UN VIAJE DE EVOCACIONES LITERARIAS POR LAS ORILLAS DEL RÍO CURUEÑO
texto y fotografías: JAVIER PRIETO GALLEGOEl Curueño es un río afortunado, tan rico en truchas y hoces vertiginosas como en pasajes legendarios y literarios. Hasta ahora, una de las leyendas más famosas con escenario entre aquellas hoces es la que cuenta la historia de la dama de Arintero, pueblecito del Curueño situado en las alturas del valle. Aquella historia aconteció a finales del siglo XV cuando andaban a mandobles los partidarios de Juana la Beltraneja y los de los Reyes Católicos por aquello de la sucesión al trono. Sucedió entonces que en ese pueblo tan a tras mano ayer como hoy habitaba un noble anciano cuyo deseo ferviente era pelear por la causa de los Reyes. Ante la imposibilidad física de hacerlo, achacado por los males de la edad, una de sus hijas, Juana, tomó la decisión de acudir a la batalla disfrazada de soldado. Y fue tanta su valentía y tan destacado su papel en la pelea que su fama, amparada bajo el nombre del caballero Oliveros, comenzó a extenderse del uno al otro confín hasta que en una de las batallas una mala estocada rompe su jubón dejando uno de sus pechos al aire. Descubierta la farsa, se ve obligada a acudir al rey para dar explicaciones. Pero éste, lejos de castigarla por el engaño y conmovido por su coraje, la recompensa a ella y a su pueblo con elevados privilegios. Premio que no llegará a disfrutar en vida pues muere a mano de unos salteadores que la esperaban en el camino de vuelta a casa.
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Y prueba de que nacer al abrigo de las hoces del Curueño marca carácter es que se ha venido a empadronar entre ellas otro personaje de armas tomar y perfil literario, nada menos que el Capitán Diego Alatriste y Tenorio, héroe de los Tercios de Flandes y mercenario a sueldo de quien quiera alquilar su espada.
Cuenta el actor neoyorquino Viggo Mortensen, encargado de encarnarle en la película que lleva su nombre, que fue en el transcurso de la preparación de su personaje cuando, después de viajar por Valladolid y Salamanca, interesado en imaginar el escenario en el que pudo transcurrir la infancia y juventud del capitán, decidió que el lugar de nacimiento de este soldado español del siglo XVII bien pudiera ser alguna de las poblaciones que flanquean el discurrir del río Curueño. Todo sucedió por casualidad, tras un alto fortuito en el bar Anabel de la localidad de Valdeteja (tel. 666 00 50 34), en el que recaló por primera vez una tarde de tormentosa nevada invernal. Dice el actor que observando la forma de hablar y sentir de los vecinos que allí había dio en pensar que tenían mucho en común con el personaje que se encontraba preparando. Así que, después de aquello, volvió por el bar Anabel un largo puñado de veces hasta convertirse en uno de sus visitantes más queridos. De hecho, un montón de fotos suyas dedicadas junto a la máquina del café evidencian el cariño que le ha cogido a la zona y, también, el que desde entonces le tienen sus vecinos.
De la mano de este caballero que nunca existió vale la ocasión para recordar a otros muchos que sí fueron de carne y hueso, con los que, a buen seguro, tiene mucho en común. No en vano los valles de Valdelugeros y Valdepiélago fueron territorios de querencias reales y monacales en los que abundaron solares nobles, vecinos que adornaron las fachadas de sus casas con tantos escudos de piedra que incluso hoy resulta evidente su talante y el reconocimiento que muchos de ellos obtuvieron de los reyes a los que dieron servicio.
Así pues, a la Dama de Arintero le ha salido compañero de aventuras. Y al viajero pertinaz una excusa más para volver a mirar los paisajes y a las gentes de esta hermosa entalladura caliza.
Y no es la única, desde luego. Otra referencia literaria imprescindible para los viajeros del Curueño es la del escritor Julio Llamazares, que pasó en sus orillas muchos veranos de su infancia y lo recorrió de nuevo en 1981 para escribir después su memorable “El río del olvido”.
UN VIAJE POR EL CURUEÑO
Quien quiera perderse en este fantástico viaje de evocaciones medievales y literarias, disfrutando al tiempo de unos paisajes de excepción, bien puede arrancarlo en La Vecilla y enfilar, por la LE-321, hacia Valdepiélago. Después de esta población el Curueño va estrechando su pasillo para dar paso a unas hoces portentosas, las hoces de Valdeteja, al tiempo que deja ver una de sus más valiosas joyas patrimoniales, la calzada romana trazada por éstos para salvar el puerto de Vegarada y comunicar León y Asturias. En ese tramo hay que hacer el primer alto para acercarse hasta la cascada de Nocedo, señalizada junto a la carretera.
Un poco más adelante resulta obligado el desvío hacia Valdorria, en lo alto de las hoces, y desde allí realizar el paseo a pie hasta la ermita de San Froilán, con inolvidables vistas. Son 20 minutos de un sendero que caracolea entre las peñas hasta alcanzar el balcón en el que se encuentra la ermita. Aunque resulta imposible comprobarlo, dicen que son 365 los escalones tallados en la roca o construidos para acceder a ese apartado lugar del mundo en el que san Froilán se dio a la vida eremítica allá por el siglo IX.
De vuelta al Curueño, aguardan después los distintos puentes trazados en origen por los romanos y luego estilizados durante la Edad Media. Hasta ocho quedan aún en pie, con ejemplos tan sobresalientes como el puente del Ahorcado o del Verdugo, el primero que encontramos en el viaje, a la altura del desvío a Valdeteja; el de Lugueros, espléndido, con tres arcos, alguno de factura romana; o los Cerulleda de arriba y de abajo.
El recorrido por el Curueño lleva hasta lo alto del puerto de Vegarada, donde finaliza la carretera, pero sin obviar las desviaciones que por una y otra orilla alcanzan apartados pueblos montañeses, como Arintero, Redilluera o Llamazares. A un 1 km de este último se localiza la cueva de Llamazares o de Coribos. Su interior ofrece un hermoso acercamiento a las siempre fascinantes formaciones kársticas que amueblan este tipo de cavidades. Aquí, en especial, sorprende la abundancia de las coraliformes, no tan frecuentes.
Y A PIE: LAS CASCADAS DEL RÍO FARO
Un fantástico remate para un fin de semana en el Curueño lo constituye el recorrido de la ruta conocida como «Cascadas del río Faro», un fácil paseo montañero que acompaña los últimos kilómetros del río Faro y que se realiza desde la localidad de Redipuertas, ya muy cerca del puerto de Vegarada. Un paseo que resulta espectacular en otoño, que se realiza por una pista forestal y del que os hablé con todo el detalle en este reportaje.
Y NO TE OLVIDES DE…
LA CALZADA ROMANA.A lo largo del trayecto, pero sobre todo en el entorno de los puentes medievales se aprecian restos de la calzada romana que atravesaba estas montañas por el alto de Vegarada. Uno de los tramos más notables, fácil de pasear, es el que se localiza entre las localidades de Montuerto y Nocedo de Curueño. Entre ambos pueblos quedan los restos del castillo de Montuerto, un bastión medieval desde el que se controlaba el paso por el desfiladero y del que apenas quedan visibles el arranque de unos contrafuertes de la muralla. Si son más evidentes los restos de la ermita que se construyó en el patio de armas de la fortaleza y cuyos despojos dan albergue a un sencillo camposanto.
PUENTES DEL CURUEÑO. Uno de los alicientes de este viaje, además del paisajístico, es el disfrutar de la estampa que aún brindan ocho de los puentes construidos en su momento para dar servicio a la calzada que recorría el desfiladero. Aunque estilizados y reformados en época medieval, muchos de ellos conservan piedras y hechuras romanas.
CUEVA LLAMAZARES. Se localiza a 1 km de la localidad de Llamazares. Tiene habilitado un recorrido visitable de 700 metros que se realiza, en visita guiada, a lo largo de 1 hora. Destaca por la abundancia y rareza de sus formaciones coralíferas, nada usuales en una cueva de origen kárstico. Abre los fines de semana, de Semana Santa a octubre, y a diario en verano. Es imprescindible la reserva previa. Tel. 646 33 88 16. Web: cuevadellamazares.com.
RUTA DE LOS FORTINES. Justo al alcanzar el puerto, donde el viaje y la carretera finalizan, es posible recorrer el Sendero de los Fortines, un breve paseo circular de un 1 km que enlaza dos de las construcciones defensivas levantadas por el bando republicano para defender el paso del puerto.