Una visita a la villa romana de Almenara-Puras
Texto y fotos: Javier Prieto Gallego
Hoy voy a contarte una de romanos. Hay veces en que la vida que fue queda dormida bajo el manto de la tierra, dispuesta a echarse una siesta sin fecha de caducidad. Y cuando despierta, lo hace con tal fuerza que nos deja pasmados. Es lo que ocurrió en un rincón discreto de la campiña vallisoletana, entre Almenara de Adaja y Puras. Allí, donde en apariencia la tierra parecía solo dar cereal y barbechos, un día de 1887 brotó de las entrañas del campo un mosaico romano. Una chispa de teselas y colores que sacó a la luz una historia que muy bien podría haber quedado olvidada para siempre.
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Lo que hoy conocemos como la Villa romana de Almenara-Puras es una de las pocas villas romanas completamente excavadas en la Península. Y también una de las mejor conservadas. Un viaje hacia atrás en el calendario que nos lleva hasta los siglos IV y V, cuando la provincia de Valladolid —aunque entonces no existía como tal— era un territorio de ricos latifundistas, villas con calefacción subterránea y suelos de colores. Roma en retirada, pero aún con su viejo esplendor latiendo entre las baldosas. Por aquel entonces, la campiña vallisoletana del sur de la provincia estaba salpicada de pequeñas -y no tan pequeñas- explotaciones agropecuarias que vivían de cuanto se producía en sus dominios.


Esta, en concreto, durante un siglo, fue el epicentro de una explotación agrícola próspera. Un palacete rural con más de 2.000 metros cuadrados, cerca de 50 estancias, mosaicos, pinturas murales y hasta termas en la que se iba desarrollando la vida como solía entonces, mientras el inmenso poder que tuvo Roma en otra época iba declinando inexorablemente hasta llegar a desaparecer por completo. Lo mismo que sus últimos moradores, de los que se sospecha que un buen día, sin saber a ciencia cierta por qué, hicieron las maletas, empaquetaron todas sus pertenencias, incluidos los muebles, y abandonaron para siempre lo que durante casi un siglo había sido un palacete rural de cierto empaque y con muchos más lujos que los que el resto de los mortales de aquella época podía siquiera soñar en permitirse. Cuando cayó el Imperio, sus moradores hicieron las maletas y se fueron. Y nadie sabe muy bien por qué. Lo dejaron todo. Muebles, objetos, suelos de ensueño. Luego llegó el expolio, el olvido, la tierra. Y ahí se quedó.

TERMAS Y PASARELAS
Pero vayamos por partes. La primera es contarte que se encuentra ubicada a 11 kilómetros de la localidad vallisoletana de Olmedo, a 60 de la capital provincial, justo en la linde administrativa de los términos municipales de Almenara de Adaja y de Puras, de donde deriva el nombre por el que es más conocida. Su otro nombre es el de villa romana de La Calzadilla, por el paraje en el que fue descubierta en 1887. Su descubrimiento vino dado por la frecuencia con la que en aquel paraje los agricultores daban en sacar a la luz, en el transcurso de sus labores, diversos materiales y pequeños objetos relacionados con una posible ocupación romana. La curiosidad por desvelar el enigma culminó en ese año con el descubrimiento de uno de los espectaculares mosaicos que adornaban el suelo de la casa.


Tras una larga historia de actuaciones y estudios, en 2003, más de un siglo después del hallazgo, el lugar volvió a la vida como Museo de las Villas Romanas (MVR). Un complejo arqueológico y didáctico que permite recorrer, sin pisarlo, el interior de esta antigua villa. Lo hace gracias a una pasarela suspendida bajo una cubierta que parece flotar sobre los 4.800 metros cuadrados de excavación. Obra del arquitecto Roberto Valle, la estructura ganó premios y elogios por su capacidad para mostrar sin alterar. El arte de mirar sin molestar.
En la visita se da cuenta no solo de todo lo que las excavaciones han ido revelando acerca de quienes habitaron hace 1.600 años este lugar, sino también de todo lo que acostumbraba a rodear la vida en las villas romanas que, como esta, salpicaron unos paisajes agrícolas que, en el fondo, no serían muy diferentes de los que vemos ahora.

De esta, en concreto, se sabe –o mejor, se deduce del lujo del que supo rodearse- que perteneció a un rico propietario, posiblemente relacionado con la clase aristocrática de terratenientes vinculados a la cercana –e influyente- ciudad de Cauca –actual Coca-. Y que escogió una antigua villa ya existente en ese lugar, posiblemente de finales del siglo II, para levantar otra más grande y moderna, a la altura de su estatus social.
El resultado de aquella transformación fue la construcción de un conjunto arquitectónico con cierto aire de palacete destinado a residencia de los dueños de la villa, con cerca de 50 espacios integrados en ella, entre salones, dormitorios, pasillos, termas, comedores, salas de distintos tipos, patios o jardines.

Cuatro generaciones de romanos hispanos ocuparon la villa de La Calzadilla y la convirtieron en el núcleo central de una próspera explotación agraria que se extendía por los terrenos del entorno. Tras el abandono de la casa, en un momento que coincide con la ocupación visigoda de la Península, la villa padeció el inevitable expolio de quienes llegaron después tomando de ella vigas, puertas, techumbres, columnas, tejas e incluso cimientos de hormigón para reaprovecharlos en otras construcciones. Después, el tiempo, el olvido y la erosión cubrieron todo con una espesa capa de tierra que guardó sus secretos hasta su resurrección en 1887.

LA VISITA
Se realiza por libre excepto para grupos concertados y tiene un interesante prólogo en el recorrido por la zona museística, 550 metros cuadrados, en los que ponerse al día acerca de lo que se vivía en la Península Ibérica desde la ocupación romana hasta la desintegración de su imperio. En el recorrido por sus salas puede verse la maqueta de una villa romana de dimensiones semejantes a la que veremos después in situ –nunca mejor dicho-. También se da un ameno repaso a la sociedad, la arquitectura, la ganadería, el comercio, los entretenimientos de niños y adultos, las necrópolis o las creencias religiosas o cómo se desenvolvieron los últimos tiempos de la decadencia del imperio, momento al que perteneció La Calzadilla.

Como te comentábamos, el recorrido por las estancias en las que se desarrolló hace 1.600 años la vida cotidiana de una familia terrateniente se realiza sin pisar el suelo. Y no en volandas sino a través de una serie de pasarelas que permiten al visitante detenerse a su antojo en aquellos aspectos que despierten más su interés y sin deteriorarlos
Pasarelas sobre el tiempo
El paseo entre las ruinas es un recorrido sin prisa. Desde la pasarela, vemos las estancias distribuidas en torno al peristilo: patios, comedores, salones, termas, estancias privadas… Lo que sorprende —y emociona— es la calidad de lo conservado: trece salas con restos de pintura mural al temple, imitando mármoles y piedras nobles; estancias con mosaicos, entre ellos uno que muestra al caballo Pegaso en el suelo de una sala octogonal que debió ser la joya de la casa.

Una piscina decorada con peces, una sala de banquetes, habitaciones calefactadas… Si uno entrecierra los ojos, es fácil imaginarse a los dueños paseando con la túnica recogida, comentando la cosecha o filosofando sobre los dioses mientras los esclavos mantienen todo a punto.
Precisamente, uno de los aspectos más destacados de la visita es la contemplación de los restos de pinturas al temple que decoraban las paredes de muchas de las estancias de la villa. Dado que solo los más pudientes tenían al alcance de sus bolsillos encargar su ejecución a los mejores talleres, la calidad y abundancia de estas decoraciones, junto a la de los mosaicos, en una villa romana eran signos principales de distinción social. Y mostrársela a las visitas, motivo de orgullo y satisfacción. Además de una forma de afirmación del nivel social alcanzado. La villa de La Calzadilla exhibe un interesante conjunto de decoraciones pintadas en sus paredes, siendo uno los escasos ejemplos de casa rural romana que conserva aún parte de la decoración de sus paredes.

Otro de los aspectos a destacar es que La Calzadilla ofrece, de entre las villas hispanorromanas, uno de los conjuntos de mosaicos más nutrido e interesante: hasta 14 estancias y cuatro galerías tienen suelos decorados con teselas dibujando diferentes motivos. De entre todos los que conserva la villa, destaca el que decora el suelo de la gran habitación octogonal, seguro que destinada para los eventos más notables de la vida social, con una escena mitológica protagonizada por el caballo Pegaso. Otra decoración figurativa interesante es la que se eligió para el suelo de la piscina del tepidarium, con unos peces y decoración vegetal para que diera la sensación de estar sumergido en un arroyo.
Como era propio de la idea romana de confort y cuidado del cuerpo, la villa contó con su propio sistema de calefacción, antecedente directo de las tradicionales glorias castellanas, y sus correspondientes termas.
LA CASA ROMANA (y plató de cine)
A apenas unos metros, la reproducción a escala real de una villa romana completa la experiencia. Se trata de una reconstrucción rigurosa de una villa romana “tipo”de 650 metros cuadrados donde cada estancia se ha levantado tal y como pudo ser en su día. Aquí sí se pisa el suelo, se ve el mobiliario, se siente la cotidianeidad. Y con tal minuciosidad que ha servido incluso de plató para producciones como la serie documental El corazón del Imperio, en la que Santiago Posteguillo da voz a las mujeres del mundo romano.

El recorrido por el interior de esta domus, que como es preceptivo gira en torno a las diferentes estancias que se distribuían alrededor del peristilo –el patio ajardinado- permite visitar el dormitorio de la dueña de la casa, un comedor para banquetes, la zona destinada a los siervos, un salón de recepciones, las termas o las letrinas. Y todo ello mientras contemplamos de cerca cómo era la decoración pictórica de las paredes, el mobiliario, los enseres de la vida cotidiana y hasta una silla de parto donada por el equipo de rodaje de la serie sobre el mundo romano.
Roma para niños (y para padres cansados)
Si la visita la haces con niños, apunta esto: justo al lado de la domus queda el parque temático infantil romano. Con sombra, mesas, agua, columpios, cabañas, experimentos con arena y hasta un acueducto en miniatura.

Más información:
📞 +34 983 626 036
📧 mvr@dipvalladolid.es
🌐 valladolidesvino.es
PARA DESPUÉS: OLMEDO, A LA VUELTA DE LA ESQUINA

Ya que estás por la zona, no te marches sin dar un paseo por Olmedo. Un paseo por la localidad permite disfrutar del amplio repertorio de rincones de interés y edificios mudéjares que alberga. Destacan, además del Palacio del Caballero y el Parque Temático del Mudéjar, la iglesia de San Miguel y la Soterraña, las ruinas consolidadas de San Andrés, la Real Chancillería y Torre del Reloj, el monasterio de la Concepción, o el convento de Nuestra Señora de la Merced, reconvertido en un moderno teatro. También los restos de muralla que circundan la mayor parte del casco histórico y que conservan puertas como la del Arco de la Villa. La iglesia de Santa María alberga una notable colección escultórica.
Oficina de Turismo: 📞 983 62 32 22 / 983 60 12 47
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