Restos arqueológicos y un museo singular evocan un pasado romano lleno de esplendor
Texto y fotografías: JAVIER PRIETO GALLEGO
Mucho antes de que se inventara Marina d’Or los romanos ya tenían “su ciudad de vacaciones”: Mérida está inventada desde el año 25 antes de nuestra era. O sea, hace más de 2.000 veranos. Y de 2.000 inviernos. Pero la gran diferencia es que esta urbe Patrimonio de la Humanidad no se inventó sólo para que los patricios tuvieran un rincón donde gozar de unos días de asueto en medio de las dehesas extremeñas. Fue, más que otra cosa, el premio que los legionarios de la V y X legión soñaban alcanzar si llegaban vivos a la jubilación. Algo no tan fácil de lograr si se piensa que la vida media de un romano no alcanzaba los 40 tacos y más de la mitad se la pasaba sirviendo en un ejército con más frentes abiertos que kilómetros en las suelas de sus sandalias. De hecho, el topónimo actual de la ciudad en realidad enmascara su propósito inicial: Mérida viene de Emerita Augusta, la ciudad de los eméritos, de los jubilados del ejército romano que, a juzgar por la ingente cantidad de obras publicas realizadas durante sus 400 años de esplendor a lo largo de la época imperial, debieron de gozar como niños apoyándose en las vallas protectoras mientras los curritos –pagados o esclavos- levantaban a golpe de pico y pala la impresionante sucesión de edificios y obras de ingeniería urbana que, en buena parte, han perdurado hasta hoy. Es posible, incluso, que la inclinación irresistible que tienen los jubilados patrios actuales a seguir minuto a minuto las obras públicas, desde la distancia pero sin prescindir del consejo, naciera, precisamente, durante la construcción de Mérida.

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Los eméritos de Mérida, en concreto, habían mellado su espada peleando en las campañas de Cantabria y el noroeste peninsular. En medio de aquellas montañas, teniendo en cuenta el clima que las suele acompañar y bregando con tribus más cabezonas que la de Astérix, la evocación de Mérida debía de sonarles como cuando a un noruego le mencionan Marbella: ninguno de ellos imagina el paraíso para un jubilado de otra forma. La recompensa, que consistía en facilitar casa, propiedades y un programa festivo que no dejaba ni días libres, era más eficiente en la batalla que la pócima mágica de los galos.

El caso es que los gobernantes romanos pergeñaron esa estrategia para añadir población a lo que, en principio, no dejaba de ser otra cosa que una ciudad meramente administrativa. Era el lugar que habían elegido para situar la capital de la provincia de la Lusitania, una de las tres, junto a la Tarraconensis y la Bética, en las que el emperador Augusto dividió la península Ibérica. Y resultó tan bien que, andando el tiempo, acabó por convertirse en la novena población en importancia del vasto Imperio y un centro neurálgico de vital importancia para sus planes de colonización: aquí se situó, nada menos, que el arranque de su calzada número XXIV, Iter ab Emerita Asturicam –entre Mérida y Astorga- conocida con el tiempo como Vía de la Plata, carretera pavimentada trascendental para la comunicación del oeste peninsular en un momento en el que la pacificación ibérica comenzaba a convertirse en realidad.

Quien se acerque a Mérida en torno al mes de agosto verá proyectadas sobre las piedras de sus edificios milenarios las sombras de Medea o de Edipo celebrando el festival de teatro que cada año despierta los fantasmas agazapados en unas gradas que fueron pensadas para cupieran 6.000 espectadores. Sin lugar a dudas, el teatro romano es el símbolo de la ciudad, por historia y trayectoria. Pero el legado romano en Mérida se descubre detrás de cada rincón, debajo de cada casa: es tanto y tan extenso que el peligro está en acabar convirtiendo la visita en el recorrido por un laberinto al que resulta difícil encontrar el final. i

Imprescindible en Mérida

Por supuesto, el Teatro Romano. A escasos metros se localiza el Anfiteatro Romano, utilizado especialmente para las luchas entre gladiadores y fieras en espectáculos a los que podían acudir hasta 14.000 espectadores. Cerca de este se localiza un conjunto de mansiones romanas conocidas como la casa del Anfiteatro y la Torre del Agua. En ese mismo entorno monumental se enclava el Museo Nacional de Arte Romano, realizado por Rafael Moneo en 1986. La mansión señorial conocida como Casa del Mitreo se llama así por su cercanía con unos restos relacionados con el culto a Mitra. Las carreras de caballos y cuadrigas tenían lugar en el Circo, con capacidad para 30.000 espectadores. Es el mejor ejemplo de este tipo en España. El acueducto de los Milagros servía para traer el agua del embalse de Proserpina a la ciudad. La basílica de Santa Eulalia muestra una rica superposición de estilos. El contiguo Hornito de Santa Eulalia se levantó en honor de la santa patrona mártir con los restos de un templo dedicado a Marte. Importantes monumentos romanos son también el Arco de Trajano, el Templo de Diana y el Pórtico del Foro. De época árabe se conserva la Alcazaba, junto al puente romano. Cerca queda el conjunto arqueológico de Morerías, con diversas muestras de arquitectura romana, visigoda y árabe. Los restos de la época visigoda encontrados en Mérida pueden visitarse en el Museo de Arte Visigodo. Finalmente, la concatedral de Santa María, del siglo XIII, es el principal monumento levantado tras la conquista cristiana. El Museo del Ferrocarril depara también interesantes sorpresas.


Información. Oficina de turismo: tel. 924 33 07 22.
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