Perú o Bolivia.
Como el culto a la Pachamama, uno de los más arraigados. Aún hoy es frecuente que el primer día del mes de agosto los habitantes de estos valles formen corro en torno a un hoyo en el suelo para enterrar en él una olla de barro cocido con alimentos, hojas de coca o alcohol. Es el tributo a la Madre Tierra. Una forma de propiciar la fertilidad de los campos, la prosperidad o de agradecer la salud, los hijos, la existencia… Y la vigencia del rito resulta hoy tan evidente como el sin número de pequeños montoncitos de piedras que se ven aquí o allá, casi siempre al lado de los caminos o en lo más alto de los puertos de montaña en cualquier recorrido por los valles Calchaquíes. Son las apachetas, las piedras amontonadas sobre el hoyo excavado en la tierra y que cada participante deja al finalizar el ritual. O al paso por uno de estos monumentos propiciatorios, algunos con varios siglos de antigüedad, de la misma forma que por aquí los peregrinos del Camino de Santiago aportan su piedra a la Cruz de Ferro.
(continuará)
[separator type=»thick»]
****
¿Te ha gustado este artículo?