El barranco escondido en los confines de la Sierra de Ayllón
Texto y fotografías: Javier Prieto Gallego
Como río, el Aguisejo no es gran cosa: apenas tiene una vida de 25 kilómetros que discurren, con más pena que gloria, por un paisaje estepario de tierras sedientas y laderas pedregosas. Son los confines, más áridos que feraces, en los que confluyen las provincias de Segovia, Soria y Guadalajara: el encontronazo orográfico en el que se funden los sistemas Ibérico y Central dando lugar a un paisaje montano de topografía casi plana, sin grandes desniveles y con tanta escasez de sombras como de lluvias. Es, también, un territorio de pequeños pueblos y arquitectura humilde que se pinta con el color negro de las piedras pizarrosas y el rojo de las arcillas que asoman por los caminos.
Si te animas a realizar este viaje para disfrutar de pueblos y naturaleza, reserva ya aquí.
Por eso ir al encuentro del punto exacto en el que el Aguisejo se hace visible es como acudir a la cita con una aparición milagrosa: porque el Aguisejo no tiene fuente, tiene un ojo claro y azulado al que los vecinos de Grado del Pico conocen como el Manadero, sin más. También son como un milagro inesperado las espesuras frondosas con las que adorna el barranco feraz que dibuja en sus primeros cinco kilómetros, los que separan la población en la que nace de la de Santibáñez de Ayllón, la primera a la que llega en su corto discurrir. Aguas abajo irá ensartando las de Estebanvela, Francos, Ayllón y Mazagatos. Después pasa a fundirse con el Riaza, que es afluente del Duero, cerca de Languilla. Pero es en sus primeros kilómetros donde muestra su cara más sorprendente, amenizando un valle que, de no ser por el Aguisejo, sería otro barranco más de paredes descarnadas y fondo seco.
Este viaje al ojo azul y claro de un río que a sus muchas penalidades ha de sumar el deje despectivo que resuena al pronunciar en alto su nombre, arranca de la localidad segoviana de Santibáñez de Ayllón, que, en contraste, añade a su nombre la mucha enjundia de un territorio –Ayllón- bien dibujado por la Historia y las correrías del condestable Álvaro de Luna, que hizo de este esquinazo segoviano su más preciado refugio.
El camino al encuentro del Aguisejo hay que buscarlo saliendo de Santibáñez hacia su iglesia de San Juan Bautista, templo de aires barrocos levantado en el XVII. Como tantos otros al final de su viaje, hay seguir desde ella el camino hacia el cementerio, si bien tomando la precaución de esquivar el camposanto para continuar de frente en el último desvío. Desde aquí el primer kilómetro discurrirá a media ladera, al pie de los peñascales y dejando espacio a las huertas que se ven más abajo. Al final de este tramo aguarda la sorpresa de una escandalosa cascada por la que el Aguisejo se vierte en el interior de una finca privada que fue en el pasado laborioso molino. Se sale así a la carretera por la que hay que discurrir hacia la derecha unos cincuenta metros hasta localizar la pista de tierra que del otro lado del puente de San Miguel se arranca en dirección sur siguiendo la orilla izquierda del río. Empieza ahí el paseo por este barranco apretado de frutales, huertas, manzanos y nogales que lleva a enlazar con Grado del Pico.
Tras dejar a la izquierda un primer desvío que baja hacia el río, a 500 metros de la carretera se abre una uve en la que se ha de seguir por el brazo izquierdo –el derecho sube-. Ciento sesenta metros después se abre otro desvío por la izquierda, que no hay que tomar: lleva hasta el molino del Cubo. El brazo derecho, por el que sigue el paseo, pasa por encima del molino para irse convirtiendo poco a poco en un delicioso sendero hortelano al que ponen fondo musical los requiebros del río y el bullicio de los pájaros. Como a un kilómetro del molino el sendero obliga a salvar el río por un precario paso improvisado con cuatro piedras y dos troncos resbaladizos que a más de uno echarán para atrás. Pero puede pasarlo hasta un niño si se tienen a mano dos bastones con los que guardar equilibrio, siempre y cuando el Aguisejo no vaya muy crecido de fuerzas. Del otro lado aguarda la recompensa de casi tres kilómetros tan deliciosos como los ya recorridos. Ya cerca de Grado, en un rincón de huertas cuidadas, pueden verse varios pontones hechos con lajas de pizarra.
Ya en Grado del Pico, cuya hermosa iglesia románica es de obligada visita, el paseo hasta el ojo cristalino por el que el Aguisejo viene al mundo se alcanza, en 1,5 km, siguiendo la señalización hacia el balneario titulado “Senda de los caracoles”. Para asomarse a la pequeña laguna hay que desviarse nada más cruzar el río –que en este punto semeja un arroyo- y correr paralelos a la tapia del balneario hasta dar con él.
EN MARCHA. Hasta Santibáñez de Ayllón puede llegarse desde la localidad segoviana de Ayllón tomando la carretera hacia Sigüenza.
EL PASEO. Entre Santibáñez y el Manadero de Grado del Pico median 7 kilómetros. No está señalizado pero es difícil perderse al tener siempre al río como punto de referencia. Puede recorrerse en unas 2 horas y media y hacerse con niños. Una interesante prolongación es la que lleva desde el Manadero hasta la localidad de Villacadima, ya en la provincia de Guadalajara. Este tramo discurre por el fondo seco del barranco del arroyo de los Prados. En el trayecto se alcanza la confluencia de otros solitarios barrancos, también secos, que en el pasado eran los primeros aportes del Aguisejo. En la primera confluencia hay que continuar por la derecha y en la segunda por el más marcado, el de la izquierda. DESCARGA EL TRACK EN WIKILOC.
QUÉ VER. Además del interés botánico y ornítico de la ruta, la zona es pródiga en rincones de interés, como las iglesias románicas de Grado del Pico o el Centro de Interpretación de la Peña de Estebanvela -abierto durante los meses de julio y agosto-. El casco histórico de Ayllón y las vistas desde lo alto de la población tampoco deberían faltar en la visita.